Desde Barcelona

UNO No hay dos sin tres, a la tercera va el vencido y –luego de apartado y anidado– aquí viene Rodríguez en modalidad encerrado. Rodríguez cerró y tiró la llave, sí. Y va por ahí bailando raro como enano que habla más raro todavía en habitación con cortinas rojas y alfombra con zigzagueante y heráldico estampado chevron y un par de sillones y lámparas de pie y una mesita con ruedas y una estatua de la Venus de Medici. Y así y ahí se siente tan original y único y valiente hasta que lo lee en el periódico. Los diarios traen cada vez noticias más extrañas que ya no se concentran en lo histórico y trascendente sino en aquello a lo que –para no definirlo como “estúpido” a secas– se lo califica de húmedamente “sociológico”. Ahí y así, un desfile incesante de gurúes vendiendo métodos, de estudiosos del comportamiento humano, de análisis de productos efímeros y de formas de esparcimiento más cercanas al desparrame. La última de ellas es, parece, lo de las escape rooms. “Ambientes recreacionales” en una “atmósfera controlada” donde grupos de amigos se juntan para ser encerrados y a ver cómo hacen para salir de allí. Y ahí, sí, así: la paranoide payasada y signo de los tiempos de dedicar tu cada vez menos tiempo libre a ser un prisionero.

DOS Y –nunca mejor dicho– pasen y vean: divertimento inspirado en video-game; pero a escala humana y en carne y hueso y, se supone, cerebro. “Aventura de estrategia” por la cual te meten en un determinado ambiente (decorado en diversas modalidades temáticas, yendo desde mazmorras medievales con torturados a bibliotecas victorianas con cadáver de aristócrata) y a ver cómo sales y buena suerte a la hora de ir descifrando las diferentes pistas más o menos escondidas. Rodríguez lee que la gracia empezó por 2006 y 2007, que pronto fue adoptada como herramienta empresarial para foguear a empleados y estimular el espíritu comunal tolkienístico o el darwiniano sálvese quien pueda y que gane el mejor. Tienen sesenta minutos para escapar de allí arrastrándose y el tiempo corre, amiguitos. Estadísticamente, un 40% de los participantes resultan vencidos y no vencedores, y muchos no aguantan la tensión y presionan el liberador “botón de emergencia” que les permita salir de allí y –¿escapista leyenda urbana?– cuentan que, durante unas vacaciones hawaianas, Barack Obama junto a sus hijas se apuntó a una escape room cuya temática no fue develada (aunque sí se publicitó que se trababa de una de las “más difíciles”) y que consiguió solucionar el misterio doce segundos antes de que se venciera el plaza. Y con cada día que pasa, parece, Donald Trump siente al Despacho Oval de la Casa Blanca como su own private escape room. 

TRES Y todo esto, parece, es el llevar a la práctica las teorías predicadas por un tal Mihály Csíkszentmihályi –psicólogo húngaro multidiplomado en Estados Unidos– en un libro titulado Flow donde se evangeliza a partir de las virtudes del “fluir” para alcanzar “experiencias óptimas” y todo eso. Así habló Csíkszentmihályi en una entrevista para Wired: “El fluir equivale al  hecho de sentirse completamente comprometido con la actividad por sí misma. El ego desaparece. El tiempo vuela. Toda acción, movimiento o pensamiento surgen inevitablemente de la acción, del movimiento y del pensamiento previos. Todo tu ser está allí, y estás aplicando tus facultades al máximo”.

Ah.

CUATRO Y pronto –luego del inevitable boom asiático: allí todos son fans de todo y de todos– la especie y espora se extendió por el mundo todo. “¡Es algo físico y cerebral al mismo tiempo!”, exclaman sus cultores que, cuando pequeños y no tanto, se dedicaron a la crianza de Tamagotchis (especie que vuelve a hacer de las suyas, parece) y que ahora viven entregados al cuidado de iPhones. Desde Kyoto a Silicon Valley a Sao Paulo y escalas intermedias. Hay –según Market Watch– más de tres mil establecimientos dedicados a esto. Y resultan muy económicos de montar (artículos en publicaciones especializadas en asuntos económicos hablan de la recuperación de la inversión inicial en apenas un mes y hasta un 800% de ganancia neta anual) y, hey, todos aquellos que piensan que Dan Brown es un gran escritor vuelven una y otra vez estimulados por sus triunfos deductivos. Y ahora, parece, la fiebre ha alcanzado a España. Casi 350 escape rooms y sumando en este país que –aseguran los (i)rresponsables– se las ha arreglado para salir de la crisis económica, pero donde crecen las cifras de desahuciados por los aumentos consecuencia del “boom de los alquileres”, y se mete a cada vez más políticos corruptos en cárceles de las que, se supone, ya no podrán escapar para seguir atendiendo sus juegos y jugarretas...

CINCO ...y Rodríguez se informa y se pregunta si alguno de estos fines de semana en que no se estrene ninguna película claustrofóbica como The Circle o Alien:Covenant –donde los malos malísimos son siempre corporaciones que utilizan a sus peones como piezas sacrificables en el gran tablero de la macro-economía– él se animará a meterse no en problemas imposibles de resolver pero si en dilema a decodificar. Pagar unos veinticinco euros (mejor esto que la suicidante Ballena Azul) y sumergirse en una estancia de laboratorio donde se ha liberado un virus mortal, en un búnker de la Segunda Guerra Mundial, en una librería de anticuario donde se oculta un capítulo perdido del Quijote, en una choza sitiada por zombis, en un garito de Chicago donde un gángster de la Era del Jazz va a zapatear americanamente sobre tu cuerpo y te va a enseñar que es eso de la “Gran Depresión”, en una sala de museo curada por Illuminati, en una pirámide milenaria, en una caliente agencia secreta de la Guerra Fría, en la casa de un alquimista que esconde la fórmula de la eterna juventud, en un santuario consagrado al gelatinoso Cthulhu... Rodríguez consulta menús y opciones y le extraña no encontrar simulacro de centro comercial en el que una célula yihadista se dispone a acribillar y a hacer volar todo por los aires en nombre de Jar Jar Binks o think-tank desde donde abortar cuenta regresiva para un ciberataque definitivo o no volver a hacer el ridículo en Eurovisión. Pero a no dudarlo, todo se andará y todo se acabará jugando.

SEIS Pero en realidad hora Rodríguez está pensando en una única habitación: la Red Room del Black Lodge en la que –el 10 de junio de 1992– Laura Palmer dijo adiós al agente Cooper con un bienvenido “Nos vemos en veinticinco años”. Ahora –el domingo que viene– volverán a verse y Rodríguez ha venido contando años y meses y semanas y días y horas y minutos y segundos desde que se enteró del retorno de Twin Peaks. ¿Será algo bueno? ¿Será algo atroz? ¿Tendrá gracia y sentido? Porque lo cierto es que a esta altura Twin Peaks está en todas partes y en todas las series. ¿Pasará como otra moda efímera o, por lo contrario, habrá vuelto para acabar con tanta tontería que toma su nombre en vano? Quién sabe. Qué será, será, pero –mientras tanto y hasta entonces– ahí está y ahí se queda Rodríguez como versión alta pero no tanto del pequeño Hombre de Otra Parte. Hasta el domingo que viene tiene una gran excusa para no salir y para no salir ese domingo. Y no es poco, es bastante, es mucho más de lo que tienen muchos y otra vuelta –aquí vuelve– de café y tarta de cereza para todos.