El demoledor fallo de la Casación, encabezado por el juez Daniel Carral y secundado por su par, Ricardo Maidana, desnuda en verdad una trama política-judicial-policial que hubo detrás del caso. Pero, además, tienen preso desde hace más de cuatro años a un inocente, Marcos Bazán, defendido hasta por las organizaciones feministas y de derechos humanos, algo más que meritorio tratándose de un caso de violación y femicidio. Todos, su pareja, sus amigos, sus compañeros de trabajo, se movilizaron por su inocencia a los tribunales de Lomas de Zamora y La Plata hasta que, por fin, un juez -Carral- se decidió a revisar en serio lo actuado.

Carral se encontró, por ejemplo, con frases de los jueces anteriores que transcribían como fundamento que “los perros no mienten”, siendo que el instructor del can, Diego Tula, marcó que Anahí fue introducida por la calle Garibaldi a la reserva de Santa Catalina, pero la cámara que justito filmaba esa entrada no registró para nada que a la chica la hayan metido, secuestrada, por ahí. Igual, los jueces condenaron a reclusión perpetua a Bazán, pese a que ya tenían preso al supuesto violador -hasta se verificó el ADN- y femicida, Marcelo Villalba. Con otro ingrediente adicional: no existía vínculo alguno entre Villalba y Bazán. Ni un mensaje ni una llamada, apenas una señora -que no testificó en el juicio- que dijo que su sobrino le contó que se conocían. O sea, oídas de oídas.

Por eso, el caso requiere poner sobre la mesa la trama política-judicial-policial y, cuando no, con su pata mediática.

La desaparición de la adolescente el 31 de julio de 2017 produjo conmoción. Estaba en todos los canales, todo el día. La búsqueda era en vivo y en directo.

El gobierno de María Eugenia Vidal quería -necesitaba imperiosamente- mostrarse distinto a las administraciones peronistas anteriores y a otro caso emblemático que se manejó de manera desastrosa y, en verdad, nunca se esclareció: el de Candela Rodríguez. De manera que la desaparición tuvo, de entrada, toda la presión política.

El procurador macrista Julio Conte Grand, el mismo que almorzó con Mauricio Macri hace unos días, asumió como jefe de los fiscales a fin de diciembre de 2016. O sea que éste era su primer caso espinoso. Y, para colmo, de la mano del aparato judicial de Lomas de Zamora, algunos de cuyos integrantes protagonizaron, de la mano de la Agencia Federal de Inteligencia, la ofensiva para meter presos a Hugo y Pablo Moyano.

Curiosamente, la Bonaerense fue apartada -de hecho- de la investigación y todo se hizo bajo órdenes de la Policía Federal, es decir el área de Patricia Bullrich. El control del macrismo fue total.

Fiscales, jueces y policías arrancaron en el caso Anahí, metiendo preso al profesor de matemática de la chica. Tenía que ver con que la joven y el docente mantenían diálogo. Lo dejaron en libertad a las 24 horas porque no encontraron nada de nada.

Poco después metieron preso a Bazán, con el argumento de que el perro Bruno -según su entrenador- marcó la casa de Bazán, ubicada junto a la inmensa reserva Santa Catalina de Lomas de Zamora. Sus amigos salieron en su defensa, su novia Florencia consignó que estuvo en esa casa algunos de los días en que Anahí no aparecía y no se encontró vínculo alguno entre la adolescente y Bazán. Aún así, no hubo caso, el aparato judicial lo dejó preso, sobre todo en base al prejuicio de que era medio hippie, fumaba marihuana y plantaba hongos.

Pero en paralelo fue avanzando la investigación sobre el celular de Anahí, un trabajo que hizo -hay que decirlo- la Policía de la Ciudad (CABA). Se descubrió que alguien lo estaba usando con otro chip, allanaron el lugar y el joven que tenía el aparato consignó que se lo había regalado su padre, Marcelo Villalba, un personaje violento y “loco”, como lo tildaron hasta sus exparejas. Después, como hubo violación, y se encontró material genético, se verificó la autoría de Villalba por medio del ADN. El hombre, además, registraba antecedentes y las pruebas terminaron siendo demoledoras.

Pese a que tenían al presunto violador y femicida, a Bazán no lo dejaron en libertad. Sus amigos, sus compañeros de trabajo, su novia y organizaciones sociales -incluyendo agrupaciones feministas -marcharon a los tribunales reivindicando su inocencia. En Lomas de Zamora se hizo un juicio grotesco, en el que maltrataron a todos los que testificaron a favor del detenido, amenazándolos antes y después, con acusarlos de falso testimonio. Lo que querían es que los amigos declaren que Anahí conocía a Bazán y que la joven tenía una vida oculta, pero los chicos decían que nunca la adolescente mencionó al imputado ni tenía una vida que no conocieran sus compañeros. Finalmente, como detalla Carral en su fallo, direccionaron todas las pruebas y dictaron un veredicto vergonzoso.

La pregunta, entonces, es obvia: ¿por qué se empeñaron en dejar preso a Bazán y lo condenaron a perpetua teniendo ya a Villalba, supuesto violador y femicida?

La única respuesta posible es la trama política-judicial-policial-mediática. No quisieron dar el brazo a torcer reconociendo que toda la parte inicial de la investigación fue un show para dar por resuelto el caso de forma falsa. Los jueces y fiscales no quisieron admitir que su investigación fue una vergüenza, el gobierno de Vidal no aceptó que se trató de un armado, los policías eran reacios a sostener que una especie de hippie -ya se sabe lo que suelen opinar de los jóvenes- no tuvo nada que ver y el grupo mediático, aliado del macrismo, hace de coro aunque la partitura esté equivocada.

Seguro que habrá voces en contra del fallo de Casación porque el aparato macrista por supuesto convenció a parte de la familia de Anahí, dolorosa víctima de esta catástrofe. A esos familiares, los voceros mediáticos, tratarán de utilizarlos para lavar sus culpas. Pero lo urgente ahora es que Bazán recupere la libertad y se haga un nuevo juicio en el que al final esté sentado Villalba en el banquillo, dado que en estos años se lo declaró inimputable por problemas mentales. Ahora, dicen los psiquiatras forenses, está en condiciones de afrontar el proceso.