Leer Trilogía es bastante parecido a meterse en un túnel, es un viaje que las palabras -iguales a esa luz breve que atesoran los pasadizos- agitan para revolucionar los sentidos. Un triple recinto donde se nace, se vive y se muere. Geometría de los tres tiempos. Destreza del desesperado (el primer relato de la trilogía) abre el juego con una cita de Beckett y es el anticipo de lo que Milita Molina desplegará a sus anchas en páginas seguidas: la historia de una voz que murmura recuerdos de una escribiente sin pluma ni tinta, pero con las yemas de los dedos manchadas de citas literarias apoyadas sobre las teclas de un artefacto que sirve para enumerar. ¿Quién sabe algo del vacío del tiempo? La voz se enoja y maldice antes de que la copla del desesperado, “culebra sangrante”, se suba con traje de prosa al escenario y sea teatral, orillera y el ruedo de una ropa gaucha que levanta polvo mientras las palabras movedizas ganan terreno con presunciones de memoria. 

A Milita Molina (Santa Fe, 1951, autora de Melodías argentinas y Mi ciudad perdida, entre otros libros publicados) le gusta la voz de las palabras, y le gusta también cómo suenan los nombres propios: Alberto Ure, Molloy, Omar Chabán, Baudelaire, Gato Barbieri, Santa Fe, Osvaldo Lamborghini, Hernández. La lista que incluye la palabra papá, no termina ahí, hay que descifrar el recorrido de las lecturas a las que alude y comparte para descubrir que es una lista casi tan eterna como la vigilia.

El segundo relato, La Bola de Fuego, tiene reminiscencias mágicas no sólo por la cita hechicera de Marina Tsvietáieva sino porque es donde arde el zafarrancho sagrado que la literatura hace en nuestras cabezas. “…la cabeza toba no sangra porque ya sangró todo -¿¡Dónde está la sangre de la cabeza toba!? ¿Por qué está así como de cuajo embalsamada?”. Un motín intenso, una declaración sobre las formas (¡óyeme mi oíme!) que arrastra las palabras a la Tabla de Esmeralda y las devuelve comestibles. Que cada cual atienda su juego y mastique lo que quiera masticar. 

Tierra adentro es el último de la triunidad (es en vano querer hablar de cada uno de los relatos por separado, cuando tengan el libro entre las manos descubrirán que es una venturosa mezcolanza) y es Reinaldo Arenas quien regala la frase que desembucha las preguntas sobre la sintaxis, las comas ociosas y la educación sentimental de las palabras que improvisan los recuerdos que perduran en pérdida pura. Pensar en las palabras es como pensar en los colores: el verde melón llama a la menta, la menta a la arveja, la arveja al ajenjo y el ajenjo al arsénico. Pensar en literatura es pensar en más literatura. Una comilona de enamoradas y enamorados que no quieren ni pueden (ni deben, aunque suene a convención) sacarse de la cabeza a la escritora o al escritor que tienen adentro. Ni Molina a Lamborghini ni Lamborghini a José Hernández. En Trilogía conviven un edén de fantasmas nítidos y de libros leídos y vueltos a leer en el hormigueo del amor perdurable con un listado de flirteos y rabias de un yo literario que regala signos y caminos. Pasen y vean. No, mejor: pasen y lean.   

Trilogía

Milita Molina

Editores Argentinos

156 páginas