John Maynard Keynes, probablemente el economista más influyente del siglo XX, creía que los funcionarios públicos y políticos, típicamente hombres de edad avanzada, estaban dominados por sus acontecimientos inmediatos y hacían poco espacio a las nuevas ideas. Sin embargo, pasado el tiempo, para bien o mal, serían las ideas y no los intereses creados, las que gobernarían los destinos sociales. 

En su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), Keynes señala que “los hombres prácticos, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, son usualmente esclavos de algún economista difunto”. ¿Aplica esta máxima keynesiana al saber y hacer economía en Argentina?

Ideas

Una parte importante de quienes hacen historia económica argentina cree que desde la Gran Depresión hasta la inmediata posguerra los funcionarios a cargo del área económica en el país siguieron de cerca las ideas del economista británico. Se justifica esta idea a partir de la dirección anticíclica de determinados aspectos de la política económica nacional posterior a la crisis de 1929, en particular desde los planes de reactivación económica, la política de las juntas reguladoras y la dirección del crédito por parte del BCRA. El argumento se apoya también en la referencia de algunos hombres públicos de la época, que décadas después de sus intervenciones manifestaron directamente haber sido influenciados por las ideas de Keynes, como Raúl Prebisch o Alfredo Gómez Morales.

Es notable que incluso en aquellos países de habla inglesa que fueron precisamente objeto de atención del propio Keynes la mayor parte de su vida, incorporaron a su acción política algunas de sus principales ideas recién hacia fines de la década de 1940. Argentina sería el raro caso de un país al que Keynes no dirigió mucha atención pero que habría recibido sus enseñanzas teóricas más novedosas para ponerlas en práctica en tiempo real en uno de los dos contextos económicos más turbulentos que tiene memoria la historia del capitalismo.

Para quienes estudian la historia económica de nuestra nación debe resultar más impactante el consejo que Keynes dio al Tesoro y al Banco de Inglaterra acerca de incumplir los pagos en moneda internacional de la deuda externa británica, que dieron origen al problema del bloqueo de las libras esterlinas y que desembocó en la compra de los ferrocarriles por parte del Estado argentino. Parece que Keynes recomendó rechazar las garantías de oro contenidas en las deudas británicas y “patotear” a los países sudamericanos para que acepten condiciones impuestas unilateralmente por Gran Bretaña. ¿No es este hecho más interesante para indagar las influencias keynesianas en la política económica local?

Más allá de la conocida prepotencia financiera británica, hay pocos elementos para concluir que al menos hasta 1955, tanto en la teoría como en la práctica, este economista tuviera un papel suficientemente importante en la vida económica de la Argentina. Para colmo, en 1956 comenzaron las relaciones de Argentina con el FMI, institución que se alejó todo lo que pudo de las ideas keynesianas. En aquel contexto, lo mejor de su teoría sirvió para construir una prédica crítica en una parte importante de la profesión hacia las políticas de austeridad distribuidas por el organismo internacional.

Aulas

Desde 1913, la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA fue el lugar donde decenas de futuros hacedores de política económica formarían sus bases intelectuales. La centralidad de la UBA en la constitución de elites no era nueva. En la formación de abogados existía un gran contenido económico que fue trasladado a la FCE, pero ésta aún no creaba economistas de manera formal, sino a través de los estudios para contador y doctor en ciencias económicas, que incluían contenidos orientados a los problemas públicos. La realidad es que en aquellas aulas Keynes aparece poco. En el mejor de los casos, fue uno de los tantos economistas extranjeros que se estudiaron.

Desde 1920 se abandonaron los aportes del historicismo alemán y las cátedras de economía se volvieron hacia las influencias de Wilfredo Pareto. El marginalismo paretiano triunfó al menos hasta la Gran Depresión, pero la versión de Keynes como portador de ideas para operar sobre la macroeconomía a través de la política fiscal apareció de forma completa recién varios años después en los cursos de Prebisch de mediados de los años cuarenta.

De manera previa, a principios de los años treinta, la posición intervencionista que Keynes reclamaba a los Estados se conocía en la FCE-UBA a partir de la publicación del artículo La política económica en Gran Bretaña, enviado exclusivamente a la revista universitaria. En la misma revista se publicó en 1938 el debate entre Abba Lerner y Gustav Cassel sobre el lugar de la Teoría General… Por lo demás, el economista circuló en los cursos principalmente con sus dos libros: el Breve tratado sobre la reforma monetaria de 1923 y Tratado sobre el dinero de 1930 junto a otros escritos menores. 

La Teoría General… llegó tarde a los cursos, y cuando lo hizo, se encontró con más críticos que adeptos. El propio Raúl Prebisch, la palabra sobre Keynes más autorizada de Argentina, después de haber estudiado en profundidad la Teoría General… y publicado su propio libro acerca de esta obra, decía en 1948 que “al poco andar descubrimos también en América Latina que el genio de Keynes no era universal”.

La escasa recepción en los estudios superiores de las ideas que le hicieron fama a Keynes contrasta apenas con lo ocurrido en el ámbito de la política económica. En la Conferencia Económica de Londres de 1933, Keynes propuso llevar adelante una política activa de incrementos de gastos públicos en varios países al mismo tiempo, logrando la escala suficiente para que aumenten los precios y salir de la crisis. Era una respuesta global, que perdería su efecto si se traducía en esfuerzos nacionales descoordinados y mediados con devaluaciones y protecciones comerciales. 

Prebisch participó de aquella conferencia y al regreso a Buenos Aires escribió casi todo el Plan de Acción Económica Nacional que involucraba acciones del Ministerio de Hacienda y de Agricultura dirigidos por Federico Pinedo y Luis Duhau respectivamente. Según sus recuerdos mucho tiempo después, fue “un plan keynesiano para expandir la economía y controlar el comercio exterior, trabajando con una política muy selectiva de tasas de cambio”.

Planes

¿Qué tenía de keynesiano el Plan de Acción Económica Nacional? En primer lugar, se orientó a una “consolidación de las finanzas” mediante canjes de deudas, luego instrumentó controles de cambio que con las juntas reguladoras darían estabilidad a los precios relativos de las exportaciones, y recién en un tercer lugar de importancia, se describieron planes de obras públicas orientados a disminuir el desempleo, aunque financiados con recursos preexistentes. El cuidado que tuvieron Pinedo y Prebisch en no expandir demasiado la actividad fiscal por temor a un brote inflacionario ocurrió tanto en 1933 como en el Plan de Reactivación Económica de 1940. El cambio de una política de austeridad a una de expansión equilibrada estaba lejos aún de lo que Keynes pedía en el escenario internacional, pero alcanzaba a la ortodoxia local para no sentirse excluida del cambio en las ideas económicas dominantes.

Las miradas sobre el déficit fiscal de los hacedores de política económica fueron contrarias, precisamente, a aquello sobre lo que hay acuerdo respecto de las ideas de Keynes: que el gasto vía deuda pública no es inflacionario cuando hay problemas de empleo. A pesar de ello, las autoridades argentinas tuvieron siempre una gran cautela en identificar el riesgo inflacionario potencial y para ello diseñaron sus planes de expansión con mecanismos de esterilización monetaria posterior. Contradiciendo a Prebisch, el plan no fue keynesiano, sino que tuvo altos niveles de creatividad producto de la coyuntura particular que afectaba a nuestro país que sufría de una gran vulnerabilidad en el sector externo.

Resulta algo poco discutible que fue Keynes fue quien planteó políticas de gestión de demanda a través del presupuesto público para combatir el desempleo con la colaboración del efecto multiplicador en los procesos de crisis. Tomadas de forma general, estas prescripciones de su aporte son, precisamente, tan generales que admiten la caracterización de intervenciones gubernamentales asociadas al autor, aunque éste no hubiera tenido influencia alguna en ellas.

Los usos de Keynes en la política económica, en lugar de arrojar una imagen nítida, fueron más bien un espectro difícil de identificar o capturar. Pero resulta conveniente reconocer la habilidad de funcionarios locales en la creación de técnicas e instrumentos y la adaptación de ideas generales a realidades particulares, destacando la hacienda política por sobre las teorizaciones con pretensiones universales. Los contextos de crisis hicieron que los hombres prácticos, que eran esclavos de varios economistas ortodoxos (vivos y muertos también) se pusieran creativos y en todo caso, buscaran legitimar esas novedades en figuras autorizadas.

*Investigador Docente del Área de Economía Política - Instituto de Industria. Universidad Nacional de General Sarmiento. @aranamariano