Marcelo T de Alvear está repleta, son las 23 de un jueves y un padre de 40 arrastra un cochecito de bebé para meterse dentro de su edificio, un monopatín eléctrico los cruza y los olvida, voces con acentos extranjeros resuenan en un pub con sillones a la calle, una manada de deliverys pedalea, en todas las direcciones, con furia y la presura de la app. Las luces de los autos, que chorrean acelere sobre la 9 de Julio, se tiñen entre bocinas que chillan, los semáforos van cambiando de color y se difuminan en un mismo escenario. La biografía de un sector de la ciudad de Buenos Aires, ese territorio en donde cohabitan las más mixtas oportunidades y posibilidades de existencia.

Entre negocio y negocio aparece, medio tímida pero con una impronta punk, una puerta de chapa verdosa con una marca de graffiti plateado que reza Puticlú. Es ahí, llegamos. El Puticlú. Un bar sótano que pareciera funcionar como un palimpsesto de antro queer. Un espacio, que abrió hace apenas unos meses, de la mano de Carlos, un chico venezolano de 37 años, y Luki, su novio argentino de 30. El Puticlú está dentro del mismo subsuelo en donde, durante más de 15 años, se alojó Flux Bar. Flux arrancó post crisis 2001 y subsistió hasta principios de la pandemia. El Puticlú ahora se manifiesta como una versión apocalíptica del ex Flux.

Nos agarra una manija zarpada de meternos, de darle pista al anti jueves que propone el Puti. La música se filtra. Entramos como si nos metiéramos a una cueva, a una gruta o a un útero. Un tubo de luz color magenta parpadea desde el techo, iluminando la bajada de una escalera larga y empinada; premonizando el clima próximo. El titileo se entrevera con el ritmo mientras el afuera empieza a transformarse en pasado. Todxs lxs que asistan serán deglutidxs por el Puticlú, es algo que se percibe (al entrar), aunque nadie lo diga.

De gala en el puticlú

El ambiente exuda historia. Hay otra vida, se siente, ese otro bar que estuvo ahí, el que rasguña las paredes húmedas, las desgasta y deja que la pintura se salte.

Nos acercamos a la barra. Dudamos si pedir un Peligrosito o un Ronroneo, dos de los tragos que más se ven en las manos de las personas. Carlos nos cuenta que decidió adaptar cócteles tropicales con las bebidas que encontró en los mayoristas de Capital. También le preguntamos que cómo y por qué abrieron el Puti. Él nos dice que porque es un lugar de resistencia y que con los ahorros de sus trabajos decidieron agarrar la posta y continuar con este legado de los sótanos-búnkers del microcentro. Luki, que sigue al lado de una red carpet trash, organizada por dos cortinas rojas brillantes, oficializa de host, lookeado con una zunga beige parecida a la de una deidad griega hot y le da la bienvenida a todx aquel que baje por las escaleras.

Ese jueves el club se había vestido de gala, una Falsa Gala, inspirada en el happening Para un jabalí difunto de Roberto Jacoby, Raul Scari y Eduardo Costa, con el slogan: Putigala, vení de gala al Puticlú. Trae algo tuyo para dejar una huella en nuestro bar, mostriémoslo. Cada día de la semana la propuesta cambia y el bar se altera y varía. Va desde un desfile de poesía a eventos de electrónica con máquinas raras, lives y vinilos. El Puti es inquieto, pasa por estados, como las personas. Pero esa noche todo estaba saturado, como si un colorista arrebatado hubiera extremado la imagen para envolvernos en brillos, plástico y flúo. Una suerte de estilo lumpen-glam, como si Sergio De Loof estuviera detrás de la esencia y la belleza mostra del Puti. ​​

Suena retumbando de fondo una versión techno de Disciplina. Es Valen, el DJ debutante, que mezcla entre temas de Lali con Depeche Mode. Parece que Luki lo conoció hace mil años en Grindr y a los días de ese encuentro se cruzaron de nuevo pero en un taller de poesía. Ahora Luki lo invitó a que debute mezclando música en la Falsa Gala.

Pasadxs de sueño

En la pista, una Nereida posa como una Venus con tacones de leopardo; se agacha, alta y fortalecida para gatear. Una artista visual trans-emo-kawaii, llega en un auto con un cuadro fresco recién pintado en la galería Para vos Norma Mía. Interrumpe colgándolo como si fuese un santuario. Golpea a otros rostros con sus trenzas rosas y negras. Un grupo de falsos famosxs caminan rodeadxs de cámaras y micrófonos, todo estaba siendo transmitido en vivo por Ig. Una conductora de pelo rubio interceptaba con preguntas de notera a quien estuviera dispuestx a responder: ¿Qué pensás del Puti? ¿Cómo conociste a Luki? Un dildo enorme, que todo el mundo toca, se apoya sobre la caja en donde se compran los tragos. Algunas de las conversaciones que circulaban: Chica le decía a Chica que ama a un chico a quien no se quiere coger. Chica le decía a Chico que festejó su cumple de 15 en Pinar de Rocha y que se besó con un boxeador a más no poder. Mujer le decía a Chique Bartender que su maquillaje era exquisito. Chico exhibe su nombre: Sebastián. Sebastián le decía a Chico que no conoce a nadie de lxs que están pero que la está pasando bien mientras fuma, mira y sonríe.

En un momento las luces parpadearon. Estábamos siendo convocadxs para la cata de una nueva performance. La puesta era ahora oír una breve ópera en forma de karaoke. Un gesto casi imposible y disruptivo ante el derroche sonoro que antes había acontecido.

Entre Ronroneos y Peligrositos, las horas se iban rosqueando. Valen no paraba. Éramos unxs pasadxs de sueño. La pista se incendiaba violenta. Bailar se había vuelto primordial. Temblar con otrxs, que el cuerpo sacuda, perder el control como una forma de amar. Todxs al palo y sacadxs pudimos escuchar, de todos modos, cuando de repente un parlante explotó. Un solo de silencio se impuso hasta que un pibe gritó: Yo tengo otro en mi casa y vivo a la vuelta. En menos de siete minutos la rosca del Puti se volvía a encender.

Un lugar en la oscuridad

¿Acaso es esto nuestra Ciudad Gótica? Se preguntaban dos chicas mirando la poesía extendida en las paredes. En todas hay textos escritos, frases que rompen por ser leídas. La que más resuena es la que dice: Que transformes todo de ti. Luki nos cuenta que de día se dedica, por 9 horas, a hacer trámites para millonarios. Se viste de chomba y pantalón de vestir para ir a buscar una torta en lo de Maru Botana o para retirar por encargo un café molido que solo se consigue en Vicente López, pero que a las 7 pm se tunea en contraste para la apertura del Puti. Algo de ese espíritu, el de Luki, se respira entre todxs. La posibilidad de las múltiples identidades. En el Puti se refugia el permiso de ser lo que no se es, o lo que aún no entendemos que somos. Un lugar en la oscuridad, en donde tomamos tragos y en donde cada unx vive la identidad que le pinte.

Entre cosas que se transforman también están las gestiones de Flux y el Puti. Flux era manejado por dos europeos y, ahora, al Puti lo llevan adelante dos sudacas que escupen la decadencia como estética y que no le temen al quilombo.

El Puticlú podría ser la locación elegida para una de las primeras escenas de la película Knife + Heart, esa en donde un joven baila con la suavidad de un sonido envolvente, emanando un erotismo sutil, dentro de una discoteca nocturna que despilfarra sensualidad y peligro. O también uno de esos antros en donde unx, con un imaginario un tanto naif y colapsado por la contemporaneidad frenética de Instagram, podría ubicar a personajes como José Sbarra, el poeta que entre Billiken y Playboy, en los 80 solía girar en las sombras de la noche de Buenos Aires en busca de sexo, literatura y drogas.

El punk es marika

Nada en el Puticlú pareciera simular hipocresía arquitectónica. Éste se muestra despojado de las exigencias banales, esas que con tan mala costumbre estética nos vienen bombardeando las miles DE cervecerías que no dejan de aflorar en la ciudad. Acá, en este club, se refugia lo disidente, la fisura y lo top; ese espacio-tiempo que no es corrompido por la moda sino que es la estampa de un deseo y necesidad; una expresión cruda y sincera.

Dentro del baño hay una pared que dice “El punk es marika”, está escrito como con crayón, podría borrarse pero no. El tiempo, en ese jueves, seguía avanzando. La voz de Sbarra se nos apareció en las ideas y como un manifiesto nos gritó: En nuestra noche no alcanza el mejor baúl de disfraces, somos lo que somos y eso es lo que espanta.

El Puticlú abre sus puertas de martes a domingos a partir de las 19 h en Marcelo T de Alvear 980.