Este año, David Remnick de The New Yorker entrevistó a Leonard Cohen cuatro veces. Esa entrevista extendida fue la última que Cohen ofreció: hacía años que no hablaba con la prensa. Estaba enfermo, dice Remnick: tenía cáncer, estaba dolorido. Grabó todo su último disco, You Want It Darker, en una silla médica, en el living. Según Remnick, a pesar de la enfermedad y la seguridad de la muerte próxima tuvo siempre un gran sentido del humor y de la generosidad y era un anfitrión delicioso. Estas fueron algunas de las cosas que le contó en esas charlas que fueron publicadas como audio en la revista el 10 de noviembre de 2016. 


“El funeral de mi padre se hizo en mi casa. El ataúd estaba en el living y estaba abierto. Era invierno y yo pensaba ‘debe ser difícil cavar. Vi cómo enterraban a mi padre, volví a la casa, fui a su ropero y encontré un moñito, de un traje. Corté una de las alas del moñito y escribí algo atrás. Creo que era una despedida para mi padre, no recuerdo lo que escribí. Y lo enterré en el patio de atrás. Tenía una atracción hacia un respuesta ritual a un evento que me resultaba imposible. Yo tenía 9 años.
Siempre fue muy difícil para mí estar en el escenario, siempre me dio pánico, me sentía un pájaro enjaulado. En 1972 me fui del escenario y en el camarín me tomé un ácido. Y la gente me empezó a cantar. Se dieron cuenta de que estaba decepcionado y me empezaron a cantar. Fueron tan dulces. Querían que los escuchara, era su intención. Así que salí y empecé a cantar ‘So Long, Marianne’. Y me empezó a pegar el ácido, empecé a alucinar. Vi a Marianne delante mío y empecé a llorar. Ella también estaba llorando, en la alucinación. Y después se volvió algo muy cómico. El público se convirtió en un judío. Un solo judío. Y este judío decía: ‘¿Qué más me puede mostrar, joven? Vi muchas cosas y esto no me mueve el dial’. La entera parte escéptica de nuestra tradición manifestándose como un ser gigante juzgándome. Me hizo sentir irrelevante, inválido de una manera auténtica porque esas sensaciones siempre circularon en mi psique. Por qué me pongo de pie y hablo en nombre de quién y de qué, cuán profunda es tu experiencia y cuán significativa, qué es lo que tenés para decirle a alguien. Realmente me ayudó a indagar más seriamente en mi práctica, en tomarme las canciones más seriamente.
No me gusta ser identificado con el pensamiento judío. Sé en mi mente que estoy profundamente condicionado por esto. Uno de los grandes temas del pensamiento cabalístico es que la actividad judía es la reparación de Dios. Dios, al crear el mundo, se dispersó por él. La creación fue una catástrofe. Hay partes de Él o Ella por todos lados, de hecho. Y la tarea específica del judío es la reparación de la cara de Dios. Las plegarias son para recordar que Dios fue alguna vez una unidad armoniosa. 
Estuve muy cerca de Sasaki Roshi, mi maestro zen con quien viví en el monasterio, por más de cuarenta años. No sé mucho sobre el budismo o cómo es el entrenamiento budista formal, solo conozco el método de Roshi que es excéntrico. En un nivel superficial consigue lo mismo que el entrenamiento militar: básicamente, que te dejes de quejar. Convierte a la queja en la forma menos apropiada de enfrentarse al sufrimiento. 
Con esta enfermedad el dolor de espalda es muy fuerte y soy alérgico a ciertos medicamentos. Afortunadamente tengo entrenamiento en lo que podrías llamar control de la mente. Estoy bendecido: la mente me funciona bien, la actividad mental está perfecta, mejor que en otros períodos. Este predicamento tiene menos distracciones que otros momentos de mi vida y me permite trabajar con más concentración y continuidad. Lo que me detiene de estar inmerso en la producción es la condición de mi cuerpo: a veces tengo que descansar.
Sigo escuchando la voz de Dios, pero ya no es la voz dura que me juzgaba de joven. Ahora dice “Leonard, estás perdiendo mucho peso, estás muriendo pero no estás colaborando con el proceso. Tenés que forzarte a comer un sandwich”. A veces me dice que lo ignore, que haga lo que tenga que hacer, que continúe. Es muy compasivo a esta altura, mucho más que en otros momentos de mi vida. La voz ya no me dice “lo estás arruinando”. Es una tremenda bendición. Estoy preparado para morir. Espero que no sea muy incómodo. Las cosas están en su lugar.
Me gusta atar los cabos. Es un clisé pero poner tu casa en orden es un análgésico en todos los niveles. Si podés hacerlo, es una de las actividades que ofrecen más consuelo y los beneficios que conlleva son incalculables. Tengo medio centenar de poemas sin terminar, algunos no son malos. ‘Escuchen a la mariposa que vive tres días/ Escuchen a la mariposa, no me escuchen a mí.’ No creo que lo termine, ni como canción ni como poema. Siempre puede ser mejor.”