"Columna vertebral del país", llama Juan Bereciartua a la Ruta Nacional 40, la RN40 que desde 1937 se extiende por tres mil kilómetros hasta el extremo sur de la Argentina. ¿Y qué mejor idea que recorrerla, y varias veces? Solo una: escribir una crónica del viaje. O de los viajes. Con prólogo de Osvaldo Aguirre, y diseño y fotografías por Andrea Lipari, el relato que Bereciartua cosechó de sus novelescas aventuras se titula, simplemente: La ruta 40 en la Patagonia. Diario de viaje. Publicado en la colección Nómades del sello rosarino Tierrapapel editora, con un admirable cuidado de edición que (entre otras virtudes) resalta gracias a la calidad del papel las bellas fotografías color, el libro se presenta hoy a las 20 en modalidad virtual a través de la plataforma Facebook, en la fan page del libro. (Es decir, aquí: https://www.facebook.com/laruta40enlapatagonia/). Los escritores rosarinos Pablo Colacrai y Ebel Barat, junto al autor, comentarán la obra.

La ruta 40, el libro, establece de entrada sus intertextos. A algunos se alude, como Los autonautas en la cosmopista, de Julio Cortázar y Carol Dunlop; a otros se hace directa referencia, como a las crónicas del viajero inglés Bruce Chatwin (1940-1989), guía de mochileros de todo el mundo por la Patagonia en los '90 del peso-dólar y el vuelo fácil. Bereciartua y Lipari, siendo esta última la Mujer con M mayúscula que participa en la acción (algo que no se explica en el texto central pero que se deduce de los créditos), emprenden (¿con sus hijos?) la patriada quijotesca de seguir la 40 para producir una crónica escrita en la Argentina, no mediada por la mirada distante del extranjero sino por el sentido de pertenencia al territorio que se atraviesa, sin dejar de reconocer otras pertenencias territoriales (originarias). Otras referencias o inspiraciones literarias, que se hacen explícitas más cerca del final, son a una de las primeras novelas de la lengua española, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, y a El Principito, de Antoine de Saint-Exupery. Así como don Quijote va en su caballo Rocinante, el nuevo viajero bautiza Crisálida a su vehículo. El libro comparte con esos dos clásicos de cabecera la estructura episódica: un recorrido lineal donde en cada parada aparecen nuevos y fascinantes personajes, lugares y vivencias. Para no incurrir en el impresionismo periodístico que el preciso autor tanto deplora en su libro, lo mejor es empezar a contarlo por el índice. Cada capítulo representa una posta del recorrido, que arranca con "el esquivo kilómetro cero" en la ciudad de Mendoza y termina en un lugar donde se dice que estuvo Saint-Exupery: la Casa Abuela Paredes en Punta Loyola, Río Gallegos. Crisálida habrá cruzado cinco provincias (Mendoza, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz) a lo largo de 36 localidades o parajes que se narran con encanto. Las casi 300 páginas no deberían ser un impedimento a la hora de llevarlo en el auto o en la mochila como compañero de viaje, por qué no de uno tras estas mismas huellas.  

La escritura del libro, sin embargo, no es lineal sino en capas, nutrida de varios diarios y ensayos escritos a partir de viajes sucesivos, emprendidos con una diferencia de años. El viajero vuelve sobre sus pasos a buscar la traza vieja de la ruta, pero también la de su propia vida. Ese palimpsesto de caligrafías se traduce visualmente en diferencias tipográficas, que junto a los mapas y las fotos comunican la densidad de un álbum íntimo. Es un libro para leer con un mapa al lado. Como dice el autor: "Los mapas son mi diccionario, mi hermosa enfermedad". Y tras confesar que viaja sin GPS, pasa a la cursiva para enunciar su ética del camino: "el paisaje nunca es el mismo... para nosotros y el entusiasmo que nos traslada, todo nace y se desarrolla a partir de la sucesión de momentos novedosos, de imágenes irrepetibles, de la acumulación de instantes como capas diferentes de realidad o sueños o magia... Cada recodo del camino va apareciendo en su momento justo". Este es el cuarto título de Bereciartua, oriundo de Bell Ville, Córdoba, y residente en la ciudad santafesina de Pueblo Esther. Autor de las novelas Ay Derechos (2002), por la que obtuvo una mención en el concurso provincial de narrativa Alcides Greca, y La virgen de San Martín (2012), Bereciartua co-escribió en 2015 una biografía de Rubén Naranjo para el libro Territorio de Resistencia. En Rosario, participó en el taller literario de Alma Maritano y en el proyecto Río Ancho ediciones.