En estos días se presenta la muestra Víctor Grippo (1936-2002), “Preexistencias”, en el Centro de Arte Contemporáneo del Museo de la inmigración de la Untref, con curaduría de Diana Wechsler y Florencia Battiti, gracias a una propuesta de Paulina Vera, hija del corazón de Grippo.

La exposición se realiza a veinte años de la muerte de Grippo. Por aquellos días, quien firma estas líneas publicó aquí un artículo que se rescata en gran parte.

Grippo nació en Junín, provincia de Buenos Aires, el 10 de mayo de 1936. Su silencio reflexivo y su resistente distancia de lo mundano formaron parte de una ética de vida y de su rigor artístico.

Un herrero italiano lo introdujo en los secretos y las chispas del oficio de escultor en su Junín natal: "Yo iba a mirarlo –contaba Grippo– cuando trabajaba en sus rejas, en sus herraduras. Al mismo tiempo que golpeaba, se acordaba de decirme que me cuidara de las chispas".

Después estudió química en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de La Plata, carrera que abandonó por la de diseño, que estudió en la Escuela de Bellas Artes de La Plata. En esa misma facultad asistió a los memorables cursos de Visión que daba Héctor Cartier.

Su primera muestra individual la presentó en la Galería Lirolay de Buenos Aires, en 1966. La última exhibición en que participó con el título "De la adversidad vivimos", fue a mediados de 2001 en el Museo de Arte Moderno de París, junto con otros artistas latinoamericanos.

Fue docente en el Museo de Bellas Artes de Provincia de Buenos Aires, en la Escuela de Bellas Artes "Prilidiano Pueyrredón", en la Universidad Nacional de Córdoba, en la Universidad Nacional de Rosario, en el Instituto Goethe, el Museo Nacional de Bellas Artes y en la Universidad Torcuato Di Tella, así como participó de conferencias y encuentros con el público en Europa.

El conceptualismo de Grippo (rótulo que no alcanza para contener la variedad y amplitud de su obra) se expresó a través de una producción en la que el artista siempre concretó sus ideas en piezas de una gran sensibilidad y cualidad reflexiva. Sus sistemas, construcciones, herramientas, objetos, cajas, experimentos, mesas e instalaciones exhiben una notable carga poética y una realización muy refinada.

Su trabajo, uno de cuyos principios constructivos es la idea de transformación, ha girado siempre en relación con la vida cotidiana, el mundo del trabajo, el alimento, la energía y una extraña convergencia entre la ciencia y el arte. Ese cruce fue el vehículo de aplicación de sus conocimientos sobre química, aunque en otra dimensión.

La relación entre arte y ciencia en la obra de Grippo es un camino doble de ida y vuelta. En algún sentido puede verse en su obra una puesta en práctica de lo que planteó el Premio Nobel de Química, el ruso-belga Ilya Prigogine, respecto de la incorporación del componente accidental de la temporalidad en las teorías y leyes científicas, y sobre la creatividad de los fenómenos aleatorios.

El interés internacional por la obra de Grippo estuvo en un comienzo asociado al Grupo de los Trece, capitaneado por Jorge Glusberg. Con ese grupo presentó su obra varias veces en la Bienal de San Pablo –donde en 1977 recibió el Gran Premio– y también en la VI Bienal de París. La mayor retrospectiva sobre su obra, una antología de treinta años de trabajo, se hizo en la Ikon Gallery de Birmingham (Gran Bretaña) y en el Palais de Beaux Arts de Bruselas (Bélgica), en 1995.

Una materia prima de varios de sus trabajos ha sido la papa, alimento que nació en América pero luego de la conquista también dio de comer a Europa. Grippo utilizó –junto con su simbología cultural y política– la energía contenida en las papas, interconectándolas con cables que hacían funcionar distintos dispositivos, desde una radio hasta un tester que medía su propia energía. Esa clase de obras se convirtió en un clásico del artista. Los museos, bienales y galerías del mundo le pedían una y otra vez instalaciones con papas.

Paradójicamente –una paradoja nítidamente argentina–, durante su última década de vida, mientras la obra de Grippo recorrió el mundo, en nuestro país realizó sólo dos muestras individuales, separadas por una década: en 1991 y en 2001, en la galería Ruth Benzacar. Algunas de las exposiciones grupales que incluyeron a Grippo, organizadas por grandes museos del mundo, llegaron a estas pampas, generalmente en versiones reducidas.

En su última muestra individual en Buenos Aires, en abril de 2001, Grippo volvió sobre el mundo del trabajo con obras como La cualidad de la luz y El tiempo del trabajo.

Otras dos obras se relacionaban con la orfebrería y la miniatura y se componían de dos largas series: las "Cajas" y los "Anónimos" .

La cualidad de la luz estaba montada en un recinto cerrado, con luz tenue. En el fondo y cerca del rincón derecho de ese espacio, el artista colocó una mesa de trabajo con herramientas y materiales (y un breve texto), en la que la tarea parecía recién interrumpida pero al mismo tiempo, se evocaba como una situación arqueológica.

El tiempo del trabajo, consistía en una pequeña mezcladora de cemento en funcionamiento, ajustada a al ritmo de una revolución por minuto. La paleta de la mezcladora hacía girar piedras de mármol y una sustancia gris y viscosa. Con cada vuelta el ruido de la mezcla se oía tan llamativo como estrepitoso en el espacio pulido y silencioso de la galería. Junto con la obra anterior ambas evocaban el mundo del trabajo obrero y apelaban a los sentidos del espectador: la primera en el orden visual, debido al tiempo que pasaba hasta que la mirada se adaptaba a la luz escasa del recinto y la segunda en el orden auditivo, porque el ruido y el movimiento iban pautando el paso del tiempo. La mezcladora es un reloj del trabajo obrero que marca sesenta revoluciones por hora. Las revoluciones obreras pasaban a ser así un recuerdo convertido en dato estético mientras el trabajo manual parece extinguirse en el imaginario social. La obra de Grippo siempre cuestionó las condiciones del presente que le tocó vivir.

La figura ausente y aludida es la del obrero o el albañil, quienes, junto con artistas como Grippo, representaban –representan– uno de los últimos refugios de lo manual.

También en aquella muestra final el artista presentó la serie de "Anónimos", unas figuras pequeñas y antropomórficas, hechas en yeso patinado, que expresaban una evocación de sociabilidad encapsulada. Los "anónimos" estaban agrupados en distintas formas y conjuntos, preservados y al mismo tiempo enmarcados por cajas de cristal. Lucían como una sociedad de laboratorio, rescatando lo anónimo como dato social en contraste con la afirmación del nombre propio. Lo que no tiene nombre o autor –parecía decir Grippo– constituye un borramiento del individualismo y una afirmación de lo colectivo.

La serie funcionaba como "reposición" o "reparación" de la ausencia dramática del mundo obrero que proponían las anteriores obras exhibidas. Una reparación silenciosa, análoga a la falta de estridencia y al silencio reflexivo que siempre caracterizó la vida de Víctor Grippo.

* "Preexistencias", de Víctor Grippo, se exhibe en el Museo de la inmigración de la Untref, Av. Antártida Argentina (entre Dirección Nacional de Migraciones y Buquebus), Puerto Madero; hasta el 9 de octubre.