Algunos la recuerdan como la novia de Bruce Willis en Pulp Fiction, de Quentin Tarantino: esa película le dio mayor proyección internacional a la portuguesa María de Medeiros, que ya había empezado a ser conocida internacionalmente en Henry & June, de Philip Kaufman, como la escritora Anaïs Nin. Pero esta simpática y sencilla estrella del cine (también cantante) actuó en más de sesenta films. De Medeiros participó tanto en el cine estadounidense como en el europeo, es también cineasta, y trabajó con el catalán Bigas Luna y el legendario Manoel de Oliveira, entre otros grandes realizadores. Habla seis idiomas, conocimiento que le ayudó a abrir las puertas del cine de otras latitudes. Su vocación de actriz no vino desde la cuna: en su infancia le encantaban las bellas artes y la actuación vino como una sorpresa de la mano de un director muy importante en la cinematografía portuguesa: João César Monteiro. A partir del próximo jueves se la podrá ver en el cine argentino: El país de las últimas cosas, último film de Alejandro Chomski.

El film refleja una historia distópica y post-apocalíptica en blanco y negro. Pero decir eso sobre el nuevo largometraje de Chomski es poco. El país de las últimas cosas es también una adaptación de la novela del prestigioso escritor estadounidense Paul Auster, quien participó en el proceso del guión del film y es el productor ejecutivo. Este largometraje de ciencia ficción narra la historia de Anna Blume (Jazmín Diz), una chica que viaja en busca de su hermano desaparecido a un lugar sin nombre ni tiempo. Allí conoce a Sam (el mexicano Christopher Von Uckerman), un periodista extranjero que trata de investigar la cultura del lugar y del cual se enamorará. Todo en un marco de una ciudad devastada y caótica. Anna al principio es escéptica, sigue luchando, pero está derrumbada, solo vive el día a día. Sam vive en el futuro, juntando información para relatar lo que pasó en el país de las últimas cosas. Cuando Victoria (De Medeiros) y Anna se conocen, se enamoran de ese tiempo presente en el que están sobreviviendo, junto a Boris (el italiano Ettore D'Alessandro). El amor entre Anna y Sam, y la amistad con Victoria y Boris producen una toma de conciencia del momento presente como el único en el que pueden vivir.

De Medeiros comenta en la entrevista con Página/12 los elementos que le interesaron de la historia para aceptar participar: “Me pareció muy potente la historia y esto de una sociedad posapocalíptica. Me pareció muy interesante lo que se puede restaurar de humanidad después de una catástrofe que no está bien definida pero que es evidente”, comenta mientras reconoce su admiración por Paul Auster, aunque admite que no es “una gran conocedora” del autor estadounidense. “Estuvo muy bien poder sumergirme un poco más en esa obra”, explica.

-¿Te sirvió leer la novela para componer el personaje?

-Sí, obviamente. Hay muchas cosas sacadas de la sociedad estadounidense misma; esa idea de los mecenas, de las personas que se dedican a ayudar y a conservar reflejos de humanidad

-¿Qué viste de cinematográfico en la novela de Paul Auster?

-Representan un montón de imágenes que Alejandro ha sabido muy bien concretar. Todo el inicio de la película me pareció muy fuerte, muy logrado, como es entrar en este mundo donde ya todo se agotó, de alguna forma. Quizá también es una metáfora para las ideas que también se agotaron. El consumo generalizado llevó finalmente al agotamiento de todo, incluso al agotamiento de las riquezas naturales. Al final, los propios cuerpos humanos que han muerto constituyen el carburante. Una sociedad que se agotó tanto que solo sobrevive de consumir su propia muerte. Es algo muy fuerte cinematográficamente.

-¿Crees que es una historia que reflexiona a su modo sobre las consecuencias del capitalismo?

-Totalmente. ¿Cómo no pensar en eso? El capitalismo nos está llevando al agotamiento del planeta y de todo. Y está muy bien pensar esto y visualizarlo. Para eso sirve también el arte.

-¿Crees que se puede resignificar El país de las últimas cosas con la crisis que desató la pandemia?

-Sí, cuando la rodamos ya hablaba de los excesos del capitalismo, pero con la pandemia, con la idea que puede haber un mal que nos afecte a todos por igual en el planeta, la cosa se hizo mucho más concreta.

-Dijiste que “es bueno estudiar un personaje a fondo, pero no se puede saber todo, no es bueno tener esa actitud dictatorial”. ¿Cómo fue en este caso?

-Procedí de la misma forma. Claro que aquí era un personaje donde había mucha libertad de creación porque se no se trataba de reproducir a una persona real. No era una biografía o algo así, que obviamente te obliga a otras cosas. Aquí había mucha libertad, pero yo siempre estudio muy a fondo -antes de empezar- todo el papel como si fuera una obra de teatro, un poco como la técnica del jazz, de saber bien las escalas para tener libertad después de impregnarme del universo del director y de los otros actores. Tener esa preparación previa te permite luego estar mucho más poroso a lo que pasa en el set.

-¿Todo arte es político?

-Sí, yo creo que todo arte es político. Basta que seamos dos para que exista la política. Realmente la política nace en lo privado y todo tiene sentido. Obviamente, Freud ayudó mucho a esto, a que cada palabra, cada gesto tengan una lectura y también una lectura política. Obviamente que el arte, por ofrecer siempre relecturas, es político porque nos lleva a pensar.

-Y hablando de política, tu primer trabajo como directora, Capitanes de Abril trata sobre la Revolución de los Claveles que sucedió en Portugal cuando vos eras una niña y vivías en Viena. ¿Tenés algún recuerdo personal que te haya llevado a hacer esta película o tuvo que ver con un compromiso como ciudadana portuguesa?

-Tengo muchos recuerdos de infancia. Me acuerdo del mismo día de la Revolución, 25 de abril de 1974. Lo recuerdo muy bien porque mi padre y mi madre, los dos muy jóvenes, estaban saltando de alegría en la casa. Yo sentía que algo muy importante había pasado. Y también sentí que nuestra vida iba a cambiar. De hecho, cambió la vida de todos los portugueses, y volvimos a Portugal con mi familia. Mi madre era periodista política. Entonces, gracias a mi madre conocí a todos los protagonistas de la revolución. La película nació de una experiencia de pensar qué suerte tuve de vivir de niña una revolución que aún hoy sigue siendo prácticamente un acontecimiento histórico único, porque fue un golpe de Estado hecho por jóvenes militares insurrectos, pero militares profesionales y que no se quedaron con el poder. Entregaron el poder a los civiles e instituyeron una democracia, después de 48 años de dictadura en Portugal, que era la más antigua de Europa y con 13 años de guerra colonial. Instituyeron una democracia civil y sólida.

-¿Cómo definirías a la sociedad portuguesa actual?

-Estoy orgullosa de la sociedad portuguesa actual. Es una sociedad que valoriza su democracia, que no todos lo han hecho, citando muy concretamente a Brasil, por ejemplo. Los portugueses valoran la democracia que han conquistado. En ese sentido, tengo confianza en la sociedad portuguesa.

-¿Cómo fue también trabajar en el cine político con Repare Bem que muestra a mujeres luchadoras contra la dictadura en Brasil?

-Fue algo muy emocionante. Uno de los momentos emotivos fue con la película terminada. Sucedió justamente en Buenos Aires, donde la presentamos en el Festival de Cine Político. Fue algo muy importante para Denise Crispim, que es la mujer extraordinaria sobre la cual he hecho ese documental. Una mujer como otras de la resistencia brasileña, de un coraje y una inteligencia extraordinarios. Y un destino de vida increíble, porque ella tuvo se bebé rodeada de metralletas en la calle. Su compañero y padre del bebé fue brutalmente asesinado después de 109 días de torturas, una cosa salvaje y terrible. Ella, después de la muerte de su compañero, Eduardo Leite “Bacuri”, fue puesta en libertad condicional y se refugió en la Embajada de Chile, porque era Salvador Allende el que estaba ayudando a las víctimas de la dictadura. Y se fue a Chile y en Chile se produjo el golpe de Estado, y la dictadura de Pinochet. De nuevo el miedo, la angustia. Buscó refugio en la Embajada de Italia y de ahí se fue a Italia, donde vive desde hace más de cuarenta años. Entonces, es una historia de supervivencia, de resistencia y de la gran inteligencia política de Denise. Es también una historia que es un puente entre América latina y Europa.

-Es una película que reivindica el valor de las mujeres. ¿Cómo notás el avance de la lucha feminista en el mundo? En la Argentina hay un gran movimiento feminista que lucha contra la violencia de género, se logró sancionar la ley de derecho al aborto y hubo otros logros gracias el movimiento de las mujeres. ¿Te reivindicás como feminista?

-Claro, absolutamente. El mundo entero miró y mira a la Argentina por la resistencia de las Madres de Plaza de Mayo y de las Abuelas de Plaza de Mayo. Y ahora siento también un reconocimiento muy grato a la chicas jóvenes que consiguieron algo extraordinario: esta movilización mundial contra las injusticias que sufren las sociedades. En algunas mucho más que en otras, pero en todas las sociedades existen las desigualdades. Y creo que a esta generación de chicas más jóvenes les debemos algo fenomenal que mi generación no había conseguido. La sociedad, en general, tomó conciencia de las injusticias que sufren las mujeres.

-Participaste en Viaje a Portugal, que aborda el problema migratorio. ¿Crees que éste es uno de los grandes problemas en Europa en la actualidad?

-Sí, sin duda. Y esta es una película que amo mucho. Fue una apuesta muy radical. Como la de Alejandro Chomski, es en blanco y negro. Ahora vuelve a tener una actualidad tan fuerte porque es la historia de una ucraniana que llega Portugal. Y con las amenazas de guerra a Ucrania, toma una relectura muy actual. Son dos días en la vida de esta mujer que queda varada en el aeropuerto y se ve cómo su vida es totalmente devastada, destrozada por los policías que están allí. Pero no son policías de una dictadura, son policías europeos que tienen directivas europeas, que piensan que están haciendo todo muy bien, pero de una manera absolutamente inhumana. Es una película muy fuerte sobre cuestiones que son cada día más actuales, como las cuestiones migratorias. ¿Cómo es posible no albergar personas que están escapando de guerras, de torturas? ¿Cómo es posible ignorar eso? Me da una vergüenza tremenda.

-¿Cómo observás hoy el cine comercial en general?

-Hay cosas en el cine comercial que no veo y que me aburren mucho, pero es innegable que, por ejemplo, en las plataformas (que son extremadamente comerciales) hay cosas muy interesantes tanto series como películas. Nada sustituye el placer visual y la experiencia de estar en una sala de cine grande, y ver las películas con otras personas y reflexionar, pero al mismo tiempo es muy interesante que las plataformas tengan de vez en cuando la preocupación de hacer cosas que también son interesantes, que te alertan, que te despiertan, que te hacen pensar. De cualquier manera, estoy por el pluralismo en el cine: está bien que el cine sea variado. El problema es cuando hay monopolio, cuando ya sólo puedes elegir entre cosas que no tienen el más mínimo interés.

-¿Pulp Fiction funcionó como una bisagra en tu carrera?

-Sí, sin duda. Ya había pasado también en Henry & June, una película muy bella de Phillip Kaufman, sobre los escritores Henry Miller y Anaïs Nin. Es una película muy bella y es estadounidense. Cuando un actor latino o una actriz europea hacen una película estadounidense, obviamente cambia todo porque la visibilidad es mucho más grande. Y después estuve en Pulp Fiction, una película que marcó la historia del cine. Siempre cuento algo que es verdad y que me parece divertido. Cuando leí el guión extremadamente literario, muy bien escrito de Pulp Fiction, pensé: "Yo quiero mucho hacer esto. No sé quién va a ver esto pero yo quiero hacerlo". Me pareció una propuesta tan sofisticada, tan a contracorriente, que no me imaginé que encontraría un público mundial. Fue muy importante que Tarantino probó que no porque las cosas sean absolutamente simplistas o que obedezcan a una norma, a un estándar, tocan un público enorme. Al contrario: al público le gustan las historias buenas, los desafíos, la diferencia, la sofisticación.

-¿Cómo recordás el trabajo con Tarantino?

-Trabajé muy al inicio con él porque era su segunda película, pero ya era un director de una gran precisión. Es un gran escritor, también, y todo en él es muy preciso y preparado.

-¿Qué significó para vos haber sido distinguida como Artista Por La Paz de la Unesco?

-Fue un gran honor y, a la vez, una cierta frustración porque uno se da cuenta de todo lo que no consigue hacer, de lo poco que se consigue hacer por la paz. Pero, de alguna forma, hacer arte ya es trabajar por la paz.


Música

Una actriz que canta

María de Medeiros tiene una relación de toda la vida con la música. Su padre es compositor, pianista, maestro, historiador de la música, y ella creció en Viena, capital de la música clásica. ¿Por qué surgió antes la actriz que la cantante? ¿O no es así? "Es totalmente así. No me considero realmente cantante”, confiesa. “Me considero como una actriz que canta, como tantas otras. Siempre hubo actores y actrices que se interesan por la música, que cantan por gusto y aportan algo de su experiencia de actor a la música. Y es como lo veo”, afirma.

-¿Cuesta subir al escenario y dejar de ser actriz? ¿O cantar es una manera de actuar?

-Cantar es una forma de actuar. De hecho, me gusta mucho sacar cosas de las distintas técnicas de un ramo a otro. Hay cosas que he aprendido en el cine y que uso en el teatro; hay cosas que ha aprendí en la música que uso en el cine. Y eso me divierte mucho, me fascina que todas estas actividades se van alimentando unas a las otras.

-Dijiste que cuando empezaste tu carrera, antes que aceptar tu imagen, lo más difícil fue aceptar tu voz. ¿Hoy lo vivís con naturalidad?

-Sí, hoy en día, sí. Quizá no es solo para mí, creo que es una forma general: a veces, es más difícil aceptar tu voz que tu apariencia, que tampoco es fácil. Obviamente que hacerse actor pasa por eso también, por conocer y aceptar tu instrumento tal como es. Hoy en día, con esta edad uno ya tiene que aceptar sus defectos y hacer de ellos algo que sirva (risas).