¿Qué pasaría si periodistas varones de altísimo perfil o referentes políticos de primera línea, cada vez que tuitearan algo, recibieran una catarata sistemática de amenazas sexuales, ataques virulentos y comentarios agresivos sobre su físico, como estrategia para acallarlos?

Esto que nos parece escandaloso es el pan de cada día de mujeres, lesbianas y travestis influyentes en las redes sociales que ocupan lugares de alta exposición y liderazgo, en en espacios políticos progresistas y feministas. Organizados para atacar, los grupos reaccionarios anti derechos que, en muchos casos, también responden a personajes neoliberales en acenso, asedian a las mujeres que consideran incómodas. 

Su objetivo final es claro: impedir el avance de las voces feministas en el debate público desviando el eje de la discusión, usando como arma insultos misóginos que buscan estigmatizar, desacreditar e infantilizar y producen angustia. De esta forma producen angustia, miedo y autocensura, además de la sensación en algunos casos de haber sido manoseadas, al ver que su información personal es sacada de contexto de forma maliciosa y usada en su contra. ¿Cómo el debate público se está erosionando con el borramiento de aquellas que prefieren no exponerse ante este tipo de “escraches”? ¿Qué contrarrelatos pueden proponer los feminismos para seguir disputando terreno en la arena del espacio digital convertido en campo minado? Y sobre todo, ¿cómo podemos hacerlo en un contexto postpandémico, que puso en jaque nuestros lugares de encuentro?

Cómo actúan los trolls

Los ataques machistas ejecutados por hombres poderosos no son algo nuevo; hay un inmenso historial de esta dinámica reactiva hacia las primeras que se atrevieron a ampliar su autonomía frente a una matriz patriarcal. Desde la caza de brujas, donde ellas eran dibujadas como ancianas monstruosas aliadas de lo espeluznante, hasta los afiches que caricaturizaban a las sufragistas con todas las características de la fealdad: viejas, gordas y estridentes. Cada vez que un grupo de mujeres quiere ampliar sus derechos, disputar poder o cambiar sus condiciones de vida, un movimiento de varones que siente que sus privilegios están en juego echa a rodar acciones para hostigarlas. Pero no lo hacen refutando sus ideas: la corporación masculina reserva este diálogo solo a sus pares. A ellas (a nosotras) nos tocan muchas veces los ataques que apuntan a los valores que la sociedad privilegia en las mujeres: la belleza y la “pureza”, sobre todo cuando nos acusan de “trolas”.

Ofelia Fernández tuvo que dejar Twitter para no soportar el acoso diario. Estos son ejemplos de los más livianos.

Hoy en día, cuando los feminismos marcan agenda y tuercen leyes a nuestro favor, las redes sociales amplifican nuestras voces, pero también las de los militantes antiderechos en un contexto de avanzada neoliberal. Y es en las redes sociales, -donde se gesta gran parte de la opinión pública-, donde esta disputa más se caldea.

Ejércitos de trolls anónimos con avatares sin nombre ni cara y cuentas recientes, más otros perfiles que sí parecen de personas un poco más identificables, se nuclean y organizan para orquestar ataques machistas, agraviantes, misóginos y amenazantes hacia feministas, sobre todo hacia aquellas de mayor visibilidad. 

Para hacerlo, utilizan distintas tácticas y herramientas, que van desde la creación de memes e imágenes donde la mujer elegida como destinataria aparece golpeada, hasta amenazas sexuales y de daños físicos a ella o a sus personas cercanas. También operan exponiendo datos personales para que el ataque se amplifique por otros canales, difundiendo fotos de sus cuentas con el objetivo de sucitar burlas y agravios con respecto al físico del blanco elegido; viralizando fake news desprestigiantes o editando videos donde todos estos ¿lenguajes? se combinan.

Estos embates, sin embargo, no solo ocurren en el plano digital: hoy en día varones ultra misóginos y de derecha que ocupan espacios de poder, como Fernando Iglesias y Javier Milei, también llevan adelante agresiones de estas características en la presencialidad, generando que sus seguidores, en las redes sociales, les sigan el juego con mayor virulencia, por la salvaguarda que genera tener una pantalla de por medio. A su vez, los medios masivos de comunicación, que se benefician llevando la agenda hacia el discurso neoliberal y montando escándalos con la lógica del chisme y la pelea en el barro legitiman a estos personajes dándoles más espacio de aire.

No es solo un puñado quienes pasaron por esta situación: varias periodistas y activistas feministas atravesaron esta experiencia. Sin embargo, al momento de hacer esta investigación, cuando fueron consultadas acerca de cómo lo vivieron, todas coinciden en que prefieren no hablar del tema: el temor a volver a pasar por lo mismo, la angustia que generó el acoso y las amenazas violentas provocó en ellas la sensación de no querer referirse más a este episodio y optar por mantener “un perfil bajo”, -como dijo una-, y cada vez más anónimo, como forma de autocuidado. Ofelia Fernandez, que fue blanco sistemático de trolls, directamente se fue de Twitter. Otras, por otro lado, tomaron medidas legales contra los agresores y consideran que hablar del tema podría perjudicarlas judicialmente.

Un extraño en tu cuenta

Además de estos ataques que operan como un cardumen de pirañas, otros embates tienen que ver con el hackeo de información personal y el acceso a contraseñas para tirar abajo sitios de contenido feminista, -como portales de noticias-, para controlarlos, u ocupar cuentas personales. Un ejemplo de esto fue cuando la cuenta de Myrian Bregman fue jaqueada en el 2017, un día después de la marcha que se hizo cuando el sacerdote condenado por ser parte del aparato del Terrorismo de Estado, Von Wernich, exigió beneficios judiciales. 

“Hace una hora, luego de hacer varios reportajes radiales, mientras estaba preparándome para ir a C5N por la denuncia del 2x1 y la noticia de que el sacerdote criminal Von Wernich había pedido el beneficio (fui una de las abogadas que lo llevó preso), me empiezan a llover mensajes de que mi Twitter estaba hackeado. Efectivamente, intento entrar y no puedo, mientras que los que lo hackearon empezaron a postear tuits provocativos”, escribió Bregman en su cuenta de Facebook. 

El mensaje de estos tuits, obviamente, no aludían a sus ideas políticas, sino a contenido sexual machista y estigmatizante. Gabriela Cerruti, por otro lado, también fue víctima de un ataque similar: perdió el acceso a su cuenta de Twitter y fueron publicados en su nombre mensajes en mismo tono. Esos son, lamentablemente, solo algunos ejemplos.

Muchas veces las amenazas de violencias físicas son atemorizantes sobre todo cuando se hace evidente que los trolls tienen datos que exceden el espacio virtual.

Esta técnica de apropiación de datos se llama phishing y, según el colectivo Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de los Derechos Humanos, se trata de “un tipo de ataque informático que se estuvo multiplicando durante la pandemia”, e implica “pescar datos, contraseñas y cuentas”. “Una vez obtenidos nuestros datos, pueden suplantar nuestra identidad en nuestras cuentas de internet para extorsionarnos, adueñarse de nuestra audiencia y seguidorxs, robarnos dinero (en el caso de fraudes a cuentas bancarias) y publicar por nosotras”, señalan en su fanzine “Mantén la calma y defiende el territorio digital”. Una de las trampas más usadas “para acceder a nuestros datos es abrir o descargar archivos adjuntos” que una no esperaba. "Y si al final de la jornada siguen insistiendo con tus datos sensibles, NO LOS COMPARTAS AMIGA”, alertan.

“Considera que estas informaciones son equivalentes a las llaves que abren la puerta de tu casa, por eso bajo ningún concepto debes compartir esta información con terceros/as”, aseguran. En ese sentido, es clave saber que "cuando interactuamos en redes sociales, nunca podemos conocer a ciencia cierta la identidad de quien nos habla (más cuando no conocemos al remitente)”. Por eso, hay que “activar la sabia sospecha: si algún mensaje o propuesta te parece dudosa, contacta por otro medio a quien te escribe o, directamente, no respondas”.

Debate público y silenciamiento

Los trolls y atacantes virtuales, como observa Julia Mengolini en un video de Comunicar Igualdad, -una asociación civil que monitorea e investiga esta acciones violentas-, no buscan influenciar la opinión pública. Su objetivo es, como ya dijimos, hostigar hasta quebrar las voces feministas. Esto, a su vez, refuerza su noción de pertenencia y la idea de que se están “fortaleciendo” frente a ellas.

¿El resultado? Un estudio de esta organización señala que, de 28 periodistas influyentes de América Latina, el 68% de las entrevistadas vio “afectado su derecho a la libertad de expresión” frente a estos ataques, y el 75% dejó de tuitear sobre temas que podrían generar agresiones.

Para Sandra Schaher, investigadora de esta agrupación y docente, más mujeres que varones “habían puesto más recursos y con más asiduidad” para no exponerse, “por ejemplo, cerrar temporal o parcialmente sus cuentas, dejar de leer notificaciones y retirarse del debate”. Estas son todas formas de “afectar su participación en redes, porque sus voces se van a escuchar menos”: sus palabras “empiezan a desaparecer y hay menos referencias de lideresas feministas, -sean periodistas o de otra profesión-, para el resto de la sociedad, y esto impacta sobre como uno toma decisiones en el campo democrático”.

El debate de ideas nunca es con feministas, a ellxs directamente se las ataca con los insultos clásicos, con las alusiones al cuerpo.

La periodista Luciana Peker también participó de este informe y tiene la experiencia de haber sido violentada en redes. Para ella, que esto ocurra no es algo que sea masivamente conocido, sino que es un problema que solo saben quiénes están “más expuestas”. “Uno puede criticar una nota, pero no es lo mismo que te critiquen mandándote un Falcon verde o haciendo comentarios sobre tus hijos. Esta agresión genera muchísima angustia y una gran sensación de soledad”. “Más allá de que el feminismo tiene como lema ‘tocan a una y tocan a todas’, esto no se cumple con quienes estamos poniendo el cuerpo en las redes, no porque la gente sea mala, sino porque nos hemos quedado en soledad frente a estos ataques más virulentos”.

Otra mujer que fue el blanco de ataques sistemáticos de desacreditación machista fue Thelma Fardin, después de haber denunciado como violador a Juan Darthes, lo que destapó una olla de misoginia y machismo en todo tipo de ámbitos. Para ella, esta violencia devalúa la calidad de las discusiones. “Ya no debatimos cómo hay que erradicar la violencia, sino mostrar y demostrar que la violencia existe, porque hay un negacionismo del otro lado. Eso me parece lo más triste: ni siquiera tenemos la posibilidad de debatir y avanzar, sino que nos quieren hacer retroceder, vendiéndole a la sociedad la idea de que volver al pasado es un horizonte posible”.

-¿Cómo te sentiste frente a los insultos machistas persistentes?

-Hay una sensación de que son ellos los que tienen la voz, porque nosotras optamos por no dar esas batallas, en el sentido de que ellos apuntan al golpe bajo. Como no elegimos hablar ese lenguaje, empezamos a callarnos en las redes, por esto se nos hace difícil de afrontar. Por eso nos guardamos, porque sabemos que lo mas importante que hacemos es en el territorio, en lo tangible, pero a ellos esto les genera la sensación de que avanzan y no tienen una contraofensiva. Y a nosotras, nos queda la sección de que estamos solas. Eso es lo peligroso, como en el caso de Ofelia Fernández, que se fue de Twitter. Este silenciamiento no es real, porque nosotrxs seguimos con una militancia muy activa, pero en un mundo tan tecnológico, donde estamos atravesados por una pandemia donde la conectividad es tan importante, parece como que estamos calladas y ellos van ganando. Para mi es clave que ocupemos todos los espacios, pero no podemos dar todas las batallas.

Posibles contraofensivas

La sensación de que ellos avanzan y nosotras estamos cada vez más solas es un patrón que se repite. Sin embargo, hay muchas estrategias que los feminismos pueden poner en práctica para defenderse y disputar terreno. Silvina Molina es editora de género de Télam; para ella “hay aplicar este saber maravilloso que tenemos (lxs feministas) que es de trabajar en redes, el trabajo colectivo, construir desde las diferencias que tenemos. Hay muchos saberes dando vueltas sobre la alfabetización digital y organizaciones de la sociedad civil en Latinoamérica y el Caribe que tienen muchos recursos para enseñarnos”. 

“Me parece que tenemos que empezar a juntarnos, a estudiarlos y a ponerlos en práctica; hacer presentaciones colectivas ante las plataformas para hacer denuncias correspondientes cuando hay ataques y exigirles que se comprometan más con sus políticas preventivas”, considera. En ese sentido, cree que es importante tener una hoja de ruta, un protocolo que podamos activar cuando se desata la violencia en entornos digitales, y que cada una decida si seguirlo o no, pero que exista. Es decir, “políticas para estar asesoradas y acompañadas”, asegura y que, a su vez, los medios de comunicación tengan pautas y estrategias elaboradas frente a estas situaciones. “Las herramientas están, solo tenemos que juntarnos y hacerlo”.

Ante la crisis sanitaria las defensoras de Derechos Humanos reinventamos el espacio digital en este presente, nuestro territorio de lucha y resistencia. Y en este accionar, los cuidados digitales desde una perspectiva feminista son clave para poder establecer una comunicación virtual segura”, sostienen lxs integrantes del colectivo Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de los Derechos Humanos, en su fanzine sobre ataques contra feministas durante la pandemia. “Hoy es vital la colectivización de saberes para ayudarnos a proteger nuestras experiencias en línea y para que construyamos juntas una internet feminista”. “Estamos haciendo un gran esfuerzo por trabajar de forma virtual. Seguimos siendo corporalidades inquietas y movedizas, solo que ahora nos resulta fundamental nuestro acceso a internet. Muchas veces nuestras posibilidades se ven limitadas, vivimos la sobrecarga del trabajo de cuidados y trabajamos en espacios reducidos”, aseguran. En definitiva, se trata de ser conscientes de que “el control y la vigilancia en el ámbito digital es cada vez mayor hacia nosotras, nuestras comunidades, organizaciones y movimientos”.

La investigadora de ciber activismo transfeminista Florencia Goldsman, igual que Silvia Molina, resalta que hay varias organizaciones trabajando en difundir estrategias que las periodistas pueden usar para proteger su información sensible, y pensar contra narrativas para seguir ocupando espacios virtuales. Sin embargo, también señala que “hay mucha resistencia a cambiar nuestros hábitos” por la curva de aprendizaje que requieren. 

Nuestros protocolos de reacción serán mucho mejores y más completos cuando usemos tecnologías cuyos riesgos conocemos; y cuando entendamos que Google, Facebook y todas las plataformas más comerciales no están para cuidar nuestros datos”, afirma Goldsman. 

“Una puede intervenir de manera creativa: el termino jaker se modifico hacia el aspecto negativo, pero en realidad la cultura jaquer tiene que ver con compartir información. Internet tomo una forma muy comercial y nos obliga a seguir ciertas reglas, que son las de Silicon- Valley, pero esto no tiene por que ser así. Nosotras tenemos la responsabilidad de procurar tener colectivamente una alfabetización técnica para poder abrir la caja negra de las tecnologías. Esto significa no solo entender cositas técnicas, comprender este lenguaje, sino también ver cómo en internet nuestras interacciones quedan al desnudo". 

Podemos tomar medidas preventivas: por un lado, ser conscientes de que internet tiene una memoria y, cuando una campaña de difamación empieza a circular, el daño es mucho porque se va de nuestras manos. Entonces, tenemos que quitarle la ingenuidad al uso de internet. 

Para Florencia Goldsman se trata de politizar todos los ámbitos y de tener una mirada crítica acerca de como usamos internet, usar aplicaciones alternativas que nos ayuden a cifrar nuestra información y pensar “cuál sería nuestro plan B y plan C si nuestros perfiles son atacados”, y qué podemos hacer para que todo nuestro trabajo no se pierda. 

Evaluar riesgos es clave, sobre todo, sabiendo que hay grupos de trolls financiados con muy buen manejo de estas prácticas que, por el momento, aún no están masificadas entre lxs activistas feministas.

¿La violencia en redes es violencia?

Luciana Peker reflexiona sobre la importancia de que “el estado y el gobierno apoye a las periodistas feministas”. “Hay que denunciar cuando las amenazas son series, y creo que dentro del Ministerio de Mujeres tendría que haber un lugar donde se investigue qué pasa en las redes, porque esto no es un troleo inocuo. Que las instituciones que se preocupan por la libertad de expresión entiendan que la libertas de expresión está puesta en jaque contra las mujeres y diversidades sexuales”.

A su vez, considera que tenemos que estar “más unidas y con menos internas”, los debates feministas tienen que ser hacia adentro de nuestros espacios y no en las redes: “Hoy son un lugar tomado por quienes quieren atacarnos y hay que re conversar sobre qué es lo que discute en la virtualidad. Yo buscaría más apoyo entre nosotras y generar otros lugares de debate, donde no quedemos expuestas a más violencia”. En ese sentido, “para que podamos seguir avanzando hay que tener muy claro cuál es la situación”: “Creo que nos tenemos que leer más entre nosotras”, propone. 

“Con todo el valor que tiene la horizontalidad en el feminismo, que para mí es indeclinable, hay que poder bancar a ciertas mujeres, especialmente periodistas que ocupan un lugar público, porque sino finalmente la demanda de que haya más columnistas mujeres en los medios se los están apropiando las mujeres de la derecha, que no tienen problemas en subirse al banquito que nosotras creamos para hacer retroceder derechos. Y esto tiene que ver con una avanzada de derecha, que tiene al feminismo como su gran enemigo”.

Silvia Molina, por otro lado, señala que ahora podría ser difícil que los feminismos logren estrategias colectivas orgánicas, sobre todo tras la pandemia, que eliminó muchos de nuestros puntos de encuentro y nos dejó separas y, en un punto “desacuerpadas”, pero cree que todas “sabemos más o menos hacia donde vamos y nos podemos ir apoyando mutuamente”. “Hay una especie de sustrato que quizás es necesario que se expanda un poco más, pero la idea es apoyarnos mutuamente”, sugiere. Para ella, también es interesante lo que ocurre cuando más varones en los medios están dando espacio para tratar estos temas. “Estar solas no funciona. Hay que hacernos eco, viendo hacia donde vamos, ir haciendo resonar distintas voces, saber quiénes son nuestras aliadas y, desde ahí, ir expandiéndonos”.