Desde Santiago

En su segundo mes como presidente de Chile, el progresista Gabriel Boric tiene un escenario complejo en la forma, pero no tan inesperado en el fondo. Por una parte, los economistas habían advertido que 2022 sería un año de poco crecimiento económico y con una inflación mayor a la que el país estaba acostumbrado, todo esto producto —en gran parte— de la pandemia. Por otro, la Convención Constituyente que está redactando la Constitución que reemplazaría a la de Pinochet había experimentado un complejo proceso de instalación el año pasado, pero además recibiendo un intenso ataque de la derecha y los medios afines, que han puesto en el horizonte la opción “rechazo” para el plebiscito fijado para el próximo 4 de septiembre. Y finalmente está la herencia del gobierno de Piñera: la crisis humanitaria en el norte con cientos de inmigrantes venezolanos ingresando por pasos no habilitados y la escalada de violencia en la llamada “macro zona sur”, donde pareciera no haber salida a las tensiones entre la policía, la industria extractivista forestal y las comunidades mapuche.

Lo que nadie había imaginado es que una suma de desaciertos, que comenzaron con los tiros al aire con que fue “recibida” la ministra del interior Izkia Siches al territorio mapuche apenas a cuatro días de haber asumido el nuevo gobierno y el intenso ataque del ex oficialismo al presidente, al punto de cuestionarlo porque se arregló el cierre del pantalón en una reunión con el presidente del senado, han influido en la construcción del “relato” que busca el equipo de gobierno en esta primera etapa. Y esto implica poner orden en una coalición cuyo núcleo es el Frente Amplio, conglomerado de partidos surgido tras las protestas estudiantiles de 2011 junto al Partido Comunista pero al que se han sumado el Partido Socialista, el Partido Radical y Partido por la Democracia asociados a la antigua Concertación que gobernó a Chile por dos décadas tras el retorno a la democracia en 2010.

La pesadilla de las AFP

El llamado “Quinto Retiro”, que se votará este lunes, se ha tomado la pauta noticiosa estas semanas. Básicamente se trata de permitir que los afiliados a las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) puedan retirar parte del dinero para la jubilación impuesto de forma obligatoria. El modelo, impuesto por la dictadura de Pinochet permite que entidades privadas puedan invertir estos dineros en el exterior, sin que los trabajadores puedan acceder a las ganancias de estas inversiones, pero si asumiendo las pérdidas. Los únicos que mantuvieron el antiguo sistema de pensiones chileno fueron las Fuerzas Armadas y de Orden. Desde 2020 el Congreso ha aprobado sucesivos retiros de fondos, ante la emergencia de la pandemia y un gobierno (del derechista Sebastián Piñera) que apenas ofrecía unos 100 dólares y un par de cajas de alimentos, al mismo tiempo que permitía a las empresas a “suspender” a sus trabajadores sin pagarles finiquito.

Sin embargo, este retiro de fondos —que en rigor sería el número 4 pero que se llama así porque el proyecto de “cuarto retiro” fue rechazado en diciembre de 2021— es una medida que el gobierno de Boric no quiere apoyar, debido a las advertencias de economistas como el ministro de Hacienda, Mario Marcel. El argumento, en que la mayoría de los expertos ha insistido ya desde el primer retiro, es que esta medida incrementará la inflación y empeorará las jubilaciones. La ciudadanía, sin embargo desconfía ya que las pensiones ya eran bajas y que las AFP no paran de ganar dinero, obteniendo un 15% de ganancias en plena pandemia, a pesar de las advertencias apocalípticas sobre los retiros. La semana pasada el gobierno presentó un proyecto alternativo (que también será votado este lunes) y que acotaría los retiros a personas que desean pagar créditos y deudas, que fue fuertemente criticado. El gran problema es que Boric y prácticamente todo el oficialismo había apoyado los retiros, por lo que cualquiera sea la decisión que tome el Congreso esta semana, habrá una pérdida de credibilidad segura.

El fantasma del "rechazo"

Mientras Boric estaba en Buenos Aires, a principios de abril, se dieron a conocer tres encuestas que señalaban algo que recién hoy se está empezando a tomar en serio: hay una posibilidad que se rechace la nueva constitución que se votará el 4 de septiembre. “Los sondeos de opinión, por supuesto, que son preocupantes y son un llamado de atención para todos quienes confiamos en este proceso, para todos quienes creemos que este proceso es necesario”, señaló y agregó que hay que “buscar la mayor transversabilidad y amplitud posible, para construir una constitución que sea un punto de encuentro entre los chilenos y chilenas”.

Estas palabras fueron entendidas como un llamado de atención a los constituyentes de su sector pero también un cambio de actitud frente a un proceso que sin dudas está ligado a su gobierno pero en el que no se deseaba intervenir. Aunque los constituyentes de izquierda están en una clara mayoría y usan todos los canales para informar del trabajo de la Convención, el caos informativo producto del inmenso volumen de votaciones y la falta de una línea comunicacional unificada, ha permitido que la derecha instale noticias falsas y subraye este desorden que debería minimizarse con la presentación del texto constitucional en los próximos meses.

El fin de la instalación

Estas semanas de acuerdo con la planificación del gobierno se termina el periodo de “instalación” que será marcada por una gira por Chile. En efecto: el presidente viajó primero a Argentina antes que, por el interior del país en una decisión probablemente estratégica de dar una señal al exterior, mientras los ministros se desplegaban por el territorio chileno. Algo que no resultó exactamente cómo se esperaba. Esto debido al ataque sufrido por la comitiva de la ministra Siches, quien ha protagonizado varios desaciertos comunicacionales, aprovechados por la derecha y sus medios, como haber señalado en el Congreso que, durante el gobierno de Piñera un avión repleto de extranjeros deportados regresó al país con la misma tripulación.

Este incidente, sumado a la ansiedad de muchos ministros tan millennials como el presidente por comunicarse a través de las redes sociales (algo que ha escalado incluso a las reuniones de gabinete) y una baja de popularidad en las encuestas, debiera impulsar a Boric por imponer su mensaje reformador, ordenar a sus partidos y convencer a los chilenos que los cambios son buenos, aunque, como señaló en Argentina, esto se parezca a un avión emprendiendo vuelo “con turbulencias”.