Ensayo de ella marca un debut diferente para cada una de sus hacedoras. Para Andrea Servera, una coreógrafa que se mueve como pez en el agua cruzando disciplinas, géneros, saberes y diluyendo fronteras, es la primera vez que dirige un espectáculo en el que el texto ocupa un lugar protagónico y el movimiento es un elemento más junto a otras formas de expresión. Lo hace junto a Lisa Schachtel, su talentosa hija veinteañera, que está dando sus primeros pasos en el teatro y en la música. Alejandra Laera es muy amiga de Andrea, Doctora en Letras por la UBA, investigadora del CONICET y reconocida crítica cultural que, en esta ocasión, se sube a un escenario no ya para dar clases de literatura argentina en Puan, sino para actuar y con un texto de ficción de su autoría. “Es la primera vez que escribo algo que no sea ensayo o crítica literaria, y también la primera vez que actúo, aunque dar clases tiene una buena dosis de histrionismo”, admite. La cuarta en cuestión es la hipnótica Martina Vogelfang, amiga de Lisa, también anda por sus jovencísimos veinte años, se formó como actriz en los talleres de Nora Moseinco y da clases de actuación. Para ella es un debut actoral profesional, por fuera del ámbito de las clases y las muestras de fin de año.

En esta pieza, Laera y Vogelfang encarnan, tal vez, a la misma mujer en distintos momentos de la vida, la adultez y la juventud, en un relato intimista, introspectivo, centrado en la relación de la protagonista con los objetos, en particular los zapatos y los libros, y con la naturaleza. Lo hacen en un espacio escénico acotado, enmarcado con telas claras, que le viene muy bien a una puesta frontal y directa en la que la mujer adulta comienza hablando a público sin cuarta pared, develando aspectos de su mundo interno. Desayunar con café negro, quemarse con él, su relación con una variedad asombrosa de zapatos que despliega en escena, con los que dibuja formas en el espacio. Así inicia un recorrido hacia momentos del pasado: la infancia, la adolescencia, los viajes. Casi siempre las dos están en escena. Por momentos es Vogelfang la que toma la palabra o baila y se mueve con total aplomo. Tiene una contundencia en sus movimientos, un decir firme sin impostar, una mirada con ojos inmensos que cuesta desprenderse de ella, así como Laera logra pasajes sumamente conmovedores hablando a los espectadores a una distancia muy muy corta. Suena tan verdadera contando pequeños aspectos de su vida cotidiana, algunos hasta banales, o soltando reflexiones agudas sobre cuestiones profundas. 

La actriz y autora del texto cuenta que “hay una intervención sobre los textos. Por ejemplo, la traducción de una canción de P.J. Harvey, que Martina dice hacia el final, está cruzada con un poema de Estela Figueroa y con citas de Barthes. O en otro momento, el poema Dolor de Alfonsina Storni, atraviesa un monólogo”. En el devenir de la obra se cruzan diálogos entre las actrices, monólogos, escenas bailadas, secuencias de movimientos breves y precisos, proyecciones de fotos, videos, voz en off, canciones. Y los libros también le sirven a la mujer para hablar de lo que le da placer. Son también elementos que ellas ubican en el espacio de distintos modos, creando arquitecturas y paisajes. La mano de Servera es evidente en la belleza plástica del montaje y en la combinación de tantos registros, también en la aparente naturalidad con que se van hilvanando en un recorrido del yo que se corona con un ascenso a un cerro en el sur argentino, algo impensado para la protagonista. Las imágenes del final son bellísimas: las dos actrices subidas a un gran taburete blanco, con unos camperones gigantes e imágenes proyectadas de montaña, recreando una naturaleza artificial, intrigante, atractiva, acompañada de reflexiones sobre ese mundo natural tantas veces anhelado como escape o salvación. Y la voz de Lisa en un hermoso cover de “This is Love” de P.J. Harvey.
“Podría ser la misma mujer en dos etapas de la vida o pueden ser distintas. No importa tanto, una es también eso que fue y que lo sigue siendo. Es algo dinámico. Hay una fluidez del yo que te lleva a tratar de estar mejor sin negar lo que una fue, y sin pensar en que hay algo que te salva”, coinciden las intérpretes. También lo hacen en otro punto: las intervenciones de Lisa desde la dirección fueron muy oportunas. “Ella es muy intuitiva y nos fue guiando mucho, ajustando muchos detalles en cuanto a la mirada, la postura, el tono de voz”, dicen. El origen de la obra se remonta al taller de escritura de monólogos que Alejandra Laera tomó con Lorena Vega. Allí empezó a surgir un material que la notable actriz de obras como Imprenteros y Las Cautivas sugirió no dejar pasar. “Ale, vos ya tenés algo”, me dijo Lorena a los pocos encuentros. Y me propone mostrarle a Andrea lo que había escrito para ver la posibilidad de montar algo”, cuenta Laera. Ese fue el germen para la formación de este cuarteto de amigas-familia, al que se sumó Marianela Fasce en la escenografía, Vicki Otero en el vestuario, Fernando Berreta en las luces, Santiago Toranzo y Goyo Aguilar en la música, y Karin Idelson en video.
Servera, que por estos días sigue mostrando Micelias, espectáculo de danza y performance que pone en escena el trabajo corporal de La Grupa, una compañía de danza de mujeres trans y personas no binarias, comenta cómo fue dirigir por primera vez una obra de texto. ”Había trabajado ya con poesía, con Mariano Blatt, y esa vez mezclar sus poemas con la danza me resultó muy natural. Acá el camino fue distinto, fue de prueba, de mucho ensayo, de dejarse llevar, de desandar. Sumar a Lisa fue necesario y espectacular. Ella tiene herramientas para trabajar el ritmo de la actuación que yo no tengo. Y una mirada más fresca, aunque también más certera. Esta vez seguimos el camino del texto. En la danza, generalmente, encuentro el orden de las escenas, la dramaturgia, casi al final. Acá viajamos con el texto, y en varios planos: el espacio, los objetos, la música. Todo se va transformando, y la palabra se hace cuerpo, imagen”, comenta la directora. Si los objetos son lo que le permite a la protagonista mostrarse y salir al mundo, en su universo los vínculos con otras personas no se despliegan con la misma fuerza que lo hacen los zapatos, los libros o las fotos. “Creo que el texto deja un espacio para que esa frase de la canción -'Esto es amor'- la hagas propia. Somos solas, al final... Nos rodeamos de otres, de cosas, pero nuestra piel es el límite con el mundo”, advierte.


*Ensayo de ella se presenta los domingos a las 18 en El Grito (Costa Rica 5459).