“El fútbol pertenece a la clase obrera”, César Luis Menotti en 1980.

Tuvo un comienzo difuso en el tiempo. Fue una construcción colectiva y popular. Nadie lo inventó individualmente. Los ingleses lo ordenaron, lo reglamentaron y lo difundieron por casi todo el mundo. Las clases populares de todas las ciudades lo adoptaron como diversión, pero también como un modo de expresión y comunicación. El juego tenía un significado que trascendía el resultado: daba sentido de pertenencia y era una forma de identidad.

Claro que el resultado importaba, pero condicionado por una ética y una estética que lo justificaba. No valía ganar de cualquier manera. Había que ganar mereciéndolo. Por supuesto nadie lloraba si ganaba jugando mal o peor que el rival, pero tampoco nadie se sentía conforme de esa manera.

Llegó el negocio y mandó parar

Las élites dominantes, que veían el fútbol como un juego estúpido y alborotador, propio de los barrios periféricos, cambiaron su mirada despreciativa cuando intuyeron que ahí había un posible gran negocio. El dinero, el único dios verdadero para esa gente, hizo el milagro de la empatía y empezaron a inmiscuirse en cuestiones que hasta entonces soportaban con la nariz fruncida.

Poco a poco se acercaron a los clubes y hasta se interesaron por entender el fuera de juego y acompañar a las hinchadas plebeyas en el grito de gol, aunque todavía sin compartir emociones que no sentían. Como iban con el dinero por delante, ganaron un lugar en las comisiones directivas y de un día para el otro se encontraron en la presidencia de las entidades.

Inclusive se animaron a opinar de jugadores, de jugadas, de arbitrajes y de otras cuestiones de las que no terminaban de entender, pero amparados en el derecho que da el dinero se hacían escuchar.

Y entonces aparecieron las multinacionales

Cuando se acercaron al fútbol, las multinacionales impusieron la tecnología que todo lo mide y lo cuantifica, en un juego que no es cuantificable. Y los multimillonarios, y los jeques árabes y las dudosas fortunas se hicieron cargo de los clubes privatizados.

Los hinchas y los socios fueron desplazados de la propiedad de las entidades que cambiaron de dueños y de valores. Ahora eran clientes y adoradores de ídolos fabricados o auténticos que ejercían, voluntariamente o no, como propagandistas de productos que había que vender.

Hay que olvidarse de sentimentalismos, el fútbol es un negocio, dijo Enrique Cerezo, presidente del Atlético de Madrid, por si a alguno le quedaba alguna duda o algún sentimiento inoportuno por los colores de su club.

Como muestra basta un pase

Messi, después de 21 años en el Barcelona, abandonó su club apabullado por una catarata de dinero y la tentación de unirse a un equipo, el PSG, repleto de notables figuras de todo el mundo y así poder jugar el juego que mejor juega, como cantaba Serrat. Un pase con la secreta intervención a voces de Qatar, el país que será sede del próximo mundial y pretende lavar su imagen, después de haber sobornado a diestra y siniestra para conseguirlo. En realidad, no sé si le hacía falta, ya que ese detalle no parece haber molestado a nadie del ámbito futbolístico. Y menos el trato esclavista que da a sus trabajadores, casi todos inmigrantes, especialmente a los que construyen los estadios y otras obras para el próximo mundial, 6.500 de los cuales murieron por las atroces condiciones de trabajo.

Consecuencias del nuevo fútbol

Ya sabemos que cuando el capitalismo interviene, todo queda patas para arriba y con abundantes dosis de corrupción. Trataré de resumir algunos desbarajustes:

* División de roles. El fútbol sudamericano y el africano son sólo abastecedores de jugadores para Europa, el centro del poder económico futbolístico.

* Europa comienza a negar a Sudamérica los jugadores seleccionados haciendo valer su poder económico, lo que genera una evidente desigualdad.

* La lógica capitalista dejó de lado los valores éticos y estéticos del fútbol ya que para esa lógica sólo vale ganar. El juego que era identidad y orgullo, es un defecto romántico y del pasado.

* Como los demás bienes comunes (sanidad, educación, servicios sociales, cultura), el fútbol le ha sido arrebatado a las clases populares y convertido en otro objeto de compra-venta, y de paso también les sirve, y mucho, de anestesiante social y político.

¿Y ahora qué?

Como siempre. La lucha para recuperar lo que nos pertenece y nos han robado. Hay algunos indicios de recreación de clubes de barrio en Argentina, España y en Inglaterra sobre todo. También resistencias de los hinchas ante los abusos de los nuevos propietarios, en Inglaterra.

Se extraña, eso sí, la palabra de los futbolistas. No todos son silenciados con montañas de dinero. La mayoría es ajena a ese mercado que difunden los medios. Y, como siempre también, la lucha por una sociedad justa y auténticamente democrática. No puede haber un fútbol socialista en una sociedad capitalista.