Hace más de una década el Museo arqueológico Adán Quiroga de Catamarca, exhibió por primera vez una selección de figuras de mujeres en diversas expresiones en los distintos períodos de la cultura indígena, Mujeres de Siempre, con la apoyatura de varios arqueólogos. 

Esa muestra sirvió de inspiración para analizar, estudiar e indagar otros aspectos- entre ellos-, la representación de la mujer en las urnas funerarias, cuya síntesis entrego en este artículo, un tópico desconocido para muchos y, que fuera objeto de investigación y conclusión por parte de César Augusto Velandia Jagua(*).

Al igual que Ronal Weber años atrás, César Augusto Velandia Jagua sostiene que, las urnas santamarianas no solamente son antropomorfas porque algunos signos pintados sobre su superficie tengan la apariencia de rasgos humanos sino que ellas mismas, las urnas, son humanas y son mujeres que guardan los restos de sus niños muertos. 

A esta tesis llega el investigador después de un proceso de disección de las piezas totales en sus partes articuladas. Deduce que cada urna es una imago de una mujer, sentada, con las piernas dobladas bajo el cuerpo en reposo, la cual se encuentra ataviada con una manta o uncu colocada sobre el cuerpo globular y con la cara pintada (o tatuada) con representaciones geométricas y figurativas.

Pieza perteneciente al Museo Arqueológico Adán Quiroga.

Las vasijas cerámicas son comprendidas como un vientre de barro mediante el cual regresa un ser (salido de otro vientre), al vientre original que le dio vida. Es el símbolo del retorno. Estas urnas están cubiertas por pinturas simbólicas. Los cuellos muestran rasgos típicos de halcón o lechuza, las cejas son grandes arcos que se unen en un extremo para formar una nariz desmesurada. Debajo de los arcos de la cejas se visualizan cabezas de serpientes, de suri con Imaymanas estrellados. En la parte del cuerpo aparecen los arcos de los brazos con las manos abiertas, levantadas hacia arriba.

Las urnas se encuentran pintadas, cuerpo pequeño ovoide, coronado por un gollete largo, cilíndrico que es más largo por lo general que el cuerpo, o por lo menos del mismo tamaño. Están llenas de pinturas simbólica, una gran cara pintada al cuello de urna, de fisonomía humana, lo que es corroborado por los brazos arqueados que figuran en la parte ventral. El cuello reproduce un aspecto de lechuza o halcón. Las cejas son grandes arcos de círculo que se unen a uno de sus extremos para formar una nariz desmesurada. En el vientre aparecen los brazos y las manos abiertas levantadas hacia arriba, las que suelen portar un vaso, o un par de cabezas triangulares de serpientes, con sus ojos respectivos (Adán Quiroga; La Cruz en América- Estudios Antropológicos y Religiosos).

Velandía Jagua, se aparta de quienes han encontrado en las urnas santamarianas la interpretación de los contenidos, o los significados o la simbología respecto a la decoración de las urnas. Circunstancia ésta que fue tenida en cuenta desde J.B. Ambrosetti, Lafone Quevedo y Adán Quiroga sobre el significado del suri, del sapo o anfisbena, o greca o guarda. Por ello, formula un procedimiento tomando como referencia cinco tipos o fases propuesta por Ronal Weber (1970), y afinado por Elena Perrota y Clara Podestá (1970,1977), también con los trabajos de precisión de Alberto Rex González por la clasificación Valle Yokavil.

Urna Funeraria Cultura Sta, María (Museo Eric Boman).

De esa manera, toma lo que dicen o ven algunos arqueólogos sobre esas urnas, confronta las palabras, las definiciones que muestran similitudes y se encuentra que, en rigor de verdad todos hablan de una figura humana.

También hace una interpretación sobre las guardas verticales que dividen simétricamente el cuerpo en muchas urnas, el tejido que aparece, siguiendo así a Debenedetti y Weber, en el sentido que en algunas urnas santamarianas se encuentran estructura representativa de figuras humanas ataviadas, o como dice Rex González: “figuras humanas provistas de la largas túnicas talares”. El procedimiento de disección de distintas urnas, sirvió para precisar si debajo de esa representación hay un cuerpo y, se encuentra que sobre la zona “ventral” de la vasija aparece la representación del torso del cuerpo que subyace al poncho, mientras, sobre de la base, se representa la parte inferior del cuerpo con las piernas dobladas.

A su vez, la definición de arqueólogos como Ambrosetti (Figura humana; arco superior de las cejas, brazos que se unen al pecho, boca provista de dientes raleados); Marquez Cigliano (figura antropomorfa estilizada); Rex González (Figura semi humana, un rostro de larguísimas cejas y ojos oblicuos, sobre el cuerpo se destacan los brazos que se juntan hacia el pecho; con grandes cejas curvadas, bocas y ojos rasgados del que suelen desprenderse lagrimones), le sirven para definir su tesis.

Cabe la posibilidad- dice Velandia Jagua- que las urnas santamarianas o “cultura Yokavil” hayan sido utilizadas previo a su uso mortuorio, como reservorios de agua, de maíz y granos o para la fermentación de la chicha.

La arqueóloga Claudia Amuedo, va más allá de la postura de Velandia Jagua, profundiza el universo de las vasijas y, en su trabajo Las Vasijas y su potencial como sujetos estabilizadores de seres incompletos, refiere sobre las prácticas mortuorias de los infantes en el período tardío del valle Calchaquí norte. Le otorga a las vasijas la categoría de humanas, porque al estar usadas con una continuidad de generación en generación ya forman parte de una comunidad y por lo tanto tienen humanidad.

Amuedo, sostiene que cuando muere un infante, es depositado en una vasija, cuya misión es completarlo como persona, hay un traspaso de esta animidad. Llega a esta conclusión por las marcas sociales que tiene la vasija, que son mujeres por los rasgos y por los detalles en el cuerpo, es decir, están constituidas socialmente. Completarse como persona cuando en la vida misma no lo pudieron hacer, determina un status ontológico por el cual se trata a los objetos como sujetos. 

Sin duda, los hallazgos de urnas funerarias en valle del Río Santa María o, llamado originalmente Valle de Yocavil y de los valles adyacentes configuran una de las riquezas culturales más importantes del país, reveladores de mitos y costumbres de nuestros ancestros.

(*) Arqueólogo, investigador colombiano, fue Director del Museo Antropológico de Toluma. Obtuvo su doctorado en la Facultad de Ciencias Naturales de la Plata con la tesis Iconografía Funeraria en la Cultura Arqueológica de Santa María.