De cristal, nocturna, azul y venenosa se lee debajo de cada una de las mariposas dibujadas en un cuaderno escolar. Las cuatro elegidas se inspiran –se copian en la invención celosa– en las mariposas que una mujer dibujó antes. Papel de calcar sin arrugas sobre las que fueron calcadas sin papel. Dibujar mariposas era para Anne (y para las exploradoras del mundo de los insectos como Maria Sibylla Merian) duplicar el detalle en un doble tieso que atrapara el aleteo del natural y retuviera en una pose el movimiento perdido. Con los ojos en el microscopio y la mano en la cartulina, el lápiz de Anne se deslizaba o detenía según pretensiones corporales de las alas membranosas o del remolino onfálico hecho boca lepidoptera.
Mientras que el marido de Anne investigaba ella ilustraba cada uno de los ejemplares que el señor Comstock clasificaba, delicias conyugales como las que comparten  Marge y Norm Gunderson en Fargo, solo que Marge investigaba crímenes y Norm dibujaba patos. La pintora conservacionista (ella ya lo era mucho antes de que la conservación fundara leyes, vocabulario y aunque nunca se haya animado a salir de esa categoría de “esposa de científico”) nació en Otto, un pueblo en el estado de Nueva York, y ahí vivió con su madre y su padre (agricultores prósperos) hasta que se matriculó en la Universidad de Cornell, en Ithaca, para estudiar lenguas. Pero un curso de zoología invertebrada dictada  por el entomólogo John Henry Comstock la alejó de la literatura (aunque siempre volvía a  Kipling, Whittier y Thoreau) y la acercó al profesor y a la flora y fauna de la región de los Lagos Finger. Se casaron, no tuvieron  hijos y juntos formaron parte del mundo científico de los insectos, un dúo con un cartel luminoso que solo lo iluminaba a él. Bichos alados y de los otros cruzan meridianos sin vuelos agotadores ni maratones improbables y aterrizan en las bibliotecas de todas las lenguas gracias a los dedos artistas de Anne. Sus dibujos y grabados en madera de “superlativa precisión” delinearon los temas de futuras clases escolares. Sí, la esposa asistente no dejó nunca de serlo pero se convirtió además en una ardiente promotora del estudio de la naturaleza en las escuelas. Sus folletos y guías de estudio ilustradas empezaron en Westchester y se expandieron a Stanford, Columbia, California y Virginia. La profesora de la naturaleza (nadie quería profesoras en las cátedras) que armó con su marido su propia compañía editora, Comstock Publishing Company, educó en los años cuarenta (diez después de su muerte) y en ocho idiomas, a maestros y alumnos de la escuela primaria. Ciencia, anécdotas y animales convertidos en personajes literarios enseñaban qué era la naturaleza. 
Cuando la clasificación excede el contorno del día en el que la ciencia y la ficción las hacen vivir, las mariposas promueven efectos. Mientras otra mujer, una entomóloga colombiana del siglo XXI, cuida en un museo británico la colección de mariposas más completa y más antigua del mundo,  una nena en el Amazonas dibuja los lunares de una a la que nadie le puso nombre.