Parásitos mortales

1975

Producida por Ivan Reitman, la tercera película de David Cronenberg ya establece una de las principales claves de su cine: la constante amalgama entre el sexo y la tecnología como alianza en la exploración del deseo humano. Un científico crea una criatura gelatinosa capaz de penetrar en el cuerpo humano y despertar los más voraces instintos sexuales. Las formas orgánicas de Cronenberg ya asoman como una subversiva provocación al mismo tiempo que como un chiste impertinente que sonroja a los puritanos. Aquí la plaga es menos la causa del horror que su síntoma más evidente, una gráfica expresión de ese pulso tanático siempre envuelto en el goce más supremo. Estrenada como un exponente clase B de su etapa canadiense, Parásitos mortales se convirtió en uno de los primeros clásicos de culto en su filmografía y en el mejor ejemplo del riesgo que asumiría a partir de entonces, incluso en el seno de la industria.

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Rabia

1977

La siguiente incursión de Cronenberg en el horror corporal supuso un paso más allá: ahora es la cirugía estética la llave para la transformación de Rose, una joven que sufre un accidente hasta convertirse en una vampírica criatura sedienta de sangre. La protagonista no es otra que Marilyn Chambers, la porno star de Detrás de la puerta verde, lo cual convierte al director en alguien capaz de erosionar los mismos límites del mainstream. Rabia asume nuevamente el cuerpo como territorio de una transformación que no solo subvierte los roles de género –con Rose blandiendo un apéndice fálico-, sino que abre las puertas a un caos en el que los fluidos son nuevamente los condimentos más efectivos. Cronenberg celebra sus fetiches: antes fueron las babosas pestilentes, ahora las axilas devoradoras; la ciencia incide sobre la naturaleza convirtiendo el gore en un orgasmo celebratorio de esa resistencia que encuentra su único límite en la destrucción.

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Videodrome

1983

Max Renn (James Woods) es uno de los dueños de Civic TV, un canal del under televisivo en la ciudad de Toronto. Frente a la creciente regulación de ese mercado y a los interrogantes de la prensa sobre el influjo de las imágenes en los comportamientos humanos, Renn encuentra en una emisión clandestina de violencia y sadomasoquismo asiático la clave perfecta para su negocio de subversión. Cronenberg percibe de manera temprana la transformación que inaugura el VHS no solo en las relaciones sociales, sino en las mismas formas de las fantasías sexuales. La última pesadilla de Renn es entonces una supurante abertura en forma de cassette que abre su estómago a la deglución de todo tiempo de alucinaciones malsanas. Es una de las películas más cercanas al universo de la nueva Crímenes del futuro, cuya imaginería orgánica y tecnológica puede rastrearse en aquel pináculo irresponsable de la carrera de Cronenberg.

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La mosca

1986

Después de varios hitos en la carrera del terror marginal, Cronenberg incursiona en el mainstream a través de la remake de uno de los clásicos de la ciencia ficción de los años 50: La mosca. Lo que importaba entonces al director Kurt Neumann eran los efectos devastadores de una ciencia desprovista de propósito y sometida a los caprichos de la ambición humana. El cuerpo de Vincent Price todavía conservaba su integridad y los efectos monstruosos podían ser felizmente extinguidos. En la mirada de Cronenberg, el nuevo cuerpo de Seth Brundle (Jeff Goldblum) no solo tiene un devorador apetito sexual sino también ansias de perpetuación. Su gelatinosa anatomía se origina en la intervención de la tecnología pero se nutre de su frustración amorosa, ahora propagada por el mundo como la copulación de un insecto. Cronenberg evoca la esencia romántica del monstruo de cuño victoriano, algo que quizás influiría en la próxima versión de Drácula imaginada por Francis Ford Coppola en los 90.

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