Desde las vísperas mismas del siglo XXI, América Latina se plantó como una región díscola al dominio casi absoluto del neoliberalismo a escala planetaria. Los estallidos sociales en el cambio de siglo y el ciclo de gobiernos populares que vivió la región durante la primera década dejarían como saldo un emparejamiento ideológico y una relación de fuerzas que ponen a nuestra región en una disputa abierta entre una derecha neoliberal cada vez más radicalizada y proyectos populares que resisten y se reinventan, diferente a la homogeneidad neoliberal que había caracterizado el mapa político en los 90, como también a la primera década del siglo XXI con el triunfo de gobiernos populares en casi toda la región.

Pensémoslo en nuestro país: el 19 y 20 de diciembre del 2001 y los doce años de kirchnerismo en el gobierno sentaron un piso político, cultural e ideológico más alto, que en buena parte explica la capacidad de reacción y la posibilidad de recomponer un proyecto popular cuatro años después de la derrota electoral del 2015.

Esta -que algunos llamaron «la excepción latinoamericana»- es una de las razones que explican el rápido debilitamiento del tercer ciclo neoliberal en el continente, los movimientos de protesta que enfrentan los gobiernos de derecha (como los de Chile y Ecuador, en 2019), como el retorno de experiencias populares de gobierno (México, en 2018; Argentina, en 2019; Bolivia, en 2020).

Por supuesto que en política nunca nada está dicho de antemano y son muchos y grandes los desafíos que tiene el movimiento popular. Pero lo cierto es que nuestra América Latina, con sus avances y retrocesos, sigue siendo un faro de esperanza y un lugar de intensa experimentación popular para un modelo político, económico, social y cultural alternativo al neoliberalismo.

Ahora bien, frente al momento histórico que nos toca vivir, partimos de una certeza y proponemos dos desafíos.

La primera: tenemos que volver a pensarlo todo de nuevo y de manera audaz. Si algo hizo visible la pandemia es la desigualdad estructural de nuestras sociedades, poniendo en crisis y en evidencia los límites en la manera de pensar y actuar sobre la realidad. Para ello, tenemos dos grandes desafíos. Por un lado, urge un nuevo paradigma político fundado en una ética de la igualdad, como acto, principio y punto de partida, y no como un fin o promesa que nunca termina de llegar. Es decir, un paradigma que entienda la igualdad como algo más que un horizonte, como suelen afirmar las posiciones biempensantes o políticamente correctas, mientras practican y reproducen cotidianamente jerarquías, privilegios, relaciones de dominación y elitismos varios.

Una radicalidad política nueva, diferente a la de los años setentas, pero también a la de hace quince años atrás. Un paradigma que implique una práctica más sustantiva, presencial y sensible como formas imprescindibles de la política, frente al vaciamiento, formalización y colonización de la política por el mercado, los grandes medios de comunicación y el esteticismo de las redes sociales. Un humanismo militante frente a un neoliberalismo que se nos presenta cada vez más salvaje, autoritario, violento, elitista y antidemocrático.

Por otro lado, debemos ser capaces de construir una episteme popular como respuesta a la crisis teórica de nuestro tiempo. Una forma de conocimiento abierto a la novedad, sin definiciones últimas y en permanente estado de apertura, porque lo peor que podemos hacer es reemplazar el pensamiento único neoliberal de nuestro tiempo por otro pensamiento único, como ya nos pasó en buena parte del siglo XX.

Un pensamiento situado, autónomo y creativo, parido desde nuestras luchas y deseos, capaz de dialogar críticamente con las filosofías políticas y pensamientos de todo tiempo y lugar, y saber conjugar -con inteligencia y astucia- coraje y riesgo con rigurosidad y auto exigencia.

Todo bien con los Badiou, Toni Negri o Žižek -son lecturas que hay que hacer y textos para debatir, por supuesto-, pero resulta llamativo que sean las únicas referencias teóricas en buena parte de las intervenciones/artículos/libros que en nuestros lares pretenden pensar los desafíos presentes (en paralelo a la ausencia de la larguísima tradición de debate y pensamiento latinoamericano).

Rodolfo Walsh llamó «déficit de historicidad» a esta ausencia. Por nuestra parte, nos resulta difícil (imposible, diría) pensar una praxis y la realidad concreta, con la apertura, transgresión y novedad que nuestro tiempo exige, sin los textos, voces y debates de la política y el pensamiento latinoamericano, desde un diálogo horizontal y en pie de igualdad con las tradiciones críticas del pensamiento y las filosofías políticas contemporáneas (sean pos estructuralistas, pos marxistas, neo marxistas o pos políticas), que a esta altura y en función de lo que algunos de sus exponentes vienen diciendo, no dejan dudas sobre la vitalidad, fecundidad y actualidad que tiene la política y el pensamiento latinoamericano para una reflexión y práctica política a la altura de los desafíos que nos presenta el mundo.

Pese a lo que se suele decir, lo popular en las periferias tiene una potencia creadora (política, cultural y teórica) difícil de encontrar en otro sector de la sociedad. Algo de esto dijo Lula cuando sostuvo que «los pobres no son un problema, sino la solución».

Radicalidad epistémica y política imprescindible para los tiempos que corren y la suerte de las democracias contemporáneas. Reposición de lo plebeyo como sujeto político y teórico. Inversión de la tesis del poder que a lo largo de los siglos justificó su dominio sobre la base de situar la causa de los males, atrasos y problemas en las clases populares. No como un acto romántico, de condescendencia, idealización o victimización de lo popular, que en definitiva termina por condenarlo a un lugar de pasividad e impotencia, merecedor de la asistencia ilustrada de «los que saben», clausurando la condición de sujeto político activo, protagonista y creador de hechos históricos, políticos, intelectuales y culturales.

Por el contrario, una episteme popular significa asumir al pueblo en sus contradicciones, ambigüedades, pasajes, contingencias, vueltas y grises, propias de las formas que constituyen la condición humana, real, de carne y hueso. Decisión política y teórica, convicción profunda de que, en el encuentro con lxs otrxs, brota lo mejor de cada uno y nace el pensamiento transformador, que en los restos de la sociedad, en los que no encajan y quedan afuera, yace toda la potencia transformadora de la política y el pensamiento.

Frente al elitismo político y epistémico, en sus formatos de derecha o progresista (que a su manera comparten la inferioridad de lo popular y la desigualdad de las capacidades), el desafío de nuestro tiempo pasa por forjar una política de la igualdad y una teoría política popular (como causa y efecto una de la otra, y viceversa), condición necesaria para un nuevo encuentro entre política y pueblo.

* Sebastián Artola es politólogo y docente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). El texto precedente es parte del prólogo de Teoría, política y militancia. Apuntes sobre el movimiento popular, publicado por Último Recurso.