En los territorios rurales, las mujeres, las lesbianas, las trans y las identidades no binarias estamos atravesadas por dos situaciones estructurales que se potencian entre sí: la desigualdad generada por nuestra condición de género y la violencia machista de la que somos víctimas. Entender esa doble opresión es el primer paso para pensar las violencias y las posibilidades de erradicarlas.

Partimos de una situación de desventaja y desigualdad por ser campesinas sin tierra debido a la falta de políticas públicas, por un lado; y por nuestra condición de género en una sociedad patriarcal, por otro. Por eso decidimos organizarnos dentro de nuestra organización, la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT), para poder tener algunas respuestas posibles ante un tema urgente.

Nuestro espacio de referencia es la Secretaría de Género, en la que participan las pequeñas productoras campesinas de la UTT. Tenemos a unas cien compañeras capacitadas y el proceso de formación continúa. Organizamos encuentros, formaciones y talleres que sirven como sostén y acompañamiento en la búsqueda de soluciones concretas a las problemáticas diarias que padecemos, tanto dentro como fuera del trabajo rural. Hay dos ejes principales: la desigualdad de género y la violencia machista.

Una de las iniciativas que encaramos fue la creación de un programa de promotoras rurales de género. La ausencia del Estado es muy notoria en los territorios rurales, al punto de que todas las instituciones que se construyeron a partir de la lucha y de la Ley de radicación de las violencias de género, son oficinas que atienden en las ciudades. En la ruralidad, directamente, no hay.

Frente a una situación de violencia, el grado de aislamiento que tiene una compañera agricultora es muy grande, con todos los agregados de la violencia machista y la falta de comunicación. En un territorio rural, todo eso genera que a veces tengamos casos fatales. Es muy importante que seamos las propias mujeres rurales las que podamos hacer los acompañamientos, que nos formemos y capacitemos, y que podamos acompañar a las mujeres cuando quieren hacer una denuncia.

También desarrollamos un protocolo para erradicar las violencias al interior de la organización, que ya comenzó a implementarse en todo el territorio nacional: hay que tener en cuenta que la UTT representa a más de 25 mil familias campesinas en el país. Como organización nos hacemos cargo de que la cultura machista, obviamente, está presente en las familias agricultoras. Entre otros aspectos, el protocolo detalla y ejemplifica los distintos tipos de violencias (física, psicológica, económica, política) y establece recomendaciones y formas de actuar ante estas situaciones. Esto va de la mano de talleres en todas las bases campesinas donde la UTT tiene presencia, destinados a mujeres y también a varones agricultores.

Es fácil decir que la violencia machista está fuera de las organizaciones, por eso nos pusimos a reflexionar sobre lo que sucede al interior de nuestra organización. En la UTT construimos un feminismo por la igualdad, popular y campesino, en el cual los varones tienen que formar parte. Nuestra tarea es transformar cómo entendemos los vínculos, las relaciones y las formas de actuar. En ese sentido, para nosotras y nosotros el trabajo con los hombres del campo es fundamental, por eso pusimos en práctica este protocolo, que es la herramienta que se lleva a todas las bases campesinas del país. Este protocolo es un hecho histórico en una organización campesina tan grande como la UTT.

Algo que nos parece valioso plantear desde la perspectiva campesina es la relación que observamos entre la violencia machista, que se expresa sobre todo en los cuerpos, y la violencia del modelo agroindustrial, que tiene sus efectos en los territorios y las poblaciones envenenadas por las corporaciones multinacionales y su paquete tecnológico de agrotóxicos.

Este modelo vigente deja suelos muertos y nos hace totalmente dependientes, porque como el suelo ya no tiene vida, cada vez más necesita de esos fertilizantes y plaguicidas tóxicos para poder producir, en una economía debilitada, con trabajadores y trabajadoras rurales sin acceso a la tierra y toda la situación de vulnerabilidad que padecen las familias productoras.

¿Cómo se expresa esto en las mujeres? Es un espiral de violencia que deja marcas en los cuerpos, con abortos espontáneos en repetidas ocasiones y el desgaste de tener que cuidar que nuestrxs hijxs no vayan a los cultivos porque están envenenados. La contraparte de esto es el fortalecimiento de la cultura machista en nuestras casas y situaciones de mayor empobrecimiento.

A su vez, muchas veces son los varones los que se resisten a cambiar este modelo basado en agrotóxicos por otro sustentable y agroecológico. Esto obedece a que, generalmente, son los varones los que compran estos paquetes tecnológicos, son ellos los que van a las agroquímicas y hablan con ingenieros (también varones) que recomiendan que los usen.

Las trabajadoras campesinas de la UTT entendimos hace rato que existe una alianza entre este modelo de agricultura que envenena y el patriarcado presente al interior de las familias. Así como existe un modelo productivo en el cual hay que dominar la tierra, contaminarla y depredarla para sacar un mínimo de ganancia, de la misma manera sucede con nuestros cuerpos.

Para poder cambiar este antiguo paradigma por uno libre de violencias, tenemos la convicción de que la salida es la lucha campesina colectiva, popular y feminista.