“La Guerra Fría terminó” coinciden Rusia y China en un comunicado conjunto. Tienen razón y hacen bien en reafirmarlo porque no “todo el mundo” parece haberse anoticiado. El macartismo y el maniqueísmo de los Estados Unidos (EEUU) flamean alto. Congregan acólitos aplaudidores hasta en este confín sudamericano. El presidente Alberto Fernández va en gira a ambos países, estalla la derecha nativa. Lo acusan de comunista, de apadrinar dictaduras, de bancar zaristas y otras genialidades.

Las relaciones internacionales son intrincadas, eventualmente paradójicas o contraintuitivas… se desaconseja pintarlas en blanco y negro. Un ejemplo flamante: el presidente estadounidense Joe Biden ordena, informa y convalida un ataque mortal en territorio sirio contra (se supone) un alto jefe de ISIS. Según Biden, exitazo, iupi: murieron el malvado y una cantidad de civiles, incluyendo niños. Las cifras son imprecisas. Biden aduce que el terrorista se inmoló con una bomba que causó la muerte de algunas criaturas. ¿Usted le cree, lectora o lector?

El cronista sospecha aunque sin disponer de información propia: advierte que es el enésimo atentado cometido por los gringos fuera de sus fronteras. Que la data es confusa y auto satisfactoria. Los “daños colaterales” integran la tradición estadounidense, basta mirar series que retratan situaciones similares: “Homeland” “Fauda”, tantas más. Se repiten polémicas entre los agresores: quienes se percatan de que hay piberío o familias y claman “abort” versus los centuriones que claman “avanti” o “go on”.

Silencio en el planeta respecto del crimen. Demasiadas ONGs u organismos internacionales emiten mensajes flojitos, no exigen investigaciones ni se indignan. A contrapelo, el mismísimo New York Times habilitó un link donde repasa la cantidad de víctimas civiles de ataques militares. Impresiona la lista, se sugiere pegarle un vistazo.

 Y Guantánamo sigue ahí, monumento a las invasiones territoriales y a la violación de derechos humanos. Para este cronista lo sucedido en Siria hace juego con dichos antecedentes. Es identidad imperial pura y dura; atroz, repudiable. Con el conflicto de Ucrania al rojo vivo, Rusia emite un comunicado bancando la movida sanguinaria de Biden. El mundo es así, endiablado, desaconsejable para simplistas.

De cualquier manera, reentrando al eje de esta nota. Rusia y China son aliadas, una variante centenial del “Eje del mal” para Estados Unidos. Potencias aliadas, que no quiere decir idénticas o sin tensiones entrambas.

AF hace bien en cultivar relaciones multilaterales, es el destino nacional. Lo que, desde ya , no implica firmar cheques en blanco a qué hace, cómo lo hace y qué verbaliza.

Vamos por partes, en orden cronológico inverso al del viaje que, se propone, es orden de importancia. Primero una mirada sobre China, luego vendrá Rusia.

Reglas de estilo: esta nota no incursiona en la política doméstica de China y Rusia, dos regímenes autoritarios, dos naciones tan distintas a la nuestra. Se aplica acá el principio argentino; la autodeterminación de los pueblos.

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China, el tamaño que importa… y que exporta: El académico internacionalista Mariano Turzi escribió un libro delicioso, versado e inteligente: “Cómo los super héroes explican el mundo”. Cuando aborda China repasa que es el mayor exportador de bienes del mundo desde 2009, la mayor potencia comercial desde 2013, la economía más grande del mundo en términos de paridad del poder adquisitivo desde 2014. Con esos y otros indicadores ciclópeos, “la locomotora de la economía mundial”. Hasta en personas no humanas prevalece: “uno de cada dos cerdos del mundo son chinos”. Como el periodista Néstor Restivo (autor de un recomendable artículo en el suplemento Cash la semana pasada) subraya que el crecimiento chino se potenció tras la muerte de Mao Tsé Tung pero que comenzó en aquellos remotos e incomparables tiempos.

Detalle interesante que subraya Restivo, un gran conocedor del tema. El avance chino no es consecuencia de despliegues bélicos. Los chinos sostienen conflictos limítrofes, a veces guerrean por allí. Pero la expansión global es merced al comercio, “detalle” que la diferencia de Rusia. También la magnitud de su economía y de su potencial, harto mayores.
Comerciantes antes que soldados, los chinos constituyen la contradicción principal para los EEUU. Turzi lo resume así : ”La inminencia del conflicto China- Estados Unidos equipara poder ascendente con poder agresivo (…). Cuando una gran potencia establecida convive con un Estado en ascenso las tensiones aumentan a medida que el nuevo poder desplaza al antiguo”. Eso se equipara con una agresión. China es un rival tremendo, una brutal herida narcisista para Estados Unidos, atacado de modo inédito en su territorio en 2001, mermando su influencia durante este siglo, diluido como referencia democrática a partir de sus vendettas internacionales,

Argentina comercia activamente con China. Sin originalidad, como una parva de naciones. Algunos de ustedes no lo recordarán porque eran chicos: el salto de calidad-cantidad en el intercambio ocurrió a partir de 2004 durante la presidencia de Néstor Kirchner. Entre paréntesis (qué años los cuatro de Kirchner, filo inenarrables los dos primeros). Una misión comercial china desembarcó en Argentina. Se anunciaron proyectos de inversión surtidos, ambiciosos, sin precedentes. No se concretaron plenamente pero las exportaciones argentinas se potenciaron, modificaron el mapa productivo local. Y las importaciones chinas entraron en el mercado local, como nunca antes.

La gran mayoría de las inversiones concretadas, de las que quedaron en el aire y de las que se conversan el sábado 5 mientras se redacta esta columna no reproducen la invasión europea de los 90. En la etapa menemista la parte del león fueron privatizaciones: compra de activos públicos con clientela cautiva. En ésta es la infraestructura, aquello que en los buenos tiempos (el pasado desarrollista que añoran casi todos los políticos nacionales y populares locales, Kirchner incluido) se llamaba obra pública. Y la Energía.

Una contraparte asimétrica en poder, organización estatal, estructura económica causa problemas, desde ya. Sin burguesía nacional digna de llamarse así, con un Estado que deja mucho que desear (aun antes de la devastación macrista) el contratante pequeño afronta un sinfín de bretes. Por no mentar más que un ejemplo: la invasión de importaciones a bajo precio, abarcando taimadas maniobras de dumping pueden hacer trizas a industrias argentinas…experiencias del pasado aleccionan al respecto.

Todomodo, el tráfico con China es una constante desde principios de este siglo, una característica ya estructural de la economía argentina. Desde ya que las falencias productivas nacionales, la baja aptitud para producir y exportar bienes con alto valor agregado son cuestiones que deben dirimirse puertas adentro. El rezago en la materia acumula décadas.

El periplo de Fernández hacia China, como el del expresidente Mauricio Macri durante su mandato, están en el manual, configuran una variante de política de Estado. Exigir que Argentina se pliegue al boicot promovido por Biden contra los Juegos Olímpicos de Invierno desnuda una mirada miope, cortita, un seguidismo tan cipayo como poco imaginativo.

Las tratativas se abordan en otras notas de esta edición. Para hablar de la “Ruta de la seda” este escriba (que no es todólogo) espera a que haya más información, debates, voces calificadas. Entre ellas la del colega Raúl Dellatorre que integra esta misma edición.

China vendió a la Argentina más de 27 millones de vacunas Sinopharm y más de 420.000 Cansino. Guarismos algo superiores a las largas 16,6 millones de Sputnik provenientes desde Rusia, pero que comenzaron a llegar antes, ojo al piojo.

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Putin, el malo de la película: La vinculación entre Fernández y el premier soviético Vladimir Putin está signada por las vacunas. Ustedes deberían recordarlo, aunque sean chicos. Cuando comenzó el tráfico el negacionismo, la cuasi totalidad de la dirigencia cambiemita, los medios dominantes combinaron ignorancia y lectura binaria. La vacuna “ruso-soviética” era veneno o agua o un medicamento en etapa de prueba. Se equivocaron. El Gobierno y la gente común les dieron la espalda: obraron con sensatez y sentido de autopreservación.

Las perspectivas de comercio con Rusia suman, son interesantes pero no tienen punto de comparación con las que atañen a China, la locomotora. Rusia sigue sufriendo la disgregación de la Unión Soviética, es una potencia en declive.

La geopolítica existe y cómo. Enclavada parcialmente en Europa, Rusia es un grano en el cuerpo y en el alma del vecindario. La contigüidad suscita intercambios, es más sencillo trazar un gasoducto por tierra firme con un país limítrofe o cercano. Pero las suspicacias son añejas. Mariano Turzi las cifra en pocas palabras: “así como Europa teme al nacionalismo, Rusia le teme a la debilidad. La ira es central porque es el catalizador de las transformaciones periódicas”. Escrita en 2020, la frase calza como un guante hoy en día. Turzi parangona a Rusia con el increíble Hulk y acá terminan las remisiones. Para no hacer síntesis que tergiversen, cayendo en el espóiler berreta.

“Europa” intentó invadir Rusia una y otra vez. Desde el emperador Napoleón (endiosado por la cultura republicana francesa, ellos sabrán cómo) hasta Adolfo Hitler, sin agotar la nómina. Los rusos siempre prevalecieron, aprovechando la condición de local, la vastedad del territorio inhóspito, y la voluntad popular de ofrendar vidas por la Patria.
Alucina mirar en estos días la prensa europea central, anche la supuestamente “progresista”. Regresan a la Segunda Guerra Mundial, les restan mérito a los rusos, remedan al Hollywood de décadas atrás. Los europeos la ganaron, parece, con los yanquis a la vanguardia.
Eppur si muove: Francia se rindió pronto, Estados Unidos tenía el Atlántico de por medio, los británicos lucharon y sufrieron pero su suelo no fue ocupado por los nazis. El sacrificio de los rusos fue formidable, decisivo.

Los actuales líderes rusos hacen alto borrón y cuenta nueva de la era soviética. Pero habilitan excepciones: resucitan la palabra “Sputnik”, seguramente querida por su pueblo. Y homenajean la gesta del Ejército Rojo como un tramo de la tradición nacional.

Europa siempre alzó la guardia contra la URSS o Rusia, según pasaron los años. La Unión Europea, la mejor experiencia supranacional del siglo XX, creció como respuesta a las guerras internas y al bloque soviético. El presidente francés Charles de Gaulle, cuentan, solía bosquejar un mapa en el que pintaba de rojo al bloque socialista, con otras tonalidades a Europa y a Estados Unidos. Haga el intento, lector: verá una gigantesca boca colorada a punto de fagocitarse a Europa occidental, casi una península en ese escenario. El Gran Hermano transatlántico quedaba lejos, mucho más protector que amenazante. 

Retomemos. La otra Europa detesta a Rusia porque sus intereses colisionan desde el fondo de la historia. Los demonizan con asiduidad. El ex presidente francés François Hollande pinta así a Putin, en su libro de memorias “Las lecciones del poder”: “Es la personalidad (internacional) más difícil que traté (…). Es un hombre todo músculo y misterio que puede tanto ser cálido y atento como glacial y brutal, sometiendo siempre a su interlocutor esa mirada azul que le sirve a veces para seducir a veces para inquietar, expansivo en sus estallidos de carcajadas y cínico en sus razonamientos, que pronuncia con voz plácida las palabras más ácidas”. Un villano de película, al estilo de Hollywood o de la saga de James Bond.

La Argentina no debería ilusionarse con la munificencia de los rusos. Ninguna potencia, menos la que baja por tobogán, regala nada. Pero comerciar es imperioso, abrir nuevos canales y mercados un imperativo. El brete es saber hacerlo, no intentarlo.

Rusia tiene una silla en el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los chinos otra. Estos no bregan por romper con el organismo sino por acrecentar su cuota, por elevar su peso relativo. China es, asimismo, el mayor tenedor de bonos del Tesoro estadounidense. Recontra requete millonarios en dólares. Un rebusque para incidir en la política del competidor, también por ampliar su integración al mundo.

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¿Y por casa cómo andamos? El mayor logro de la política exterior del presidente Fernández fue el salvataje del ex presidente boliviano Evo Morales redondeado con la concesión de asilo político. Sin haber asumido aún, sin contar con el aparato del Estado. Bien inspirado, solidario, con grandes reflejos. La movida impactó en el resultado de las elecciones posteriores, valió para cambiar la historia. Fue un golazo, en circunstancias raras por donde se las mire.

De ordinario, las circunstancias estructurales gravitan más. Por caso, el oscuro mapa regional que “recibió” al actual Gobierno. Cercado por gobiernos de derecha. La presidencia de Jair Bolsonaro en Brasil, el peor escollo. La geopolítica pesa: un líder de derecha, disfuncional, filo anómico, resiente cualquier perspectiva con el aliado estratégico, el país más grande de la región. Si vuelve Lula, se aclarará el horizonte pero para eso falta casi un año. La aparición del presidente electo chileno Gabriel Boric oxigena el ambiente pero todavía no arrancó.

Sudamérica es el barrio. La interacción eficaz merma en comarcas más alejadas.

Argentina es el hogar. En las relaciones internacionales el poder prima sobre el derecho, la Realpolitik (frecuentemente) sobre los principios. Las correlaciones de fuerza son la clave y los grandotes son otros… no nuestro país emergente,

De cualquier modo nada es estático, es accesible incrementar poder con herramientas democráticas. Intervenir en las pulseadas domésticas, promover a los más humildes. Aumentar la fuerza propia con las herramientas nac & pop: acrecentar la base de sustentación ampliando derechos y satisfaciendo necesidades de los sectores populares. Lo que, otra vez, nos reenvía a los intereses, los conflictos, la toma de posiciones. Estas historias, más vale, continuarán.

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