“Vengo a proponerles un sueño…”
Néstor Kirchner

Cristina ha hablado varias veces ya de los “funcionarios que no funcionan”, y ha sugerido también el lógico temor que embargaría a aquellos inhibidos en sus actos por supuestas persecuciones políticas, judiciales o mediáticas. Más acá de las capacidades técnicas o las fidelidades políticas, siempre cuestionables, me pregunto: ¿qué hace que podamos sostener un lugar, una función, una fórmula éticamente? 

Spinoza concluye su Ética afirmando que la virtud es rara y arduo el camino para alcanzarla, pero no imposible. Cualquiera puede poseer el verdadero contento del ánimo y ejercer la libertad con sabiduría. Quizás el mayor problema, no obstante, no sea la diferencia entre el ignorante que se encuentra zarandeado por afectos que desconoce y entonces invoca el libre albedrío, por un lado, y el sabio que conoce adecuadamente la causa necesaria de lo que le afecta y actúa en consecuencia, por el otro; sino la existencia de una tercera figura: el manipulador que, sabiendo lo que le afecta, no hace nada para remediarlo; porque este último hace más daño aún que el ignorante. 

Como el banal funcionario del mal que invocaba Arendt, el “más papista que el Papa” sobreactúa su rol porque se identifica al lugar asignado sin cuestionarse lo que puede o no hacer y cómo eso limita la potencia de obrar. Ejercer un cargo sin creérsela en absoluto, sin invocar relaciones de fuerza que nos exceden o repeticiones insensatas que se nos imponen, exige seguir el deseo en función de su causa: potencia de existir en acto y no mera supervivencia fantaseada. Encontrar el deseo, despejar su causa, puede acaecer en cualquier lugar, tiempo o circunstancia; involucra sueños varios, ejercicios repetidos y prácticas diversas. Lo importante es no estar distraído justo cuando el encuentro crucial se produce, para poder seguir las consecuencias inexorables que se desprenden de ello. Quisiera contar dos actos de mi historia personal que sucedieron en distintos tiempos y lugares pero que comunican bien esta idea. Y al finalizar un sueño reciente que es, claro, una expresión de deseo.

1. Me levanté bien temprano y fui al Dojo, pese a que el frío me hacía dudar de hacerlo, porque ya había quedado con el Sensei y no podía fallarle. En el camino iba pensando cuántas veces había recorrido ese mismo camino, bajo distintos estados de ánimo, y noté sobre todo algo significativo: no tenía temor. Antes en cambio -¡pero lo notaba recién ahora de manera clara y distinta!- siempre me habitaba una sensación difusa de temor que se había disipado. Y no era porque fuese mejor o más fuerte que antes, o estuviese más entrenado, sino por otra cosa que entendí en el acto mientras caminaba. No sentía ya la tensión hacia un fin, ni la precaución autodefensiva, simplemente actuaba. Estaba en condiciones de formular una pregunta clave: ¿qué cosas nos separan habitualmente de nuestra verdadera potencia de actuar, de pensar, de decir, de amar? Fantasmas. Ahora lo entiendo: la cosa era al revés. El fin justificaba los miedos. Si uno se atiene en cambio al medio, al caminar, no hay nada que temer. Y entiendo la dificultad de transmitir lo más simple, la potencia inherente, cuando hay quienes temen sin razón aparente alguna: temor al pensamiento, temor al acto, temor al buen gobierno, temor a la decisión, temor al enfrentamiento, etc. Y correlativamente: envidia, odio, comparación, resentimiento, reactividad, etc. Entendí muchas cosas de repente esa mañana, mientras caminaba con frío hacia el Dojo y recapitulaba enseñanzas anteriores, que se disiparon un poco en el transcurrir del día. Ahora las recupero al escribirlas y trato de pasarlas. Veremos que nos depara el sueño...

Transcurrido cierto tiempo…

2. Luego de la alegre noticia que significó el triunfo de la izquierda en Colombia, el significante Petro entra en el sueño y me reenvía a la casa paterna. Allí donde se materializaron los primeros fantasmas: Pedro se llamaba mi viejo, también era un obstinado militante de izquierda que había querido ser intendente del pueblo que eligió como su lugar en el mundo. Aunque no pudo llegar a serlo, quedó en la memoria de sus conservadores habitantes como alguien muy querido, respetado por algunos y odiado por otros. Siempre quise huir de ese lugar donde me sentía extraño, “sapo de otro pozo”, como se dice. El sueño épico además estaba en Córdoba, según el relato paterno, y hacia allí me encaminé con premura. No encontré nada de la épica mentada; aun así eché raíces, construí el sustento, hice el duelo, hallé el amor, nació mi hija. Pero vuelvo al sueño recurrente de la casa paterna, donde el fantasma era la intrusión: había que ir corriendo rápido a cerrar puertas y ventanas porque una presencia extraña asechaba. Era un sueño arquetípico que además tenía sus motivos reales: cada tanto entraban a robar a esa casa con escasa protección. Los robos habían sido recurrentes también en viviendas anteriores. Ninguna novedad. El hurto reciente en donde habito no hace más que actualizar la serie completa, incluido el evento conocido en el que me dispararon y estuve internado con pronóstico reservado, a un mes de que naciera Camila. El fantasma de la casa, no obstante, ya lo había enfrentado con anterioridad: en un sueño en el que puertas y ventanas no tenían cierres, aceptaba que el fantasma iba a aparecer ineluctablemente y le hacía frente con un temor inmenso; no pasaba nada, era solo un fantasma. Lo real es que hay una lucha de clases salvaje que destroza vidas por doquier, pero no todos somos iguales: algunos damos lucha mientras otros rapiñan sin ninguna consideración en distintos lugares y niveles. Siempre voy a estar del lado de los más frágiles, no por conmiseración, sino porque allí se encuentra la verdadera potencia de obrar: el camino que nos conduce a la casa común, abierta, sin puertas ni ventanas. ¿Qué tiene que ver esto con Petro? Nada y todo; es solo un significante que resuena en mi historia familiar, un gesto de persistencia que despierta el sueño de esa casa grande que llamamos por tradición Nuestra América. Lo personal es político solo si se escribe la historia con apertura, generosidad y franqueza.

Soñé que me había desdoblado cuando íbamos hacia un encuentro militante: era otro yo el que cargaba con el peso de un fatuo prestigio, y se lo cedía tranquilamente mientras se alejaba por otro camino; y yo era también quien despojado de eso encontraba el cálido recibimiento de una compañera que conocía lo que había escrito, me lo hacía saber con naturalidad mientras me conducía a otra escena. No había adulación ni subestimación alguna en su gesto de reconocimiento, sino entendimiento material puesto en acto. Éramos multitudes que confluían entusiastas de todos lados. Al fin me encontraba con ellos: mis compañeros.

*Filósofo, escritor, investigador del Conicet.