Mientras la vida es preocuparse por cosas que no pasan, el desarrollismo es vivir en la obra hecha y el proyecto soñado. Sucede que en la era de las emociones digitales todo queda igualado y hay que activar un recurso que siempre salva, la fe en lo imposible.

De fondo escucho a Julio Sosa y el tango “Dicen que dicen” y me voy adentrando en una historia vecina a la tierra de Miguel de Cervantes.

Me sumerjo en la búsqueda de la rebeldía que lucha con molinos de viento. El fin es encontrar la utopía abordada seriamente con el corazón de un hombre y su fe. Un despegar de lo terrenal a la elevación que construye y deja huella. En ritmo de novela aterrizo en la guerra civil española y la generación del 27. Un desarrollismo literario y poético que marcó la luz de un pueblo apagado pero jamás abatido.

Apartado siempre de las filas, el hacedor sueña el estilo de su templo. Arma el tiempo y espacio a su medida para jugar el partido de la visión divina.

Justo Gallego es el demiurgo sin la tentación actual del chip subcutáneo. Propietario de un mensaje emparentado con el Quijote moderno.

La catedral improvisada tiene variadas visitas, desde arquitectos, académicos, turistas y curiosos. Pero también visitas imaginarias como la del francés Víctor Hugo cuando dejó su firma en los orígenes del proyecto con un fragmento de su poema que finalizaba diciendo: “El hombre está colocado en donde termina la tierra y la mujer en donde comienza el cielo”.

Vuelo lejos de nuevo y sin ganas de convencer a nadie, pero me quedo ausente con el misterio de si la obra de la cúpula se terminará algún día. En esa especie de conexión de lo inconcluso que tiene “La Sagrada Familia” de Gaudí con la Catedral de Justo Gallego, aparece la muerte absurda con un tranvía que hoy es un bar cooperativo.

Sentado y en la tarea agotadora de encontrar como llegar desde Madrid a la basílica inefable, me distraen por detrás las voces con la tonada típica de dos cordobeses que elogian la siembra de soja en los campos de Oncativo. Al unísono afirman que hay similitudes entre el pensamiento desarrollista que floreció en Argentina a mitad de siglo 20 donde ya había comenzado la nacionalización del petróleo y el comienzo de la construcción de Justo Gallego en 1961 a unos 40 minutos de la capital de España.

Hay una especie de slogan publicitario que afirma los atributos de una “Sagrada Familia marginal”. Casi con desesperación me muerdo la lengua para no intervenir en la charla y sumar que el primer desarrollista en Argentina fue el gran Manuel Belgrano y por último afirmar que Justo Gallego es todo lo que Gaudí no pudo, falta de presupuesto y libertad.

Los diseños de Antonio, sin lugar a debate, son sublimes. En el caso de las ideas de Justo, son binariamente opuestas desde la concepción pero hermanas en la familia gaudiana por la utilización de materiales. En lo único que se parecen es en tener una obsesión con la física. Antonio desde la precisión y Gallego desde la certeza de que la acción y la reacción son guiados por Dios.

En ambos espíritus españoles todo parece caer en las garras de la fuerza de gravedad, como si hubieran estado de acuerdo en ser rehenes de un magnetismo terrestre. En el caso del catalán, la simetría de la asimetría con el acompañamiento total del mecenas y en el otro rincón de la creatividad, el seminarista expulsado por tener tuberculosis y la promesa de construir lo imposible con riesgos de derrumbe.

Hasta el día de hoy lo que conmueve es que todo pronóstico arquitectónico se come el amague porque no hay desmoronamiento en la gran catedral sin final, en las afueras de Madrid.

La catedral de Justo Gallego queda y ya posee ley propia, subyace a lo físico y su volumen en la historia existe antes de ser construida. Por eso después de un largo tentempié, sigo en silencio el viaje y se me ocurre llamar un auto para llegar hasta el terreno donde el creador vio a Dios en un taller.

Finalmente mi amigo Sergio Guijo Calvo de la ONG “Arquitectos sin fronteras” me consigue un auto y el camino me llevará hasta Mejorada del Campo a una hora aproximadamente de la capital española. Como los bancos del Parc Güell, quedo duro y en aparente movimiento cuando descubro que el chofer es muy parecido a Grigori Rasputín cuando se pone de costado y observa el polémico edificio “El ruedo”, obra del arquitecto Sáenz de Oiza sobre la M-30, emblema de la vivienda social y el desarrollismo en España.

Aún no hablamos del destino pero ya es hora de preguntar por la obra de Justo Gallego que es hija no reconocida de la “Sagrada Familia” en Barcelona.

Ya faltan 20 minutos para arribar a la catedral que llaman “arte marginal” y hago frenar a Rasputín para respirar unos minutos la briza de Alcalá de Henares, ciudad donde nació el gran Miguel de Cervantes. El espíritu me remonta por unos minutos a la plaza principal de Azul y a la ciudad cervantina de la Pcia. de Buenos Aires que le da vida al cementerio que diseñó el gran Salamone.

La llegada es puntal para el almuerzo y estacionamos sobre la calle Antonio Gaudí.

La sensación al entrar y ver la gran cúpula hecha a mano es similar a cuando uno relaciona a dos personas que le hacen acordar una a la otra y viceversa pero que, en realidad, no son parecidas entre si.

Simultáneamente asocio el concepto de desarrollo en la Argentina que a veces se pudo hacer programado y otras veces no, como la experiencia de la catedral de Justo gallego, a puro pico y pala. En los dos planos se expande el desarrollismo en distintas formas pero en la misma dialéctica de pensarse hacia arriba y a lo lejos. Será por ello que ambos autores sembraron su propia torre de Babel, por aquella devoción de no finalizar.

Dicen que a Justo se lo escuchó charlar con los economistas y con un grito sagrado los expulsó desde los pasillos de una galería interna con estilo arábico; ¡Me tienen podrido! Prefiero tener menos presupuesto pero más libertad.