Desde Barcelona

UNO Rodríguez lee sobre el retorno del cine al cine. A los cines. A la escena donde alguna vez se proyectaron tantas escenas y que --(des)cortesía de pandemia criminal-- quedaron vacías hasta nueva normalidad. Y la gente está volviendo menos de lo que se deseaba y mucho menos de lo que pensaba. Esa experiencia comunal en la que una pareja hacía de las suyas atrás, un tipo te encandilaba con una pantalla de móvil por delante y, a diestra y siniestra, alguien hablaba sin parar y, en más de una ocasión, adelantaba lo que iba a pasar en la película. Eso que, se informa, parece no resultar lo suficientemente tentador para aquel que se acostumbró a la pijamización y netflixismo y plasma en vena de ojo. En cualquier caso, lo cierto es que la epifanía en la más luminosa de las oscuridades hacía tiempo ya no era lo que era. Adiós a eso santuarios palaciegos reemplazados por micro-ambientes recordando más a salas de espera de hospitales o de aeropuertos. Y, sí, mejoró el sonido y la película no se corta y el fuera de foco es cosa del pasado. Pero de todas las artes la del cine es posiblementela más domesticable junto a la escritura y la lectura. Así que, sólo por llevar la contra, Rodríguez ahora va más al cine que nunca sospechando (ya viene una nueva entrega de la peste) que falta menos para volver a dejar de ir y de comer popcorn a precio de blockbuster con mascarilla como complejo efecto especial.

He aquí las notas de sus excursiones/incursiones.

DOS No Time to Die. Spoiler: al final James Bond muere. ¿Hacía falta? Está claro que aquí hay productores en plan "Si la gente lloró con la muerte de Tony Stark en Avengers: Endgame...". Puesto a matarlo, piensa Rodríguez, hubiese sido mejor hacerlo en la cuasi-gótica Skyfall (la mejor por mucho de la Era de Craig). ¿Y no hubiese sido mucho más innovador y transgresory feminista --si eso es lo que se buscaba-- que 007 renunciase a todo para dedicarse a una vida de padre full time (junto a esa psiquiatra de nombre proustiano, Madeleine Swann, pour Léa Seydoux, digámoslo, bastante insípida después de la carnal Vesper Lynd by Eva "Sonrisa de Joker" Green)? Y, de acuerdo, tiene su gracia el homenaje/retorno a la idea de isla-guarida de viral súper-villano que no da la talla (¿qué es lo que le pasa a la mandíbula de Rami Malek?). Aunque Lyutsifer Safinsí debería haber sido fichado por M: porque el pequeño se las arregla para acabar con todo Spectre de un solo golpe (incluyendo a Christopher Waltz de nuevo en el rol de Christopher Waltz) y con mayor eficiencia que todo el servicio secreto inglés en décadas. Y, claro, esa imposición de los tiempos que corren y cómo es posible que Bond deje pasar de largo al personaje de la palomita/halcona Ana de Armas (¿no habría sido interesante --puesto a reivindicación y empoderamiento-- que la cubanita violase a 007 y lo dejase tirado y cancelado en el malecón?). Y eso de que acabe, contagiado e hiper-tóxico, fulminado por racimo de misiles. Vamos: lo de Bond --en la vida y en la cama y en la muerte-- siempre fue cuerpo a cuerpo y hasta la Victoria (Queen) siempre.

TRES Viendo The French Dispatch of the Liberty, Kansas Evening Sun, Rodríguez no puede evitar el pensar una hipotética futura entrega de 007 dirigida por Wes Anderson. Y, sí, palabras como twee y cute parecen haber sido especialmente formuladas para definir lo de este texano; pero por qué no algún corte longitudinal de instalación top-secret o Bill Murray como satánico Dr. Ni o, mejor aún, como un Bond crepuscular y asqueado de todos y por todo. Y Rodríguez sigue sin saber si Timothée Chalamet le cae bien o si le resulta detestable. Y, sí, aquí lo mismo de siempre pero, al menos, una vocación cada vez menos frecuente en el cine de hoy: la de tener/mantener un estilo propio. Estilo que a esta altura, en el caso de Anderson (y a diferencia de ese otro gran Anderson, Paul Thomas, o de los hermanos Coen) ya bordea peligrosamente los filos del adjetivo como obligación de repetir tics y taras; como en lo felliniano o lo almodovariano pero nunca jamás en lo kubrickiano donde el estilo era el género a regenerar/degenerar en el nombre propio.

CUATRO Un tanto saturado por tanto almíbar colorido, Rodríguez se mete en Halloween Kills con el incombustible Michael Myers en plan visitador social, desparramo de tripas, y pueblerinos aullando"Evil Dies Tonight!" como si ya estuviesen más que listos para volver a tomar el Capitolio.

CINCO Días atrás Rodríguez había visto la nueva de Venom (pero no recuerda nada salvo el haber pensado que Tom Hardy parecía estar pensando todo el tiempo en que ojalá le toque el número de la lotería que años atrás convirtió a Robert Downey, Jr. de paria indeseable a multimillonario adorado por millones). Ahora, Eternals es la ya inevitable cuota/dosis de Marvelina (dieciocho entre las cien películas más taquilleras de la historia fueron destiladas en su nombre). Y Rodríguez no entiende nada. Entiende incluso menos que cuando escucha el último disco de Coldplay. ¿Se trata de una aproximación encriptada al duelo entre esclavo explosivo Jack Kirby y amo explotador Stan Lee? ¿Incluirá todo contrato de Angelina Jolie la cláusula de que todo personaje a interpretar deba tender algún trauma? Rodríguez leyó que en USA acaba de salir un libro --All of the Marvels: A Journey to the Biggest Story Ever Told, de Douglas Wolk-- en el que su autor se leyó el más de medio millón de páginas en los 27,000 números y sumando de las revistas publicadas desde 1961 por la editorial. E intenta (y parece que consigue) trazar un mapa/carta de navegación de todas las líneas narrativas y presentarlas como algo coherente y hasta iluminador. Rodríguez no lo va a buscar pero, si se lo cruza, seguro que lo compra. Y cuenta los días que faltan para el estreno de Spider-Man: No Way Home. Los trailers son buenísimos.

SEIS Mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez cierra esta tanda entrando a ver The Last Duel de Ridley Scott. ¿Es una gran película? Posiblemente no. Pero sí es una como las de antes: empieza y termina y cuenta una historia en dos horas y algo y tiene muchos primeros planos y la gente habla y se escucha y se contesta. Y está dirigida por alguien que, cuando era joven, quería ser director de cine para filmar películas. Así que sale de allí sonriendo y (¿qué se puede hacer salvo ver películas?) vuelve a casa para ir de la cama al living y encender la televisión y, en los noticieros, los alguna vez politólogos que devinieron en virólogos y vulcanólogos vuelven, parece, a ser poco efectivos especialistas en contagios y olas y cepas y todo eso. Bajando el volumen, Rodríguez se pone a ver cuáles serán los estrenos del viernes que viene. Después, se acuerda de ese famoso cuento de Delmore Schwartz, transcurriendo dentro de un cine donde se proyecta el film de una vida antes de la propia vida, como si se tratase del coming soon. Y, claro, el protagonista no quiere verlo porque sabe cómo termina.

 

Enseguida, Rodríguez daría cualquier cosa porque se cortase la luz (ese gran apagón que se anuncia) y olvidarse de todo: de la interminable y poco atractiva atracción principal y de que en los sueños que se proyectan empiezan las responsabilidades y sus faltas que nunca suelen tener buenas críticas.