“Ese fue mi camino hasta hoy: hasta esta persona que hace canciones”. Es poco más que el mediodía allá en Ciudad de México y Silvana Estrada –en un alto entre ensayos, recién llegada de una extensa gira por Estados Unidos y Canadá, donde se ha editado su nuevo disco– habla largo, suave, con una gracia liviana y encantadora.

Nació y se crio en Xalapa (Veracruz) en un entorno campestre y rural. Pero sobre todo musical: sus padres además de músicos (madre clarinetista, padre contrabajista) se dedican a la luthería y a la laudería. En ese taller que alucina se grabó su participación en la serie de conciertos de Tiny Desk. “Di por hecho la música en mi vida porque en mi casa era como comer, como ver la tele. Era, en definitiva, mi cotidiano”, cuenta. “Aún hoy trato de mantener esa relación con la música, en la que me siento como cualquier ser humano que hace canciones para pasar el rato y canta con su familia y con sus amigos para hacer comunidad, que es lo que pasó en mi casa. Así crecí”. Después de años de estudiar música clásica y piano, pasó por la universidad en Veracruz y luego ya a estudiar jazz a Nueva York.

De esos años en la gran metrópoli es que se desprende y se entiende el disco Lo sagrado (2017), firmado a dúo con el guitarrista Charlie Hunter, junto a un ensamble de jazz. Pero, como reza el dicho: al pan, pan; y al vino, vino. Ella es una cantora y su búsqueda va por allí. Aún recuerda, no una epifanía pero casi, la primera vez que tuvo entre manos un cuatro venezolano. Estaba en sus dieciséis: las aguas se abrieron y divisó la posibilidad de empezar a componer. “Tenía la inquietud, probaba en el piano pero me salían puros ejercicios de armonía, esa información compleja del estudio. No lograba hacer canciones o coros, nada. Cuando descubrí el cuatro dije: bueno, aquí estoy cómoda. Me gustó el proceso, el resultado de hacer. Siempre la primera canción de alguien es medio bochornosa y hay que verla con cariño. Estaba intentando con la poesía, cantar, jugar con la armonía. Me sentí suficiente a partir de allí. Escribiendo canciones fue el primer lugar donde no tuve que demostrarle nada a nadie”..

A Lo sagrado le siguió el EP Primeras canciones (2018), una especie de ensayo de lo que terminaría siendo su deslumbrante debut solista editado hace apenas algunas semanas: Marchita (Altafonte/Media Isla). “Lo considero mi primer disco porque es el primer trabajo donde tengo injerencia en todo”, explica. “Trabajamos con el productor Gustavo Guerrero pero fue codo a codo. Encontramos juntos el sonido. Esas canciones las trabajé muchísimo, un proceso de escritura largo y solitario. Por ello son como un viaje calmo, de mucha introspección. Mucha tristeza, mucho dolor pero también de luz. Era importante conservar esa fuerza de las canciones que se pueden sostener solas. Muchas veces el proceso de producción fue des-producir”.

Gran parte del repertorio no sólo data de mucho tiempo sino que fueron curtidas durante años en bares y salas pequeñas. El tenor de Marchita es claro: es un disco post separación. Pero la cosa no está puesta sobre eso, más sí sobre la experiencia del duelo. “Sabré olvidar porque el silencio no da opción cuando uno canta/ y este dolor se ha de esfumar en mi garganta, sabré olvidar/ Voy a callar un par de días, alejarme de tu nombre/ abandonar mi artillería, abrazarme al horizonte/ y a olvidar, sabré olvidar”, canta en su tema “Sabré olvidar”. Estrada comenta: “Al centro del disco hay una búsqueda de entender el duelo. Dentro de su universo sí es un disco post ruptura, pero más bien cuenta la historia del duelo, que me parece mucho más interesante y profunda. Y al ser eso, al ser la historia de un duelo, también es la historia de una sanación. Es un disco triste y oscuro y en la voz hay un quejido, un llanto pero creo que al final avanza hacia la luz”.

Si aquel primer trabajo a dúo desbordaba de instrumentos, sonidos y electricidad; este es casi su perfecto opuesto. Lo inunda el silencio, las cuerdas y la madera, la omnipresencia del cuatro y el canto de Estrada contando ese duelo. Si en Lo sagrado no había lugar para más nada, acá hay vacantes. “Aquel es un trabajo muy peculiar, experimental, muy jazzero. Aún estaba en la universidad. Todo estaba puesto en lo instrumental, en lo puramente musical, en el groove. Muy rítmico. Marchita, en comparación, fue una búsqueda minimalista”. Si bien algunas de las composiciones pueden tener un dejo genérico lo que emerge sobre todo es la canción. La palabra, lo dicho, el canto. Una voz que cuando gana el aire; pareciera resquebrajar todo lo que se le cruce. Ese tremendo canto brotado de ese cuerpo pequeño.

Hay algo en su timbre, en su color que hace pensar en una voz añeja, antigua, medieval. En consonancia se arriman nombres actuales: por caso su compatriota Natalia Lafourcade o Mon Laferte (con ambas compartió escenarios). Más acá vale pensar en Nadia Larcher, si hasta tienen un porte similar, el pelo renegrido, algo en sus miradas. Y la tradición trae nombres pesados, cantoras frente a las que no se puede, sino, ir hacia ellas: “La canción en español, mejor dicho la canción latinoamericana tiene una carga. Y me gusta esa carga en las voces de las mujeres. Más que pesada, esa tradición es gravitatoria. Se vuelve una fuerza que me ata a un centro y ese centro es Mercedes Sosa, es Chabuca Granda, es Chavela, es Amparo Ochoa, es Violeta Parra. Desde ese centro Marchita trata de orbitar allí, en ese alrededor” comenta. Y agrega: “Quiero pensar que dentro de muchas décadas quizás este disco genere cierta gravedad para alguien. Por ello tenemos la responsabilidad de generar cosas honestas. ¿Sabes? Lo que salga de mí en los años venideros tiene que ser claro, honesto, necesario”.

Antes de partir al ensayo cuenta que en unas semanas va a editar algunas canciones inéditas que quedaron fuera del disco y que está pronta a entrar a grabar cosas nuevas. Y agrega: “En el fondo, la seriedad con la que hablo en el disco es bastante inocente, me resulta casi adorable. Esa solemnidad de juventud que con los años la tomamos con cierto humor. Estoy emocionada de poder sacar cosas nuevas. Me interesa sobre todo lo que tengo por decir y aún no lo dije”.

Entonces, a no engañarse: Silvana Estrada lleva encima el sol de los campos de su Veracruz natal. Y con ello su voz se eleva y eleva y eleva y canta un par de penas, alta en un cielo escampado, violento de tan azul.