“...Ser un cuerpo que podía ser deseado, que podía ser pretendido, que alguien se quería coger, se sentía de algún modo como un reconocimiento. Aun si el cuerpo en el que yo quería ser cogido, y el cuerpo que Edward quería cogerse, no eran el mismo.” Con estas palabras McKenzie Warck delinea el curso de un relato profundamente íntimo. Las páginas de Vaquera Invertida están llenas de semén, de gemidos, de cuerpos desnudos expuestos en la mesa de autopsias del deseo. A través de cortos relatos la autora nos sumerge en su sexo para mostrarnos como el goce opera en nuestras vidas de múltiples modos: nos valida frente a la mirada de otros, nos asfixia en nuestros pensamientos, nos arrastra por emociones oscuras, nos hace humanos.

Dentro de la producción de Warck, este es un libro distinto. Conocida por textos teóricos y filosóficos, este libro de estilo literario propone un recorrido muchos más carnal y erótico pero que no deja de circular por algunos de los tópicos que hicieron conocida a la autora. Con su pluma nos muestra cómo las anécdotas se enquistan en los contextos sociales y políticos de cada época. A través de referencias a la música, la moda y el cine los personajes encarnan su tiempo y nos permiten mirar cómo política, arte y cultura van entrelazándose a medida que los personajes se enredan en las sábanas y orgías. Cada encuentro está lleno de detalles que nos permiten mirar un poco más allá del testimonio personal y adentrarnos en las preocupaciones que más ampliamente desarrolló la autora en otros textos. Al mismo tiempo nos da pistas para rastrear en su producción más teórica cómo su vivencia trans ha moldeado el modo en que mira y analiza otros fenómenos.

Estar fuera del mundo, en el mundo

“He escrito así antes, pero soy más conocida por libros de teoría como El Capitalismo Ha Muerto, La Playa Bajo La Calle, y Un Manifiesto Hacker -sólo por nombrar los otros que están traducidos al español. Y para mí, al menos, también se puede encontrar la trans-idad (trans-ness) en las esquinas de todos esos libros”, dice Warck, al tiempo que rescata el modo en que otros autores, cómo Theodore Adorno o Michael Foucault, que vivieron la exclusión por su creencia religiosa o elección sexual sin haber hecho de sus experiencias una cuestión central, tuvieron un ángulo de visión atravesado por lo vivido. “Para mí fue la transexualidad. Incluso cuando no sabía qué era eso, o no escribía sobre ello, esa sensación de estar fuera del mundo, de ver el mundo a través de la posibilidad de otro mundo, es la forma en que todos mis libros están conectados”.

Por otra parte, la autora entiende que la forma de escribir sobre conceptos y teoría está virando hacia un relato que incluye mucho más las voces y experiencias particulares. “Hay un alejamiento de la abstracción de la posición desde la que el teórico escribe la teoría. Un movimiento para situar el trabajo de crear conceptos en el arte de contar historias que parten de la propia historia, de las propias experiencias. Así que Vaquera Invertida es mi versión de eso. Creo que ahí es donde está la vanguardia para la escritura que trata de conceptos: conectar eso con los sentimientos, las historias, las situaciones, pero de una manera que muestre al ser como hecho por la historia, más que como su propio pequeño autor”.

Literatura y exploración sexual

Vaquera Invertida funciona también como un pasamanos del cual sostenerse en la aventura de la transición de género y la exploración del sexo. Los pequeños relatos que lo componen no sólo presentan anécdotas y sentires de la protagonista, sino encuentros carne a carne que permiten entender lo sexual como un hacer colectivo. Siempre resulta útil conocer los itinerarios de otros cuando abandonamos los presuntuosos designios de la biología. 

Me interesa cómo las cosas más íntimas sobre el sexo y el género están al mismo tiempo saturadas en la historia, en los medios de comunicación, en las situaciones de nuestras vidas. Pensé que eso requería una forma diferente a la de un libro teórico, que deja de lado la intimidad, o un libro de memorias, que dejan de lado gran parte de la situación para centrarse en el yo. Es un libro sobre el hecho de no saber qué podía hacer la transición, así que trata de una especie de yo ingenuo, un yo perdido en sí mismo durante mucho tiempo. Imaginé que podría ser un libro para personas que se sintieran así. Lectores a los que les costó mucho tiempo descubrir cómo estar en el mundo con cierta facilidad. Ese podría ser un amplio abanico de lectores, no todos ellos con problemas de género, necesariamente. También pensé que hay un tipo muy particular de mujer trans que podría relacionarse más específicamente con la búsqueda de cómo estar en el mundo a través de momentos de euforia de género mientras se coge. No es algo de lo que se hable mucho en la literatura trans. Y, a su vez, pensé que eso podría conectar también con los lectores no trans: ¿es realmente tan único encontrar un género a través de la propia sexualidad? Quizá mucha gente tenga esa experiencia, que podemos ser cuerpos generizados mientras somos cuerpos sexuales.”

Cuando la literatura trans interpela a lxs lectores cis

Sobre la forma en que la literatura trans interpela a los lectores cis, las reflexiones de McKenzie Warck son muy interesantes. De hecho, su obra más teórica reflexiona mucho sobre las industrias culturales, el mercado y los devenires del sistema capitalista en la era digital. En anteriores entrevistas ha pensado también en vínculos posibles entre la teoría trans y el marxismo. Al entrevistarla fue inevitable indagar sobre cómo el boom editorial y de producciones audiovisuales de temática trans es al mismo tiempo una forma de visibilizar al colectivo, pero también de normalizar la rebeldía y purgar la culpa de los espectadores y consumidores. Warck es tajante: Las personas cis necesitan a las personas trans para poder ser cis. Nos necesitan como la excepción, como el otro. No existen sin nosotros. Tenemos este papel necesario para estabilizar su conexión entre el género que se les asignó y el género que habitan. La necesidad que las personas cis tienen de nosotros puede expresarse como violencia. Tienen que dañarnos o matarnos para extinguir la inestabilidad que hay en ellos mismos. A veces esa necesidad toma la forma opuesta: nos celebran, nos tratan como especiales. Pero ser especial sigue siendo estar excluido. Somos excesivos de cualquier manera: somos especiales o somos basura. Así es como las personas cis consiguen ser ordinarias, en relación con nosotras como uno u otro tipo de excepción”.

Pero a la vez que la maquinaria editorial y la mercadotecnia de las plataformas absorbe con voracidad nuestras experiencias para el disfrute de las personas cis, esa proyección de lo trans en las multipantallas y streams inaugura posibilidades para posibles infancias, juventudes y porque no, adultes que aún no se encuentran cómodes en su género. ¿Es esta visibilidad trans un horizonte pleno de satisfacciones? ¿Existen peligros al exponer tan abiertamente las peculiaridades de nuestras experiencias? McKenzie Warck enciende una alerta tanto desde su pensamiento teórico como en este particular abordaje literario: Siempre me siento un poco ambivalente cuando se nos incluye en las industrias culturales. Me gusta ver que las personas trans tienen trabajo y cobran, así que es bueno en ese sentido. Y necesitamos vernos en los medios de comunicación a menudo para saber que es posible ser trans. Eso puede ser bueno. Pero esa visibilidad tiene muchas desventajas. Sólo estamos ahí como accesorios para estabilizar el ser de género cis. Y una mayor visibilidad también significa un mayor peligro, especialmente para las mujeres trans que son pobres o no son blancas. Así que, por ejemplo, cuando se emitió la serie de televisión Veneno, lloré como no lo había hecho por una serie en mucho tiempo. Sólo por ver a personas trans en la pantalla, por ver una de nuestras historias. Pero no me hago ilusiones de que esté hecha para gente como yo”.

Vaquera Invertida es una invitación a adentrarnos en todos estos rincones de la memoria y el pensamiento de McKenzie Warck. El recorrido promete ser intenso, excitante y desgarrador cómo una noche de malas copas y furtivo sexo que nos deja aturdidas de goce, confundidas en nuestros cuerpos y abiertas a infinitas posibilidades. Con la destreza de quien ha dominado las palabras de la teoría, Warck se adentra en un cóctel literario ideal para el deleite, la resaca y la confusión, promete y cumple llenarnos el culo y la carne de preguntas.

Vaquera Invertida ha sido traducido por Mariano López Seoane y editado por Caja Negra Editorial como parte de su colección “Efectos colaterales”.

Femenino (fragmento)

Las medias negras rasgadas me habían hecho sentir en otra piel, incluso en otra especie. Me encantaba la sensación de envolverlo con mis piernas tentáculo, sentirlo a través de la

capa de nylon barato. Sentía que la malla elástica contenía mi cuerpo mientras él me cogía, en caso de que la cosa pudiera abrirse y derramar alguna crisálida mutante. Las medias largas son un inconveniente. Abrirlas a mordiscones era sexy y cómico, pero Edward arruinó mi único par. Creo que habían sido un regalo de Leslie. Iba a tener que ir a comprar unas pantis y un portaligas. En negro cliché, el color universal del sexo para los de piel blanca. Iba a tener que ir y comprar mi propio objeto fetiche.

Prepararse para comprar tu propio objeto fetiche es una sensación extraña para un marxista. No cualquier marxista, uno formado en la escuela del partido. Allá por los años setenta, la camarada Jenny, el camarada Glen y yo nos habíamos sentado ahí, mientras el camarada maestro nos instruía sobre los puntos más delicados de la mercancía marxiana. Comprar ropa fina transparente parecía una culminación perversa de esa educación. En la escuela del partido me había sentado al lado de un trabajador siderúrgico al que le faltaba la punta de un dedo.

A fines de los setenta el partido se había vuelto algo heterodoxo, así que todos estábamos al tanto de esas teorías de Marx más Freud de la Nueva Izquierda. Ir de compras era ahora salir a comprar un fetiche mercantil que era un fetiche sexual. La idea era excitante, vergonzosa e ideológicamente disparatada: me estaba convirtiendo en un perverso no sólo en el sentido freudiano, sino también en el sentido marxista.

El fetichismo de la mercancía en Marx está bastante malinterpretado. Marx está haciendo un chiste a expensas del lector burgués. El burgués piensa que solo los salvajes tienen fetiches. El salvaje equivocadamente atribuye poderes a las cosas; el civilizado burgués sabe que solo Dios, la Razón y el Mercado tienen tal poder. Cuando el burgués piensa que está siendo más razonable, ahí es cuando más se parece a los salvajes de su propia imaginación, dice Marx. Les atribuyen poderes místicos a las mercancías en el mercado, sin ser conscientes de ese poder mayor que las ha hecho: el trabajo.

El fetiche sexual en Freud siempre me aburrió bastante. Aparentemente, sufro de complejo de castración y sustituyo la mujer por el fetiche, el todo por la parte. Pero a lo mejor yo quería ser esa mujer, o ser como ella. A lo mejor no tener verga no me parecía tan terrible, sobre todo teniendo una vía extra por la cual ser cogida en su lugar. Si sufría de algo, era de envidia de la vagina. Al parecer, Freud pensaba que yo era como uno de esos salvajes que los burgueses como él creían haber superado. Se supone que todos tenemos que adorar el monólogo de la verga.

Bueno, está bien, yo quería verga, pero dentro mío, no en mi cuerpo. Y solo de vez en cuando. Quería verga, no el falo. La verga solo funciona un rato, luego se encoge y vuelve a ser casi nada. Yo solo la quería cuando la quería, y no para siempre. Pero yo tenía una verga, incluso si no la quería mucho a veces. Quería hacer un ritual para hacerla desaparecer por un rato. Para traer a la superficie un cuerpo cogible. Uno creado por pieles y signos reconocibles para convertirse en el espectáculo de la cogibilidad.

Edward toleraba mi afectación femenina. Alisé las medias sobre mis piernas. La sensación del nylon, arácnido y transparente, de buena calidad esta vez; una piel mejor. Sentía que disfrazarme, hacer un poco de drag, me permitía interpretarme de un modo diferente. Una parodia, sin duda, pero hecha con determinación. Podía deslizarme entre los géneros, sacudir los hombros y dejar atrás por un momento la masculinidad; pero no podía lanzarme de lleno a otro género. Era más la euforia de saltar por encima del género por un momento, componiendo otro cuerpo por fuera de la gravedad del género. No-existir en un género inexistente, presentar una fantasmagoría femenina de pieles y signos.

El cuerpo traído a la superficie, el cuerpo que trajo la tela negra de las medias, era un cuerpo que de todos modos casi siempre se sentía más bien femenino, incluso cuando estaba atado al mundo cotidiano, con sus muñecas y su cintura delgadas, su piel suave y el cabello largo. Me habría gustado tener tetas más grandes, por supuesto. Y, particularmente,

pensaba que mi culo no era lo suficientemente voluminoso. Y siempre estuve avergonzado de mis pies deformes. Pero una chica tiene que arreglárselas con lo que tiene. Incluso una no-chica.