En el paraje de la ruta me recomendaron dormir en la ciudad que emociona de la Argentina. Esa que te hace conocer varias historias propias e imaginarias, no solo la más importante en el campo de la gloria. Un muchacho callado que apodan Cogote saca a cuentagotas algunos secretos de la batalla.

Respirar el puerto donde los navíos españoles enfrentaron al centenar de granaderos, te lleva sin escalas a los pasillos del imperdible museo interactivo en San Lorenzo. Allí, con frondosa capacidad de imaginar, me remonta al segundo Triunvirato durante el mes de enero y caigo en la tentación de escuchar el rumor de una historia paralela.

Este imprevisto sucede en las costas del Paraná e impide sesionar a los diputados de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, hasta tanto no se destrabe un acuerdo absurdo.

Aprovechando el desorden, por la ausencia de Fernando VII en España, interviene un trío que lidera la diva del renacimiento, la sigue una francesa caprichosa y acompaña el General pica pica bajada cordón. La idea es colaborar para el movimiento en pinza y ganar la batalla del 3 de febrero de 1813. En la ciudad que emociona, con la heroica lucha independentista, queda el abrazo de la unidad como simbología.

Si bien no hay datos concretos que Paulina Bonaparte sufría de hipertensión, las venas de piedra de la escultura de Antonio Canova llamaron la atención de los vándalos que ingresaron al bar de la galería Borghese y anticiparon sus cambios de humor para trabajar en equipo. La hermana de Napoleón siempre envidió la fama de La Gioconda y un chapista oriundo de Granadero Baigorria sostiene que al estar enamorada de San Martín no podía estar con nadie pero si podía estar con todos.

Esto me hace recordar la teoría de las fuerzas gravitacionales que comprueban este tipo de experiencias anacrónicas donde un mínimo movimiento en la historia de la humanidad puede modificar lo eterno.

Es en la batalla de San Lorenzo donde la Mona Lisa, caracterizada en el mayor símbolo del renacimiento, hace pensar a los herederos de la dinastía Gherardini que la comunicación no es lo que uno quiere decir sino lo que el otro entiende. Por esa razón la mirada y los labios sugestivos dejan síntesis y pragmatismo para construir historia desde el misterio y el enigma en la provincia de Santa Fe, corazón productivo de la República Argentina.

Con la misma contundencia, pero en la zona sur del Gran Buenos Aires, el picapedrero que cuelga sus carteles a diario en los postes de luz que alumbran el sur de la Avenida Pavón, maneja su metier con un gesto inconfundible, como si los músculos de la boca se los hubiera pintado Leonardo.

La batalla es lo que une a la Gioconda con el enigmático sujeto que maneja el cortafierros y la maza con el cartel escrito a mano. Camina moviendo la pera desde el 2001 cuando lo desalojaron de un Petit Hotel frente al bosque energético de los eucaliptos en Villa Bosch.

Con humildad ambos aprendieron que el museo y la calle compiten por ganar la cultura de los bares donde todo sucede en un clima espontáneo. En cambio en el Louvre, donde habita la diva, todo tiene indicaciones.

La fama del trío afirma que la soberbia es la cara visible de la debilidad, esta observación nace en aquello que aparentemente es impenetrable como las grandes obras maestras, no por imposibles sino por vulnerables.

Desde ahí se abre un debate más preciso y territorial. Esto tiene que ver con la gran batalla nacional porque el interior no presume de males porteños sino que trabaja en silencio su fortaleza.

Con el trabajo terminado y liberado del fantasma de creerse un genio, la teoría del sabio trabajador que no busca el aplauso se asume en las calles del conurbano como pasajero, para seguir creando.

Ya casi en el triunfo de la batalla de San Lorenzo, supongo que una gran obra, que posee fuerza verdadera, en el museo mas prestigioso, podría estar encantada de huir de la sala rodeada de custodios. En cambio el soldado heroico que custodió al General y muere en batalla, es símbolo de lealtad y combate. Gloria y honor al gran correntino Sargento Cabral.

Después de la batalla, en la movilización barrial cada cuadra es el mundo y la esquina el guardia anónimo que construye y recrea el chisme. Mientras tanto la Asamblea Popular propone “La Fiesta de la Corvina” para volver a mirarnos y abrazarnos.

Siempre adelantada a su sonrisa, La Gioconda, recorre el misterio con sus ojos y pone primera para tomar el timón de la brújula frente a los pronósticos en contra, e ir a conocer al mayor héroe de la patria.

En la vorágine donde todo se mezcla, la Federación mundial de imanes para heladeras se encolumna en una protesta masiva, frente a la casa natal de Leonardo, en Anchiano, para que la pintura siga sin manchas de sangre del siglo XIX. Haciendo caso omiso, las máquinas de volar del gran genio, llevan a la heredera de Giocondo a la audiencia privada con el libertador que sella a San Lorenzo como la ciudad que emociona, en la historia universal.

El campo de la gloria que conmueve, puede imantar a la Mona Lisa con solo liberar el perfume que está impregnado en la habitación donde el padre de la patria pasó la noche de la batalla. Allí, en el convento franciscano, las galerías se disputaban sostener su toalla.

Bajo el histórico pino donde San Martín escribió su experiencia en la contienda, se pelean Gioconda y Paulina por quedarse a vivir en el museo interactivo porque lo reconocen como su lugar en el mundo. Dicen, los que almuerzan en “Febo asoma”, que como resultado de ese encuentro quedó un pequeño pino, hecho testimonio, hijo del histórico Pino que cobijó a San Martín.