“Los terroristas y los talibanes amenazan con arrancarles las uñas a las mujeres que se las pintan”. Así empezaba a preparar el terreno para la invasión a Afganistán la esposa de George W. Bush, Laura, en noviembre de 2001 en un programa de radio. Bien podrían haber sido las palabras inaugurales de un manifiesto del feminismo imperialista, tal cual lo describe la filósofa inglesa Nina Power en su libro La mujer unidimensional (Editorial Cruce), recientemente publicado en Argentina. Un libro adrede coloquial en el que se refiere a temas como clase, deseo, trabajo, consumo y medios masivos, y ofrece algunas salidas hilarantes y argumentos con densidad teórica en respuesta a la islamofobia, entre muchos otros pánicos morales. Allí denuncia sobre todo cómo la palabra “feminismo” pasó a ser usada por quienes tradicionalmente se consideraban enemigos de la misma. 

El otro frente contra el que Power apunta es un feminismo optimista que cree ver su propio fin en el hecho de haber conseguido acceso al maravilloso universo de las mercancías: “¡¿Qué más quieren: ahora pueden trabajar y comprarse cosas?! Bienvenidos al fin del feminismo”, ironiza Power en conversación con Las12 en Buenos Aires, adonde llegó invitada para participar de las “Jornadas Internacionales Justicia de género para una ciudad global” -organizadas por la Oficina de Género del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires, a fines de abril.

En La mujer unidimensional Power señala la autopromoción perpetua de la fuerza de trabajo de las mujeres pero también la de su imagen y de sus capacidades de ser un objeto sexual y laboralmente disponible todo el tiempo. La libre elección como ramificación del libre mercado y su igualitaria compulsión a acumular son para Power trampas. Como si escribiera un epílogo de El Capital, feminista y del siglo XXI, recorre las aristas de los modos contemporáneos de explotación de la fuerza laboral de las mujeres, por ejemplo, la constante presión de responder con éxito a los imperativos procreativos, laborales, mediáticos, económicos. Tanto en vivo, como a lo largo del libro, pero también en los artículos que frecuentemente publica en The Guardian, Power mantiene en la mira a quien ha declarado enemigo: aquel feminismo light, alegre y satisfecho, que busca la complicidad entre entendidas que hablan la lengua de la lectora de OHLALA!

Publicaste La mujer unidimensional en 2009. ¿En qué aspectos te parece que debe ser actualizado y en cuáles sigue siendo efectivo para describir el presente?

–Fue escrito cuando todavía no estaban tan claras las consecuencias del crash económico de 2008. Las cosas se han puesto todavía más graves después de eso. Pero hoy persiste la pregunta por el modo en el que las relaciones entre género y trabajo se entrelazan y cómo son representadas. Una de las cosas que critico en el libro es esta imagen súper difundida y muy positiva de la mujer joven que está siempre dispuesta a trabajar, es flexible, no tiene hijos. Es deliberadamente un libro poco serio. Tiene un estilo polémico, humorístico. Hay algunos de esos chistes que hoy tal vez no repetiría pero sí puedo entender lo que estaba pasando por mi cabeza. Estaba harta de escuchar que trabajar para una agencia, algo muy común en Europa, ese trabajo flexible o trabajo rosa (orientado a mujeres), era cool, cuando en verdad lo que te ofrecen son salarios-basura, sin vacaciones, sin seguridad social, en empresas donde estás tan poco tiempo que nadie se molesta en aprender tu nombre. 

¿Cómo afectó esa crisis la vida de las mujeres en particular?

–Hoy ya ni siquiera es necesaria esa publicidad que lo haga parecer cool a ese trabajo ultraflexibilizado: vas a agarrar cualquier trabajo de todos modos. Hubo un gran recorte en el sector público y eso perjudicó mucho a las mujeres, que dominaban el sector. Por supuesto que esta generalización del recorte fue una posición política, se podría haber enfrentado la crisis de otros modos. La actitud que tomó en mi país el gobierno fue eliminar, o tratar de eliminar, todo lo posible la responsabilidad social del Estado. Simplemente se lavaron las manos con respecto al contrato social. Parecía que los planteos feministas en este contexto de tanta gravedad perdían urgencia. Pero creo que se debe ir al mismo tiempo por los dos frentes: resistir frente a la urgencia, aquella fuerza que te está atacando y que hace que tus condiciones de vida empeoren cada día, y también construir colectivamente políticas positivas, intentar imaginar cómo sería una sociedad feminista.

Feminismo flotante

La mujer unidimensional es, haciendo honor al apellido de su autora, un cross contra el igualitarismo hot, encarnado por ejemplo en la figura de la republicana y comentarista de Fox Sarah Palin. Elegida entre otros modelos femeninos de la política de principios de la década del 2000, Palin es para Power un cóctel concentrado que conjuga el discurso de la Guerra contra el terrorismo y la sensualidad mainstream como arma de marketing político. Palin se presenta como feminista, ama de casa e integrante de la agrupación antiderechos Feminists for life, al tiempo que saca a relucir su carnet de la Asociación Nacional del Rifle. En las democracias liberales, tal como Power las percibe, la palabra “feminista” aparece como un comodín al servicio de una ideología consumista y bélica.

¿Qué significa, como decís en tu libro, que la palabra “feminismo” está en crisis?

–Hay muchas mujeres de derecha en posiciones de poder. A veces el feminismo es usado de modo oportunista. Un feminismo retórico. La idea de ¡oh, qué genial es tener a una mujer como primer ministro! se cae al segundo en ciertos casos cuando desgranamos sus políticas. Es una paradoja de representación. Si no, basta con mirar las políticas laborales y económicas que estas mujeres promueven. Margaret Thatcher es un prototipo de esto. Condoleezza Rice suena a ejemplo desactualizado pero funciona. Son figuras que funcionan como señuelo para tapar otras cosas. Condoreezza es un ejemplo de feminismo imperialista, que puede ser usado por hombres y mujeres. Vamos a bombardear a tal país para presionar por la libertad de las mujeres en ese territorio, dicen. Y lo curioso (ha pasado en Estados Unidos en tiempos de Bush) es que en materia de política exterior dicen que luchan por los derechos de las mujeres de por ejemplo Irak pero hacia adentro recortan programas de derechos reproductivos y sexuales. Lo que quiero decir con feminismo imperialista y con esos ejemplos de Rice y Sarah Palin es que en muchas ocasiones el término feminismo es “deslocalizado”.

En este contexto, ¿cómo ves a Theresa May?

–Ella encaja muy bien con este perfil engañoso. May está obsesionada con la inmigración, con blindar las fronteras, y es devocional sobre este tema, no es flexible. Ha hecho del tema una verdadera campaña moral. Y la cuestión Brexit orbita alrededor de esta postura.

¿A esto es a lo que llamás feminismo liberal?

–El poder ha vaciado la palabra a tal punto que se te puede volver en contra. Una respuesta a este conflicto puede ser: bueno, hay muchos feminismos. Pero no es tan simple. Es un término que puede ser usado por la derecha con propósitos que de ninguna manera deberíamos avalar. Pero de estas políticas obtienen rédito político. El feminismo liberal ha venido para oscurecer las cosas todavía más. Desde hace años vemos la proliferación de un feminismo consumista que ha sido muy útil para la economía, para construir un prototipo de mujer trabajadora que parece ser el podio de la libertad y representar el fin del feminismo. ¡Ya está: ahora pueden trabajar y consumir a la par de los demás! Lo que queda escondido en esta trampa son “detalles” como la violencia machista, los derechos reproductivos, la feminización de la pobreza, la brecha salarial.

¿Y cómo se sale de esta trampa?

–Aclaro: no estoy criticando la independencia económica de las mujeres, no es más negocio quedarse en casa. Digo que hay que repensar colectivamente la cuestión del trabajo desde un punto de vista marxista y feminista. Hoy la discusión dominante, por lo menos en Europa, para la izquierda es la automatización de las tareas, la idea de que la fuerza laboral humana cada vez es menos necesaria. Esa discusión deja muchos temas en la sobra, la división sexual del trabajo es una de ellas. Nadie va a querer dejar a su bebé en manos de un robot. Las tareas de cuidado siguen y seguirán siendo eminentemente femeninas. La pregunta que deberíamos empezar a hacernos es cuáles son esos trabajos en los cuales lo humano es irremplazable y cómo los revaloramos. Creo que el un feminismo marxista debería tomar la delantera en esto, disputarle estas discusiones a la derecha. Porque son temas que también podrían llegar a ser cooptados por la derecha. El problema es que Europa sigue obsesionada con un tipo de trabajo intrínsecamente individualista, la idea de que sos tu trabajo. 

¿Qué significa eso?

–En Reino Unido tenemos a casi toda la identidad nacional organizada alrededor de esa idea. El trabajo es casi una religión. Sólo podés ser una persona decente si no tenés trabajo. Todos tenemos esa idea internalizada. Algunos luchamos por desprendernos de ella. El desempleo es casi inmoral. Y nadie dice: paremos un segundo, ¿por qué es tan crucial producir una enorme cantidad de cosas que nadie necesita? En la vida debería haber más que trabajo, no puede ser bueno que todo lo que sos gire en torno a eso. Entonces volviendo al problema de la automatización, ¿no sería mucho más interesante cambiar los términos de la pregunta: en vez de cómo hacer para trabajar más, cómo hacer para tener más tiempo libre?

¿Creés que el feminismo ha menospreciado la discusión macroeconómica?

–Hay mucho marxismo en el feminismo contemporáneo. Me refiero al más crítico. Es un lugar común decirlo: el feminismo se ha acomodado en la Academia. Se institucionalizó. Se empezó generar conocimiento, trabajos muy interesantes, originales, complejos. Pero todo este conocimiento no necesariamente ha tenido un impacto en nuestras condiciones de vida. No creo que ése sea el foco del feminismo que llega a la Academia. Ni digo que lo tenga que ser. Sí digo que hay una cultura pública que no quiere lidiar con estas complejidades, muchas de estas ideas complejas que en gran cantidad de casos nos hablan de economía. Hay quienes trabajan en divulgar conceptos de una economía heterodoxa, y algunas de estas ideas son feministas. La pregunta sería cómo unimos el activismo emergente de las calles en respuesta a discursos y políticas totalmente antiderechos (el ejemplo obvio es Trump), con el feminismo online (que sería la rama liberal, absolutamente dominante en la web, que casi nunca se mete con cuestiones de clase y casi siempre se circunscribe a las discusiones de representación política y demás) y este feminismo académico. 

¿Cómo han jugado en este sentido fenómenos como el Paro de Mujeres del 8 de marzo?

–Ahí se vieron puntos de contacto entre estas tres ramas. La marcha sacó, en muchos países a la vez, a muchas jóvenes feministas online a las calles, al mismo tiempo que convocó a mujeres con una historia de compromiso con la segunda ola. No quiero ser ingenua. Es ingenuo pensar que la fuerza de un fenómeno como ése se puede trasladar directamente a las condiciones de vida y en cómo las reproducimos. ¿Cómo convive la generación colectiva de estas fuerzas y al mismo tiempo cómo seguimos adelante con nuestra vida de todos los días? Uno participa del sistema para sobrevivir y no aporta nada el cuestionamiento de: fuiste a la marcha, pero después te compraste un café en Starbucks y volviste a tu trabajo. El moralismo no nos aporta nada.