Hubo una vez un almuerzo de Mirtha Legrand en el que estuvo invitada la actriz y cantante Cecilia Rossetto, a quien la conductora casi centenaria del ciclo que lleva media vida animando quiso aleccionar para que calle sus opiniones políticas y así poder conseguir más trabajo “en lo suyo”. Rossetto, sin ninguna gana de ser disciplinada, respondió que le parecía muy triste la opinión ya que a “grandes estrellas que le hacían la felatio a los genocidas” nadie las cuestionaba. Y entonces fue que se consagró la frase: “Estás muy politizada, demasiado”, dijo la Chiqui con cara de oler comida pasada, indignada frente a la poca ductilidad para la sumisión de la artista. 

Esta semana, apenas terminada la marcha Ni Una Menos, el comentario se actualizó en la voz de muchos conductores en todo tipo de ciclos y también en portales de noticias y, cómo no, en los comentarios indignados que suelen aparecer en los portales de noticias, sobre todo aquellos ligados a los grandes diarios argentinos. Un contrapunto en la pantalla de A24, el domingo a la tarde, puede dar cuenta de cómo opera esa denostación que aun inaugurada hace una década por la conductora platinada tiene una actualidad rampante. Había frente a cámara un hombre y una mujer llenando las largas horas del día no laborable con notas extensas sobre, por ejemplo, el semáforo para peatones que se pondría en el piso de algunas esquinas para que lo pudieran ver quienes cruzan mirando para abajo (hacia la pantalla de su celular). Y cuando llegó el turno de reseñar la marcha del día anterior, él se encabritó y usó la frase: “muy politizada, así pierde su sentido, una causa que nos tiene que unir a todos, se politizó”. Ella también se puso efusiva, pero para defender la movilización aun cuando, siguiendo la línea del canal que la contrata, aceptó que “el problema es que se defendió a Milagro Sala cuando eso no tenía nada que ver”. El intercambio es interesante porque aun con este último y desafortunado comentario, habla de un entendimiento de la mujer de la complejidad de las demandas de la manifestación -ella reivindicaba que se reclamara contra la desigualdad estructural de la situación de las mujeres mientras él insistía en que hay “cosas urgentes, de ahora, que son los femicidios, lo otro es para conversar”-, y me animo a decir que la enorme mayoría de las mujeres lo puede comprender ya que esa desigualdad estructural nos pasa por el cuerpo, está escrito en nuestras experiencias de vida.

Lo llamativo es que la “politización” de la marcha, o mejor, su adscripción a tal o cual partido político, fue una operación que expusieron los medios hegemónicos antes y después de la marcha. La Nación, por ejemplo, hizo una nota que se sostuvo largo tiempo en el portal web en la que explicaba que “las consignas no son compartidas por todas las organizadoras” sin aclarar a quienes se refería con “organizadoras” pero sí separar cada consigna como si fueran distintos navíos en el mar de gente que no se tocaban unos con otros. Así, había quienes pedían por la legalización del aborto, quienes pedían por el fin de la brecha salarial, quienes acusaban a la Justicia por la inacción frente a los femicidios y quienes pedían políticas públicas contra la violencia hacia las mujeres; todo eso aclarando que en el escenario había “militantes k y de partidos de izquierda”. Clarín, por su parte, eligió un título para la crónica principal sobre la manifestación Ni Una Menos que elegía el hecho más minoritario de toda la jornada: “Con globos negros y cintas violetas, una multitud marchó contra el machismo”. Esos elementos fueron parte de la convocatoria al frente de los Tribunales en Buenos Aires de la que participaron algunas independientes, la presidenta del Consejo Nacional de las Mujeres, Fabiana Tuñez -encargada de hacer cumplir la ley 26485 para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres-, y el Frente Renovador. Una linda manera de entronizar el árbol que tapa todo lo demás, aunque apenas pudo ocultar la pésima elección del pequeño título que puso en tapa en la edición impresa del domingo y que hablaba de “auge” de femicidios igual que si se estuviera refiriendo a la moda de los spiners en las escuelas -juguetito que es furor y que fue prohibido esta misma semana-. En ambos diarios, la denostación al pedido de libertad de Milagro Sala tuvo un lugar principal, aun cuando ese pedido, además de ser una causa del movimiento de mujeres, es clamor desde todos los organismos internacionales de derechos humanos. Y también lo tuvo en ese extraño programa a mitad de camino entre la lucha libre, la farándula y el debate político que es Intratables -América TV- donde la acusación al colectivo Ni Una Menos por haber, otra vez, “politizado” el grito contra los femicidios fue descarnado. Para oponer un contrapunto a esa corrupción se invitó a Gabriela Arias Uriburu, conocida en los años ‘90 por su lucha para recuperar a sus hijxs, a quienes el padre secuestró para llevarlos a Jordania. ¿Será que era necesario contraponer a una “madre” -y no de las politizadas- al reclamo colectivo para dar cuenta de lo que se supone correcto y lo que no?

Fue Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo y una de las voces que dieron vida al documento conjunto que se leyó al final de la multitudinaria manifestación del sábado pasado, la que terminó de cerrar el hilo conductor de esta forma de denostación a esta manera de salir a la calle y decir basta. Lo hizo en una mesa de debate en el marco del Festival Internacional de Cine por los Derechos Humanos: “Cuando empezamos a dar vueltas a la Plaza, al principio, a las Madres nos criticaban porque estábamos politizadas, y estos días viendo la televisión volví a escuchar lo mismo. Por eso agradezco a mis amigas feministas que hayan invitado y que me hayan ayudado a tomar conciencia”. ¿Cómo no agradecerle a ella ese recuerdo para que la memoria se engarce con los pasos del presente? Lo hizo a su manera Victoria Solano, una joven periodista colombiana que dio cuenta de qué manera el discurso único sobre el conflicto armado en su país había borrado el genocidio de las fuerzas políticas de izquierda y cómo a su generación se la había empujado a la “despolitización” a riesgo de dejar de existir de la forma más literal posible y también de otras como pueden ser la falta de trabajo o la falta misma de voluntad política. 

A la salida de ese conversatorio, mientras esperaba el subte y paladeaba todavía las palabras de Nora y de Victoria, mientras empezaban a rondarme estas mismas palabras, me detuve en las pantallas que sobre los andenes reproducen publicidad oficial. Nada, nada, nada que estuviera relacionado con la prevención de la violencia machista. Se pasaban sí, campañas de vacunación, muy necesarias por cierto, en las que se veía a niños y niñas, embarazadas, algunos varones también -los menos- que acudían sonrientes a recibir sus vacunas. Y recordé que hasta no hace tanto hubo en las estaciones de subte una campaña sobre violencia de género en la que siempre aparecía el rostro de una mujer doliente, lastimada, con los labios sellados. Es a lo que estamos acostumbradas, tanto que hasta parece natural que así sea como se comunique. Sin embargo, para alentar la vacunación no se muestran cuerpos estragados por la enfermedad. Entonces quedó claro: a las mujeres nos quieren víctimas, nos quieren en ese único lugar donde puede sostenerse siempre la relación vertical entre quien sufre y se le puede dar ayuda. La politización en cambio, esa que genera tanta tirria, es rebeldía. Es atrevimiento por demandar la vida que queremos vivir y empezar a ensayarla. Y eso, evidentemente, es lo que resulta insoportable.