De todas las marchas del orgullo a las que fuí, la de Formosa este año guarda un lugar privilegiado en mi corazón. Podría resumirlo diciendo que fue la primera vez que vi tan llena una manifestación lgttbiqp en la ciudad: dos cuadras de gente bailando y celebrando nuestra existencia, atravesando el centro de la ciudad, la catedral, el mural del Papa, el café de los señores ricos, el colegio de monjas y los principales bares, hasta llegar a copar la plaza principal, en donde nos quedamos perreando hasta que el cuerpo dijo basta. Podría, pero no se trata solo de números. Es cierto que me sorprendió la cantidad de gente jóven y desconocida que vi moviendo las cachas, pero tampoco es cuestión de ventilar mis reflexiones de lesbiana madura, que observa la juventud con cariño. Es todo eso y también, es la historia de las marchas anteriores, que apenas llegaban a media cuadra y no contaban con mucha infraestructura, algo que intentábamos compensar con amor y cánticos militantes, dejándonos la voz y el alma en el megáfono, que alguna orga prestaba para la ocasión. Recuerdo en aquellos días haber dicho algo de intentar conseguir una carroza para las próximas ediciones, pero se sabe que no es buena costumbre entre activistes autogestivxs, andar sugiriendo tareas a las que no pondremos el cuerpo.

Quizás porque conozco de cerca lo desgastante que es organizar eventos, discutir consignas, consensuarlas o no, pedir permisos, hablar con la policía, buscar escenario o sonido, buscar flete para llevar y traer todo eso y un largo etc; es que cuando decidí concentrarme en el cine y distanciarme del activismo, adopté la postura de no criticar ningún evento militante al que vaya, si no pongo el cuerpo para su organización. Salvo que alguna consigna traicione nuestra historia -como las consignas trans odiantes de cierto sector del feminismo, que por suerte no estuvieron presentes en nuestra fiesta-. Si estuvo el rostro de Tehuel, nuestro reclamo por su búsqueda y el pedido de justicia por Fátima Barrios.

Fuí a esta marcha como una señora dispuesta a dejarme llevar por el momento, el cielo gris y el día frío no eran buenos presagios. La cita era en el mástil municipal que estaba copado por una carpa de un candidato, que pasaba en altoparlante un jingle con una melodía pegajosa que decía que había que votarlo a él, en un loop infinito e insoportable. Dimos unas vueltas en auto un tanto desesperades, hasta que vi pasar una amiga hacia la casa de la artesanía, una construcción de estilo colonial, donde nos refugiamos a esperar que pase el temporal. Casi puntuales, sobre las 8 salimos a la calle, yo me había hecho a la idea de poner el cuerpo pase lo que pase, pero la gente empezó a salir de todos lados y las concentración se hizo más y más grande impidiendo a quienes organizaban, encolumnarnos detrás de la carroza que acababa de llegar con una batucada, liderada por la reina de la última edición Miss Trans.

Más atrás, acomodaron una camioneta con unos parlantes en los que sonaba Madonna y yo ya estaba encendide, aunque la marcha se prendió fuego cuando pusieron “yo perreo sola”. Marchamos por la avenida principal bailando, mi sueño se había cumplido y me puse a bailar sin salir de la calle, siguiendo las indicaciones de las compañeras que hacían de seguridad. Algunas señoras explicaban a les niñes que miraban desde la vereda de qué se trataba nuestra caravana, mientras aplaudían o intentaban disimular el gesto de tentación en el rostro, algunos otros stands de campaña, distribuídos en la plazoleta de la avenida, cambiaban sus jingles por “I follow rivers” cuando nos veían pasar, aparentemente es la canción lésbica más popular entre les pakis. También la bailamos desde luego. Bailamos todo lo que pusieron y más, porque la celebración de la marcha es nuestro ritual de empoderamiento, y con esto no quiero desmerecer las consignas que son fundamentales, pero confieso que me enojo un poco cuando discutiéndolas, perdemos de vista o desmerecemos el poder de nuestra fiesta cuando sale a la calle, la potencia revolucionaria de nuestra alegría que transforma el espacio público a su paso, el poder de nuestros cuerpos y nuestros deseos que contagian libertad. ¿Hace falta remarcar la cita de Emma Goldman? Supongo que no viene mal recordarla porque sigue muy actual: “si no puedo bailar, no me interesa tu revolución”.