Quien se haya topado con alguno de los escritos de Monique Wittig sabrá que no son textos cómodos, ni fáciles, ni transparentes, ni condescendientes. No hay benevolencia en su pluma convulsa, tampoco un intento por agradar o suavizar la rispidez a la que nos arrojan. En todo caso, y en esto parecen encontrarse textualidades tan diversas como la de sus ensayos, ficciones y obras de teatro; lo que sí abunda es un pulso conmovedor, un gusto por la complejidad, una erótica fugitiva y una apuesta por la opacidad como política escritural.

Es esta tesitura la que nos encontramos nuevamente en “París, la política”, recientemente publicado por la Editorial Asentamiento Fernseh, y cuya traducción inédita hasta ahora en nuestro idioma está a cargo de vic sfrizo, activista y traductor lesbiano. El texto de Wittig está acompañado, y así re-situado, por un “Prólogo” de la activista y escritora tortillera val flores y una “Nota de traducción” de sfrizo que cartografían el territorio local en el que se pone a rodar este texto-intervención.

Wittig fue una importante activista lesbiana y feminista francesa que no sólo formó parte en los 70 de los inicios del “Movimiento de Liberación de las Mujeres”, sino que también contribuyó a la creación del primer grupo de activismo lésbico parisimo en 1970, “Feministas revolucionarias”, luego devenido “Gouines Rouge” (“tortas rojas”) en 1971. Su pluma y su pensamiento han cruzado el feminismo materialista y el lesbianismo radical, con la ciencia ficción y la poética activista.

Entre sus obras más conocidas se encuentran las novelas Las guerrilleras (1969) -reeditada por Hekht en 2019- y El cuerpo lesbiano (1973) -también Hekht, 2020- , y la compilación de sus textos teóricos en el libro El pensamiento heterosexual y otros ensayos, publicado por primera vez en inglés en 1992, y traducido al francés recién unos ocho años después. Este avatar de la traducción a su “propia” lengua no es menor. Da cuenta del proceso de migración que llevó a Wittig a los Estados Unidos en 1976 (movida por su alejamiento del movimiento de mujeres parisino y del feminismo de la diferencia que imperaba en la teoría feminista), a la vez que da muestras de la resistencia que muchas de sus ideas produjeron en su país de origen y particularmente en el movimiento hegemónico de mujeres.

Y es en este contexto de polémica con las prácticas y posiciones teóricas del feminismo francés, citadino y heteronormado, donde se inscribe “París, la política”. Esta extraña obra de ficción aparece por primera vez en 1983, en la revista francófona “Vlasta”, que le dedica a su obra un número especial en el que se incluye este texto (junto a otros de sus escritos), y puede ser leída como una pieza clave para comprender el tenso, visceral y corrosivo vínculo que mantuvo Wittig con el activismo feminista francés, y con ciertas prácticas políticas que han calado hondo también en el movimiento lésbico. Como nos cuenta vic sfrizo, faltarían 15 años desde su aparición en esta revista para que el texto devenga libro en Francia, y unos treinta ocho para hacerlo en nuestras latitudes.

Esa ironía feroz

“París, la política” es una obra de ciencia f(ri)cción feminista en la que se suceden una serie de escenas-metáforas que, en clave grotesca y paródica, ofrece una mirada sagaz y nos incita a probar el gusto amargo de la política feminista francesa, protagonizada por personajes tiránicos y cruentos como “las judas”, o fanatizados e idólatras como “las celosas”. La colección de fragmentos sutura una crítica política punzante y un arduo trabajo experimental con la escritura y la gramática (al que se han dedicado con obstinación las obras de ficción de Wittig).

La seguidilla de imágenes (des)compone un potente y erosivo campo de reflexión en torno a las prácticas y los discursos feministas, sobre cuyas vísceras ha rumiado con lasciva insistencia la política escritural wittigiana. Como señala val flores en el prólogo: “Con una ironía feroz y lapidaria, Wittig implosiona la arquitectura corporal de un modo de hacer política, en el que ella misma estuvo implicada y que, de algún modo, alentó. A través de una serie de fragmentos aferrados al fracaso y al destrozo lubrica una crítica incisiva a un fanatismo esclerotizado en un credo militante que aúlla que los colmillos de la “manada” también desgarran hacia adentro.”

Una ciencia ficción capaz de operar como una máquina de guerra crítica.

El sanguinario “carnaval” (feminista) que inaugura la obra; la descripción cruda de “las judas”, “las celosas”, “las extranjeras” y “las ocupantes de sillas pequeñas” (entre otras); las preguntas filosas y las torsiones lingüísticas que se cuelan en esta ficción; nos contagian la asfixia y el dolor que experimenta Wittig frente a cierto modo cruento y excluyente del hacer político. “Las tripas explotan una detrás de la otra. Si se trata de las tripas, ahora han estallado todas y cuelgan”, escribe Wittig, mientras su pluma expone las vísceras ensangrentadas de la política feminista post mayo francés. En este texto, nada parece quedar en pie (ni la propia Wittig), y el escalpelo literario se clava en la carne herida de un feminismo citadino que huele a fracasos, tiranías y crueldades intestinas.

En estas páginas, lejos de toda mirada romantizada o piadosa, lx lectorx se abismará a oler los gestos hediondos y las miserias extendidas que también, lo queramos admitir o no, atraviesan nuestras prácticas y sueños feministas, aquí y ahora.

Políticas tortilleras de la traducción

El primer registro tortillero de traducción de Wittig en nuestro contexto se encuentra en la tapa del segundo número de nuestros ya míticos Cuadernos de existencia lesbiana (primera publicación lésbica en nuestro país). Esos fanzines que motorizaron Adriana Carrasco, Ilse Fuskova y Josefina Quesada irrumpieron por primera vez en la escena feminista porteña en la marcha del 8 de Marzo de 1987, como una intervención directa al heterocentrado (y closetero) activismo de mujeres-cis que hegemonizó la escena feminista en los años 80 (y también en los años 70).

Podríamos decir que esta primera aparición de Wittig signa el derrotero de un vínculo fértil y prolífico: ese que liga la disrupción wittigiana con los activismos lésbico-disidentes de nuestra escena local, al tiempo que une el quehacer militante tortillero con el trabajo de traducción y circulación contracultural de escrituras y saberes minoritarios.

Los ecos de Wittig volverán con insistencia: resonarán en los alaridos desde el sur de las “fugitivas del desierto” (colectiva tortillera neuquina que activó en los 2000) y también en las un poco más cercanas “Celebración de las amantes, Jornadas de orgullo y disidencia lésbica” que tomaron las ciudades de Córdoba y Rosario en los años 2012 y 2014, y que fueron movilizadas por activistas lesbianas como Gabriela Adelstein, val flores, Ma. Luisa Peralta, fabi tron, Canela Gavrila, Stella Labruna, Amalia Salum, Irene Ocampo y Naty Vilá.

El imaginario político-ficcional de Wittig ha sido -y es- un deleite para nuestras lenguas tortilleras sudacas, una inspiración y una respiración a contra-tiempo de los modos institucionalizados y muchas veces burocratizados de una parte extendida del activismo feminista, de mujeres y LGTB+.

Frente a la hegemonía de la lengua del derecho, en las grietas escurridizas de unos activismos que se resisten a hablar únicamente el lenguaje de las instituciones estatales, se ha extendido y explorado ese gusto wittigiano por torcer -y fugar de- la matriz jurídica y la narrativa de “la conquista” de derechos.

Y es allí, en esta tra(d)ición crítica y exploratoria de producción activista donde hay que inscribir la traducción y puesta en circulación de los textos de Wittig; y particularmente de “París, la política”. De hecho, amén del reconocimiento y legitimación académica que adquirió Wittig en Francia y Estados Unidos con el correr del tiempo, en nuestro contexto aún hoy circula principalmente entre activistas lesbianxs y es una figura mayormente ausente (con algunas excepciones) en nuestras academias y el canon que sostienen.

El imaginario político-ficcional de Wittig resuena en la militancia tortillera local con insistencia lacerante y apasionada ambigüedad: se anuda con fuerza a los movimientos de auto-crítica, y se imbrica con el intento de explorar otras maneras de hablar, hacer y sentir lo político (y la escritura). Por eso es tan importante re-situar la aparición de esta traducción de “París, la política” en la apuesta de un activismo sexo-disidente que aún hoy, y a contrapelo del relato oficial feminista y LGTB+, se resiste frente a la demanda de narrativas heroicas y promesas salvíficas de la revolución, para arriesgarse a la palabra incómoda, la duda, la revisión, el tartamudeo, e incluso el lamento.

fragmento del prólogo de val flores

“París, la política” sale de las manos de una editorial feminista pro-sexo que, como señalan sus editores (emma song, Noe Gall, Beto Canseco, César Tisocco y Victoria kolo Dahbar), apuesta ”a una circulación de los textos bajo licencias abiertas y libres, porque entendemos que la potencia política de los libros, con frecuencia se ve menoscabada en las transacciones económicas y legales entre editoriales. Queremos creer que así como podemos armar otras comunidades feministas, también podremos armar comunidades editoriales donde las palabras circulen con otras leyes que no sean las del mercado.” No ha de extrañarnos tampoco que su traductor sea una activista tortillero. Frente a la pregunta de por qué traducir a Wittig, aquí y ahora, vic sfrizo responde:

v. s.: Los textos de Wittig siguen operando como un caballo de Troya, como una máquina de guerra, al interior de la literatura y del lenguaje, incluso en un contexto crono-geográfico distinto al de la escritura que los forjó. De algún modo, Wittig observa y describe, entre fragmentos de un mirar, el modo en que se hace política y su relato no es exclusivamente para las lesbianas, sino que piensa lo político sin un rumbo identitario. En nuestro contexto, la pregunta por los modos de hacer apenas la oímos. De un tiempo a esta parte le está dando cuerpo val flores, con sus modos fugitivos de hacer teoría, pero aún no se instala en las lenguas de nuestros activismos. Creo que ahí hay una potencia, en astillarse la práctica política con esa pregunta incisiva y ver qué nos pasa con eso, qué tiempos, qué gestos, qué afinidades aparecen y se despliegan.

Wittig pone a rodar una “yegua de troya”, para retomar una expresión de la antropóloga feminista Catalina Trebisacce, en la que el corte cala hondo y el lenguaje se sale de quicio. La pensadora que sostuviera que “las lesbianas no somos mujeres”, vuelve con furia a incomodar con su lengua tartamuda. Por eso, traducir a esta escritora que desmiembra la política feminista y también las reglas y los usos extendidos (y domesticados) del lenguaje, no es un desafío menor. De allí la siguiente pregunta: ¿Cómo fue la experiencia de traducción de este texto, un escrito que, como señalás en el libro, despliega una escritura de la opacidad?

v.s.: Atreverse a traducir un texto en el que Wittig despliega la increíble habilidad que tiene para hacer que el lenguaje diga entre las palabras, y no únicamente mediante ellas, solo fue posible gracias a la buena compañía de algunas afinidades muy singulares. Ese texto fue traducido con el andamiaje de un grupo de estudio que conformamos con emma song, de la editorial Asentamiento Fernseh, y Rocío Stefanazzi. Tardamos mucho tiempo en leer la obra de la autora, y la traducción requirió mucho más hasta llegar a una versión que operara políticamente, que nos arrojara a la máquina de guerra que es ese texto. Dicho en pocas palabras, esa traducción tiene años de macerado, en una temporalidad a contracorriente del mercado editorial y la prisa por el decir de los catálogos.

La escritura de Wittig anida en la opacidad, habla a través de un conjunto de metáforas que duplican sus sentidos en polisemias. Trabajar con una escritura así fue, en términos traductivos, un deleite. Las reflexiones de traducción suelen nutrirse de los fragmentos complejos, esos en los que aparece el abismo entre las lenguas y los contextos culturales, y este texto pareciera estar compuesto únicamente de esos fragmentos. Digamos que fue una inmensa fuente de reflexión, un sentarse a tomar café, mate y whisky con Wittig durante tardes, noches y algunas mañanas trasnochadas, un dejarse trastocar el cuerpo (concretamente la lengua) con París-la-política. “

Traducir en apasionada complicidad política a Wittig hoy, y desde el sur, es una intervención cultural y política situada. De allí la pregunta al colectivo editor: ¿Por qué decidieron incluir este texto de Wittig en el catálogo de la editorial (que tiene una fuerte apuesta por la producción local) y puntualmente en la colección “Traiciones”?

Equipo editorial del AF: El lenguaje no es sólo el idioma en el que se escribe, ni el tiempo en el que se enarbolan las ideas, es ese entramado de cuerpos, discusiones, redes que hacen posible la circulación de las ideas. En ese sentido, Wittig, por más que escriba en francés, y 30 años atrás, habla nuestra lengua, la lengua tortillera irredenta, esa que es un arma de guerra, un caballo de troya, esa que interpela, Wittig, es una de nosotr*s.

Por eso aparece en Traiciones, una colección de traducciones, que propone una circulación diversa de textos producidos en otras latitudes, rearmando cercanías y distancias. El próximo texto de esta colección es Porno, blues y chicas malas, de varixs autores pro-sexo, traducido por Beto Canseco y César Tisocco, que repone el espíritu de las discusiones feministas prosexo en Estados Unidos de la década del ‘80, como un modo de poner en escena matrices de un debate sumamente urgente y actual en cuanto a la sexualidad y a la moralidad.

¿Qué nos puede aportar, aquí y ahora, un texto como “París, la política”?

Equipo editorial del AF: “París, la política” tiene resonancias actuales y diferidas. Nos invita a aquel ejercicio benjaminiano de poner el freno de emergencia, un freno que es también la imaginación de otros posibles. El desencanto, el enojo, son también pasiones potentes, porque llevan a la relectura, a un rumiar propio de la lentitud, que en ese camino va intentando otro juego con lo que podemos ser. En esa dirección, aparece la ironía como la lengua que puede decir lo indecible de nuestras miserias políticas feministas. Irrumpiendo en el monolingüismo que la relación entre los feminismos y el Estado propició -aquí hoy, y allí en la Francia de los ‘80-. Hay una retórica que aún continúa siendo inaudible, una lengua que fue domesticada: a Wittig este texto le costó una manera del exilio; la lengua de la ironía funciona aquí como lengua del exilio que puede vociferar lo que -aún hoy- molesta escuchar. val flores en 2019 nos incitaba a pensar el presente de los feminismos en una tensión entre la fascinación y el desencanto. París, la política, más cerca del desencanto, parece preguntar, desde su propia lengua, quiénes hemos sido hasta ahora, cómo creamos comunidad, y qué efectos puede producir volver a pensar nuestras prácticas.

En el texto de Wittig hay melancolía y dolor, incluso una mirada sacrílega frente a lo que para muchxs es venerable. Pero aún en este texto, plagado de furia y desencanto, habita ese erótico e incontenible deseo de fugar de la pulcritud, la linealidad y la promesa de resolución que cierta narrativa ha instalado en nuestros movimientos socio-sexuales, y no sólo en el feminista. Wittig no declina nunca la potencia de explorar otras imágenes, otras miradas, otros horizontes y ficciones políticas; aun cuando no haya certezas ni lugares seguros, aun cuando hayamos atravesado el fracaso y la decepción. Quizás por eso cierre esta fábula sobre la política parisina (y la imaginación) feminista con afirmaciones temblorosas y preguntas incómodas:

 

¿Pues, ¿adónde fugarse, adónde esconderse? ¿Y contra quién, contra qué defenderse? ¿Protegerse contra sí misma, contra sus propias manos, contra su propia lengua? No hago apología de las judas. Me hallé entre torres de estiércol cediendo a su fascinación por gritar cuidado en el vértigo que puede producirse cuando la desagregación del sentido está operada por las palabras, las mismas palabras que lo habían constituido. No hago apología de las cómplices celosas porque hubo forzosamente un momento de conciencia en el que eligieron abdicar a su voluntad y libertad, privándose del poder de invertir los amos una vez que aceptaron a las amas. No hago apología de las ocupantes de las sillas pequeñas porque pusieron a la política en el lugar de lo político. No encontré ninguna moral en mi fábula sino solo como en filigrana el trazo de un principio que los resume a todos y que es: ni dioses ni diosas, ni amos ni amas.”