“Somos novios”, bromea Lito Vitale cuando sube al escenario junto a Juan Carlos Baglietto. Treinta años juntos, siete discos y dos hijos que los acompañan en el escenario son parte de esta historia de amor. Lo particular, lo curioso, lo acogedor del caso es que ambos artistas, inmensos en su recorrido por la música argentina, han iniciado una gira por pequeñas y medianas localidades del país. Lugares donde los recitales no abundan, y el arte es una caricia extraña. Siempre anhelada, siempre bienvenida.

El sábado 11 de septiembre, Juan y Lito brillaron en el escenario de un pueblo chico. Un salón que alguna vez fue cine, luego templo evangélico y finalmente ha sido recuperado como espacio de arte. El Cine Teatro Iris de Maciel, a 61 kilómetros de Rosario, construido en 1927. “Esta es una joya, cuídenla”, pidió Baglietto antes de terminar el show, que duró casi dos horas.

Las columnas en relieve sobre paredes de diez metros de alto acogen a un público pequeño, embarbijado. Y suena la primera canción.

Dios y el diablo van susurrando cosas a mi espalda

La Virgen en camisón se pasea y del lado de la fábrica

Suena un motor

Hay ovación. El tema tiene veintiún años y late con la complicidad de lo conocido. Luego vendrá "Príncipe del manicomio", donde la locura es un volcán y los tonos más agudos siguen intactos en la garganta de Baglietto. Una voz jovencísima en un cuerpo de 65 años. Cuando finalizó el show, un curioso le preguntó al percusionista Julián Baglietto cómo hacía su padre para mantener ese caudal, ese torrente. Hay una tracalada de ejercicios y alimentación saludable recomendada en foros de internet: desde hablar poco hasta comer solamente frutas. Pero no es el caso. “Mi papá se come un chori, sale a cantar y canta así”, se sincera Julián levantando los hombros y estalla una carcajada.

El repertorio continúa:

Gente de todos los lados

vientos amigos de Dios

carguen las armas

aunque sea cárguenlas de ganas

y tírenle al cielo su amor.

La letra es recibida como un bálsamo, al igual que un repaso por el cancionero latinoamericano de Rubén Blades, Violeta Parra, José Alfredo Jiménez. Y alcanzará su punto máximo en la música urbana. Maciel es la capital provincial del tango. Por eso en Nostalgias hay aplausos. El cariño es un vaivén entre el público y ambos artistas. “Extrañamos profundamente el reencuentro. Ustedes nos han bancado durante treinta años y tenemos la ilusión de que nos banquen 30 años más”, le dice Juan al público, en un guiño que despierta risas. Fue un año duro para todos.

No solo en el auditorio hay una familiaridad propia de lares donde todos conocen a todos, y están emparentados o son vecinos o compañeros de escuela. O lo fueron. También sobre las tablas Julián Baglietto se hace cargo de los coros y la percusión desde hace una década. Y Franco Vitale, de solo 16 años, ahora acompaña en guitarra y bajo. Dos hijos y dos padres unidos por la música. La comunión de lo sonoro y lo afectivo aflora casi imperceptiblemente, pero potencia el cariño que dan y reciben.

Para los cuatro, la agenda será tupida. El 30 de septiembre es el turno de Venado Tuerto y un día después tocarán en Corral de Bustos. Pero ojo que Rosario siempre estuvo cerca: el jueves 7 de octubre está previsto un show por streaming con La Trova y el viernes 17 de diciembre, en vísperas de Navidad, habrá espectáculo presencial.

“Esta era nuestra vida antes de la pandemia”, dice Vitale a Rosario/12 al terminar el espectáculo. “Metimos al diez por ciento de la población acá, todo un éxito- interrumpe Baglietto con una sonrisa-. Nosotros después de este parate de casi un año y medio, celebramos volver a tocar y reencontrarnos con la gente. Es una felicidad y yo intuyo que para la gente también lo es. Está deseosa de que pasen cosas buenas”.

La charla se da en el subsuelo del teatro, bajo el escenario. Allí crece un pequeño submundo de tres camarines vintage, logrados gracias a algunos objetos donados por gente del pueblo: dos sillones de cuero marrón de la década del 80, una mesa ratona de mimbre, retazos de alfombras que varían de color y conducen hacia el camarín principal. Donde dos sillas prolijas de caña lustrada hospedan a los artistas. Son parte de una escena acogedora, cálida, sencilla. Maciel es un pueblo de 5700 habitantes según el último censo. Una comuna pequeña donde un puñado de mujeres y hombres como Gustavo y Javier Girardi, los organizadores, impulsan a puro pulmón la llegada el arte.

Y la apuesta a dos artistas de altísimo perfil, con las restricciones que impone el aforo reducido, ha sido un logro.

- ¿Qué se llevan de estos lugares?

- Baglietto: Unos cuantos kilos de más, ¡morfamos como locos!

- Vitale: Y cariño, porque hoy fuimos a comer y estaba Esteban (Echaniz) que nos hizo una foccacia espectacular, nos puso su música y aquí estamos compartiendo escenario con él. Esas cosas son preciosas.

- Recogen historias…

- B: Sí, experiencias. Esta era nuestra vida de antes de la pandemia: salir de gira, recorrer lugares, encontrarnos con gente, compartir cosas. Hemos vuelto un poco a disfrutar de eso que creíamos ya extinto.

- ¿Cómo transitaron la pandemia?

- V: Haciendo cosas, muchos videítos… Para mucha gente fue una catástrofe. Para nosotros no tanto.

- B: Debemos reconocer que somos en alguna medida privilegiados porque no es que no nos haya impactado, pero acá estamos.

La entrevista concluye porque una cena en la parrilla más antigua del lugar espera.