En un pasado no muy lejano, era difícil predecir lo que pasó ayer. Aunque lo intentó, el femicida no pudo escapar por la tangente del desborde emocional ni escudarse tras una furia presumiblemente cegadora. Y con su decisión, los jurados populares dijeron que no sólo prestaron atención a los alegatos, los testimonios, la carta con la que la defensa intentó convertir al victimario en un padre sufriente. Las seis mujeres y los seis varones que resolvieron sobre la responsabilidad penal del femicida escucharon, también, el clima de época en el que viven. Si Farré hubiera acuchillado y degollado a su ex pareja hace cuatro años, si el juicio hubiera sido hace tres, en 2014, ¿el resultado habría sido el mismo? 

Las sociedades, como las personas, tienen sus tiempos. Porque la conversación pública es algo más que un murmullo y tiene impacto, el femicidio de Claudia Schaefer probablemente sea el lado B del de Alicia Muñiz; en algún sentido, la mirada sobre Farré es la contracara de la que apañó a Monzón hace casi treinta años. De Farré muy pocos, a excepción de su abogado defensor, dijeron que no sabía lo que hacía, que el crimen era la historia de una desgracia: la de cómo “un hombre puede enloquecer de golpe y matar a su mujer”. De Schaefer, nadie publicó que simplemente “murió”, como sí se dijo de Muñiz.

La de Argentina es una opinión pública que desde hace dos años y un poco más debate intensamente sobre los derechos humanos de las mujeres en el prime time, en las calles, en las escuelas y las casas. Con limitaciones, con dificultades para sortear trampas y aclarar malentendidos, sí. ¿Falta? Muchísimo. Pero algo ya está sucediendo, y no en el ghetto, en el entre nos de pocas convencidas. Puede hasta pasar en programas de televisión de alto rating y agendas confusas, pero cuyos productores evalúan que no, cómo van a dejar fuera el tema. Eso por algo es. Como puede, la argentina es una sociedad que cuestiona las violencias machistas y lenta, muy lentamente, dice que no son naturales. 

Claro que cuesta. Al comienzo del juicio, la defensa del femicida pidió descartar a dos jurados porque habían respondido que sí cuando se les preguntó “¿alguno está a favor del colectivo Ni Una Menos?”. El detalle se publicó, se contó. Y no escandalizó. ¿Puede considerarse una falta estar “a favor” del debate de los derechos humanos de las mujeres? ¿Estar en contra garantizaba imparcialidad?