La escena transcurre en 1996. Entra a la apretada librería de la calle Córdoba al 500 en Tucumán un muchacho bien vestido y pregunta al librero: "¿Tiene el libro de la guerra de civilizaciones?". El librero responde con un seco “Nunca oí hablar de ese libro”. El potencial comprador le insiste: “Es un best seller de un yankee, La Gaceta publicó un comentario el domingo”.

Sin perder la hosquedad, el librero le dice: “El Choque de Civilizaciones será; sí lo tengo, cuesta 60 pesos”, y no se mueve de su banqueta atrás de un mostrador atestado de libros, papeles, tazas de café y paquetes de Parisien. El atribulado comprador le dice: “¿Con tarjeta?”. Le contesta: “Diez por ciento mas”. Ante la aceptación por parte del comprador, introduce al libro en una de las bolsas de papel blanco con letras celeste que decía "El Griego libros" y finaliza la operación.

Al partir le reprocho su antipática actitud diciéndole: “Con la comisión de ese libro vas a comer mañana”. A lo que responde: “Es un mal libro, tiene un mal mensaje, no me gusta”.

Esto describe a Miguel Frangoulis (a) "El Griego" como un librero de raza, de convicciones, siempre listo para el debate, el intercambio de ideas, sin miedos, sin tapujos, rancio, duro, pero de una ternura que se escondía detrás de su sonrisa, siempre con el cigarrillo entre los labios.

La vida no le fue fácil. Lo golpeó donde más duele y lo endureció mucho. Pero los que tuvimos la suerte de conocerlo y quererlo sabemos de su solidaridad y que con él se podía contar siempre.

Melómano como pocos, y sin pretensiones. En su librería, desde el pequeño local al lado de la Catedral hasta su “Centro Cultural” de la peatonal, los parlantes sonaban todo el día. Podía ser Silvio Rodríguez, Bach, Stravinsky, Serrat o Miles Davis. Luego cumplió con su sueño de vender CDs, obviamente, los que le gustaban a él.

Peronista hasta la médula. Pero no incondicional. Siempre crítico, buscando el regreso a ese Partido que él nunca había podido ver. Cuando Cristina ganó las elecciones me decía que ella había hecho varios milagros: volver el verdadero peronismo al poder y haber hecho a muchos de sus amigos zurditos, peronistas, entre los que me contaba.

A fines de los '90, con un esfuerzo increíble, consiguió realizar el sueño de crear su propio Centro Cultural. La librería, el café (que insistía que fuese de buena calidad) y ese entrepiso donde traía a referentes de la cultura, nacionales e internacionales, de todo tipo. Músicos, poetas, escritores, políticos alternaban en el local de la calle Muñecas de Tucumán. Debates profundos de actores de nuestra historia, filósofos, cantantes, actores, monologuistas, y todo el que tuviera un arte u oficio para ofrecer. "El Griego" estaba allí dispuesto a colaborar con la difusión de las obras.

Con la derrota de 2015 se empecinó aún más con la difusión de las obras de los compañeros. Aún recuerdo la alegría de su llamado a las antípodas a la madrugada tailandesa, de ver la cola de gente que había en su local, de más de media cuadra, para que Axel Kicillof les firme el libro.

Sus últimos años fueron de mucha pelea por la salud, y la pandemia no ayudó. Pero tenía a su lado a Silvia, Caro y Juan Manuel, quien le dio la gran satisfacción de su nieta, de la que hablaba sin pudor. La última vez que hablamos me dijo que tenía que venir a Buenos Aires y que nos debíamos una cena. Pero me falló. Justo con el inicio de la veda electoral me avisan que decidió irse. Se fue el último librero. Se fue un hermano.

* Economista.

[email protected]