Live is Life:  la gran aventura     4 puntos

España, 2021.

Dirección: Dani de la Torre.

Guion: Albert Espinosa.

Duración: 109 minutos.

Intérpretes: Adrián Baena, Juan del Pozo, Raúl del Pozo, David Rodríguez y Javier Casellas.

Estreno en Netflix.

“Logra entretener apelando a la nostalgia y al carisma de sus protagonistas”. “Conmovedora, divertida y llena de elegancia”. “Un canto a la juventud no exento de su parte más melancólica”. La crítica española apeló a las mil y un hipérboles para endiosar este relato de iniciación que tiene el extraño mérito de no sonrojarse a la hora de replicar todas y cada una de las postas narrativas de Cuenta conmigo, aunque sin llegar ni cerca a la profundidad de su núcleo emotivo. Si el clásico de Rob Reiner encapsulaba a la perfección los sentimientos en juego en las amistades juveniles a través de un relato recostado sobre cuatro chicos que hacían de la búsqueda de un cadáver un motivo para enfrentarse con las primeras rugosidades de un mundo adulto que hasta entonces observaban de refilón, aquí hay otro grupo de púberes para los que el recorrido hacia lo desconocido opera como terreno fértil para la aventura. El problema es que el guion de Albert Espinosa quiere dejar muy en claro el carácter trascendental de esa aventura. Y difícilmente salga una buena película si lo que ella busca es transcendencia.

Da toda la sensación que en España no puede filmarse una película o serie dramática con aspiraciones de masividad sin incluir en la trama una enfermedad terminal o alguien sumido un coma profundo, como si el único camino para movilizar las cuerdas internas del espectador fuera arrancando lágrimas a fuerza de primeros planos de gente llorando con una melodía estridente de violines de fondo. Live is Life –título homónimo al tema del grupo Opus contemporáneo a la época en la que transcurre la acción– apela, a falta de una, a las dos variables, cuestión de justificar el motivo por el que el catalán Rodri (Adrián Baena) se escapa de la casa de sus abuelos en Galicia, donde pasa sus vacaciones, para ir con sus amigos en busca de una flor con supuestos poderes curativos. No lo hacen un día cualquiera: son las vísperas de la noche de San Juan, la festividad cristiana en honor al nacimiento de San Juan Bautista y, como un tal, un evento cargado de rituales para la renovación espiritual.

Los chicos no escapan a los estereotipos: está el gordito simpático y locuaz tímido con las mujeres, un flaquito vagoneta de buen corazón, el mencionado Rodri, que tiene su papá en coma hace un mes y ahora se arrepiente de haberlo tratado mal, y dos hermanos gallegos, uno de ellos recién salido del hospital a raíz de un tratamiento contra el cáncer, lo que no le impide correr, saltar, hablar, gritar y moverse como si la quimio hubiera sido una extracción de sangre. 

Hasta que, claro, el guion de Espinosa –que adquirió reputación gracias a Planta 4ª (2003), que transcurría en el área de… oncología infantil de un hospital– recuerde que no parece muy lógico que el pibe esté impecable y lo haga vomitar en el momento justo para que los matoncitos de turno tomen consciencia de que el cáncer no es joda. El resto son algunos pasos menores de comedia, un puñadito de interacciones entre los chicos que funcionan cuando ellos hablan como tales y no como adultos replicando lo que diría un chico, paseos en bici por montañas arboladas siempre bañadas por un solazo que la cámara se engolosina mostrando a contraluz y los inevitables pases de factura dichos a moco tendido.