I

“El otro día estábamos con mi novia en el patio. Elías salió de la casa y me dijo: Quiero que hablemos de lo que voy a hacer de mi vida este año. Mi novia se tomó el palo. Él habló sólo. Fue un hermoso y organizado monólogo informativo. Me dieron ganas de pedirle que me organizara el año a mí también, pero en cambio sugerí algo sobre las clases de canto que me encantaría que tome, pero mi hijo no es de aceptar sugerencias. Lo voy a tener en cuenta para el 2019, dijo”. La que cuenta es Mariana Komiseroff, escritora, tiene 32 años y fue madre a los 15 de Elías, un niño que se crió entre mujeres, una tríada de madres jóvenes que fueron mamá, abuela y bisabuela a edades tempranas y que funcionaron de ejército de algodones contra los dolores del mundo. Pero cuando él tenía 6 su mamá decidió que ya era tiempo que vivieran solxs y las amigas y pareja de ella hicieron de su mundo uno muy distinto que el de las publicidades o lxs amiguitxs de su escuela. Un mundo donde la palabra aborto se dice muchas veces, y no para nombrar una experiencia lejana o abstracta sino en primera persona, con un relato que llena de sentido la palabra y a la vez la vuelve familiar. También sexo, cuidados, drogas, juegos o transgénero porque Elías tiene un amigo muy cercano al que ayudó a pelear por su identidad frente a la institución escolar. Hoy su amigo va al colegio con ropa de gimnasia, nada de polleras ni brillos, como le pretendían inocular desde pequeño como si fuera información clave para sobrevivir. Mariana lo hacía planchar a Elías, primero como castigo, pero después ya no daba resultado porque el pibe planchaba con los ojos cerrados mejor que un tintorero. Hace las compras, las listas de compras, sabe usar el lavarropas y putea cuando lleva zapatillas nuevas a una marcha feminista porque cuando era chiquito y su mamá lo llevaba “éramos 20” pero ahora no, ahora somos muchas y las zapatillas vuelven todas pisadas. 

II

“Vos podés criar a tu niña toda empoderada, que sea valiente, aventurera, curiosa y emocional, si tiene ganas. Hasta los 4 años más o menos toda la información que le llega está bajo tu control pero después el mundo se abre y la niña se socializa y ya la lucha es enorme. Es deconstruir permanentemente todo, cuestionar hasta el cansancio, incluso cuando te mandás un moco y te tenés que sentar a dar explicaciones. Porque podemos ser impecables con la teoría pero después ellas mismas nos tiran en la cara cómo actuamos exactamente al revés de lo que declamamos” cuenta Violeta Osorio, activista feminista e integrante de Las Casildas, mamá de dos niñas de diferentes parejas, lo que da como resultado dos familias ensambladas con hijos nuevos de otros papás. Kyara, la mayor de 9 años, mira “Soy Luna”, dice que las amigas lo ven y que es algo para comentar en la escuela. Violeta lo ve de refilón y piensa “tanta educación feminista y viene este producto a mostrar lo peor del estereotipo”. Que las mujeres somos arpías entre nosotras, que nos sacamos las mechas por un varón, que nuestras emociones siempre están mal y hay que reprimirlas, o porque estamos histéricas o porque estamos indispuestas o porque sentir deseo sexual es incorrecto. Los productos masivos pensados para pre adolescentes marcan esa pista y Osorio le pregunta “¿Qué sentís? ¿Tus relaciones con tus amigas son así?”. Kyara entonces creó una parodia para reírse en casa de las agarradas a los pelos y los grititos de emoción por el galancito de turno.  “Mi hija tiene circuitos donde la crianza feminista es lo común pero en otros núcleos ella es la rara. Y lo sabe. El 8 de marzo estaba feliz de poder haber planteado en la escuela que no hay que felicitar a las mujeres. Y lo pudo hablar con sus maestras y sus amigas y lo entendieron. Vamos a ver qué pasa el año que viene”. 

III

En un jardín de Capital había una pareja de mujeres con dos hijas. La mayor empezó a pedir que le comprasen trajes de princesa, brillos y tules. Quería ir maquillada y producida a la sala a pesar que sus mamás no se maquillaban y la miraban atónita por el derroche de glamour. Las madres fueron respetuosas con su deseo y eso que en algún momento se le armó como una exacerbación del estereotipo después aflojó con el tiempo. Cuenta la anécdota Mercedes Carbonella, pedagoga y directora del Jardín de los Cerezos: “Si vos le decís a un varón que no puede maquillarse le estás mintiendo. Si una facilita y abre caminos los pibes pueden acceder a todo. No hay un mundo de lo masculino y uno de lo femenino. Desde mi lugar de educadora me tengo que preguntar qué hacer, cómo desarticular el hecho de que, por ejemplo, los niños piensen que para ser varones hay que pegar piñas y ser fuertes y las niñas quieran vestirse de princesas. La presión que viene de afuera es muy fuerte y no se puede desconocer”. Carbonella cuenta que una vez una maestra armó una actividad para pensar qué eran los superhéroes, y la conclusión fue que eran personajes de la ficción y que unx podía transformarse en superhéroe cuando había algo que le costaba mucho o algo que deseaba mucho. “Una niña se disfrazó de caramelos porque era lo que más le gustaba. Muchos decían yo siento que puedo ser un superhéroe porque cuando tengo miedo miro y si veo que no es peligroso sigo adelante. Y los valientes eran los que podían superar los miedos. En mi experiencia, si vos le sacás el cochecito a un nene, o mandás a fútbol a un nene que no quiere ir (que ha pasado con niños del jardín), estás obligando a un niño a hacer algo contra su voluntad y a veces entenderlo es mas difícil con las familias que con los niños”.

La crianza es un tema complejo. Pone en juego aspectos de la propia infancia en un mundo que cambia a velocidades vertiginosas, donde la libertad es un bien escaso y la diversidad una amenaza para el buen desarrollo del capitalismo. ¿Se puede entonces criar niños y niñas que elijan por derecho propio? ¿Qué luchen por sus libertades cuando todos los días ven como a otrxs se las cercenan, muchas veces a sus propios padres y madres? ¿Es posible educar niñxs que tengan a la igualdad como un valor que los transforme en adultxs responsables, libres de violencias, respetuosos de la diversidad de cuerpos e ideas? O acaso lxs niñxs actuales ya tienen una información valiosa de la que lxs adultxs carecemos y simplemente hay que dejarlos ser, porque ellxs mismxs crecen al ritmo del Ni Una Menos, el matrimonio igualitario y la Ley de Identidad de Género. Lo cierto es que el trabajo infantil existe y está atravesado por la diferencia: las niñas empiezan antes que los varones a ser explotadas, sobre todo en zonas rurales “donde muchas niñas se ven privadas de su derecho a una educación o soportan la triple carga de las tareas domésticas, escolares y el trabajo -remunerado o no- fuera de casa” como consigna un informe de UNICEF. Las feministas alertan desde el principio que la educación tradicional es sexista y las primeras arengaban a salir del espacio doméstico para ser verdaderamente libres. Son los feminismos populares los que vuelven la mirada sobre la crianza y el cuidado, y ponen el foco en eso que la activista Silvia Federici describe como el sostén del capitalismo: nuestra fuerza de trabajo asalariada puesta al servicio de los cuidados. Si no logramos quebrar esa cadena donde los varones son exitosos o productivos en la esfera pública y en su casa “ayudan un montón”, ¿pueden nuestras niñas y niños ser feministas? 

“Las mujeres somos las mayores transmisoras de saberes en la escuela y esa misma fragilidad también es una potencia porque nuestra oportunidad de ofrecer cambios es muy fuerte. Yo creo que al principio el feminismo tuvo una posición de desprecio de la vida doméstica porque ha sido nuestro mayor condicionamiento también por la maternidad y la conyugalidad, que hizo que se pusiera el acento en intervenciones publicas y sociales” dice la filósofa feminista Diana Maffía y explica que poner la mirada en la vida domestica, en los roles tradicionales es algo muy novedoso que lo estamos procesando con nuestrxs niñxs. “Vemos que hay una gran cantidad de cambios en las relaciones interpersonales, y esos cambios no son solamente herencia del feminismo: se ha ido permeando el discurso y también el de la escuela, sobre todo acerca de la subjetividad del docente”. La transmisión tradicional de saberes hacían que la docente fuera un poco transparente: no había interacción, no había valoración de lo que lxs alumnxs llevaban al aula y tampoco había una puesta explícita de los cuerpos de lxs docentes. En el siglo XIX se exigía que las maestras no fueras casadas, no tenían que expresar nada femenino, quedaba neutralizada la sexualidad para poder concentrarse la transmisión del saber, pensando la sexualidad como una interferencia, pensando en que el conocimiento es solo mental. “La ley de identidad de género piensa a los cuerpos como centro de autoridad epistémica. La dicotomía entre cuerpo y mente donde la mente era epistemológicamente valiosa y el cuerpo no y la idea de que la sexualidad obstaculiza el estudio (argumentos contra que las escuelas fueran mixtas, por ejemplo) son paradigmas que se fueron rompiendo y va habiendo una mixtura del modo en que se validan los conocimientos, una mixtura de autoridades, por ejemplo de saberes alternativos, ancestrales, la expresión popular en el arte. Ese cuerpo que aparecía como neutralizado va adquiriendo cierto protagonismo: antes había una división muy tajante entre el tipo de ejercicios de niños y niñas, el tipo de riesgo físico y el tipo inclusive de desarrollo físico que requiere el deporte (el que requiere mucha musculación no es para niñas). Una cosa que se trabajó mucho desde las pedagogías feministas es las expectativas que tenían las y los docentes sobre las mujeres y varones: que una niña no puede ser desprolija, que el varón puede tener mucha expansión física, que las nenas con las rodillas juntas y demás. Todo eso está puesto de cabeza” agrega. Para Carbonella “Educar sin condicionamientos de género es difícil pero posible. No ir a la prohibición, habilitar a mirar y preguntar sobre la realidad. Ese es para mí el camino, si un niño quiere tener un cochecito lo habilitamos, porque de los varones esperamos que sean excelentes padres, ¿o no? O las niñas que sean excelentes jugadoras de fútbol si ese es su deseo”. 

La poeta Noe Vea, autora de Colecho (El ojo de mármol) e integrante de El cielo del mes, un sitio que difunde contenidos sobre maternidad y crianza, mamá de dos niñxs, dice “Trato de no embarullarlos con doctrina feminista directa a menos que aparezcan los temas o se den las situaciones. De todos modos, el mundo que ellos pisan es otro, el primer cumpleaños de primer grado de Teo a las dos semanas de comenzadas las clases fue una pijamada mixta. ¡Hermosa fecha! Nenas y nenes tratadxs por igual. Desde el jardín saben que los niñxs pueden tener papá y mamá, uno u otro o dos mamás o dos papás por casos concretos en sus salas. Luz me contó que lo más divertido que hacen los varones del grado es quitarles las vinchas o hebillas vistosas a las nenas y ponérselas ellos. Le conté que hubiera sido imposible entre los niños del pasado (mi infancia, como referencia) que un varón se pusiera algo de mujer sin ánimos de burla o solo por el placer de transgredir, llamar la atención, reírse un poco entre ellos”. 

¿Dónde está mi tribu?

La crianza fue durante mucho tiempo un asunto privado, intramuros, aquel espacio que se libra entre las paredes de una casa donde lxs demás debieran privarse de intervenir. Ese mismo paradigma deja a las mujeres madres, o a todo aquel que decide cumplir la función materna/paterna, en absoluta soledad. Las crianzas con apego o respetuosas arengan a las mujeres a que armen tribu en las comunidades a las que pertenecen con otras madres con las que compartir intereses y darse una mano cuando es necesario pero muy poco se teoriza sobre la dificultad de esa misma premisa. Trasladarse es costoso, las mujeres tienen que volver a trabajar rápidamente después de parir porque sino pierden sus puestos laborales y los varones muchas veces están ausentes de ese esquema que manda teta a demanda, alimentación responsable (mucho más costosa que la tradicional), colecho y porteo (uso del foulard para tener el bebé a cuestas la mayor cantidad de tiempo). Sin embargo, muchas mujeres se las arreglan para hacer tribu, tematizar estas dificultades, y encontrarse en un espacio que desearon con mucha intensidad los primeros meses después del parto. María Petra es periodista e integrante de MujerEs en tribu, una comunidad virtual que se formó en Rosario y alrededores y que tiene su propio manifiesto que incluye el ejercicio de “maternidades y crianzas libres e informadas: entendidas en un sentido amplio y en relación a las necesidades de cada mujer, cada díada y cada grupo familiar, basadas en el trato amoroso y en un marco de respeto mutuo entre sus integrantes”. Si bien durante un tiempo se juntaron, la mayor parte de la actividad ocurre a través de las redes sociales, donde despliegan el sentido de sororidad que las mantiene unidas, alertas y en conversación permanente acerca de las cosas que van surgiendo en la crianza, desde la educación a la compatibilidad de la crianza responsable con el feminismo. “Estamos claramente alineadas con el feminismo y sus luchas. Somos mujeres trabajadoras que, dentro del movimiento feminista luchamos por algunas cuestiones concretas. La mayoría de nosotras además de criar y militar también laburamos fuera de casa y así y todo sostenemos esto y creemos que para lograr equidad necesitamos más licencias y más largas. Y si tenemos la posibilidad de no trabajar para el mercado capitalista y elegimos y decidimos conscientemente quedarnos a criar en casa, también queremos que ese trabajo sea reconocido y valorado” explica y tematiza la dificultad del encuentro y de seguir conectadas cuando lxs niñxs crecen. “La crianza es tan absorbente los primeros tiempos y requiere tanta energía y concentración que muchas veces con los años se van diluyendo los vínculos. Por eso nosotras arengamos a hacer tribu también con las madres más cercanas” explica Petra, y cita a otro grupo que tiene su pie en la virtualidad pero que nació de modo espontáneo y autoconvocado por el pediatra Jorge Washington Díaz Walter, Ñuñu Amamantar es amar, donde lxs participantes van tejiendo redes según la zona donde se encuentran y generan reuniones mensuales que muchas veces juntan decenas de grupos familiares diversos. “Y esto es importante porque para que un niño o niña devenga en adultx feminista es fundamental que el ejemplo le marque ese camino: la sororidad es algo que se aprende andando. Nosotras lo aplicamos a algo que hacíamos de antes porque la palabra es bastante nueva, pero tiene que ver con la solidaridad entre mujeres, con la empatía de género que hace que nos demos una mano aún cuando no nos conocemos”. Esto que en los barrios populares es cotidiano, juntarse para cuidar a la cría, tejer redes de apoyo comunitario, prestarse un pañal o una taza de aceite, es un ejercicio que otras pueden multiplicar aún cuando no sea lo más común en los centros urbanos. “Hay quienes viven en el mismo edificio, tienen hijos e hijas de la misma edad y no se saludan cuando se ven en los pasillos. Si esas personas decidieran conectar probablemente sus mundos se harían mucho más amables en cuanto a la crianza se refiere. Y sus hijos e hijas podrían jugar juntos y de paso, tener una lección sobre la vida comunitaria” concluye Petra. 

Osorio, que también forma parte de una comunidad feminista que promueve la sororidad, explicita los temas de debate y se detiene en uno que le parece fundamental: “la crianza en pareja heterosexual es compleja porque el patriarcado se cuela en todo, en lo que tiene que ver con la relación de ese varón con tus hijas, y en la relación de pareja, porque queda expuesta: en mi caso, las niñas ven cómo nosotros nos relacionamos. Y la familia ensamblada tiene otros desafíos, el varón que entra en una familia de una mamá con una hija se pregunta hasta dónde puede intervenir”. Y ahí el desafío de los varones es cómo intervenir sin hacer mansplaining, o esa costumbre masculina de explicarnos todo, como si nosotras no pudiéramos brindarnos nuestras propias teorías. “El varón que entra en un hogar de una mujer con sus hijos tiende a dar opiniones y no ayuda, que es lo que se espera de él si está interesado en entrar realmente en esa familia. Es muy frustrante recibir indicaciones sobre lo que hacemos bien o mal, y también alienta a que los hijos varones aprendan a señalar con el dedito y a que las mujeres corramos a intentar agradarles para que no se vayan. Es un ejercicio de deconstrucción muy importante que tenemos que hacer: mi hija tiene derecho a sacarte la lengua, empujarte, no darte bola, le he dicho a mi pareja cuando empezamos. No es que el niño se tenga que portar bien para que el varón se quiera quedar. El adulto tiene la responsabilidad de generar afecto, de guardar la compostura. Generar nuevos vínculos familiares implica una gran tarea, justamente porque no tenemos repensados los standard, los otros son complicados” dice. 

La deconstrucción de los discursos o volverlos en cámara lenta para atrás y llegar a sus cimientos, parece ser el ejercicio más importante de una crianza no machista. “En la tribu nos cuestionamos los roles de género, en general las parejas de las integrantes son “más compañeros”, o las miembras están criando solas justamente por no bancarse el machismo intrafamiliar. Estoy convencida de que no se pueden tener estas miradas sobre la crianza sin cuestionar los roles de género, el machismo más arraigado e invisibilizado” dice Petra. 

Educar con el ejemplo

Komiseroff tuvo a Elías a los quince años. A los 7 años él se sabía cocinar una hamburguesa, unos fideos, hacerse un té. Ella es una madre joven y copada (de hecho describe en Facebook postales de su vida cotidiana juntxs) pero también se reconoce bastante estricta. “Yo creo que sí se puede criar un hijo feminista. Al principio no lo pensaba en esos términos porque no tenías esas herramientas. Hace unos años Elías vino de la escuela y me dijo ¿podés creer que de 32 alumnos solo cinco nos reconocemos feministas? Y de los cinco, tres eran nenas y el otro varón era gay. Hablamos con mucha libertad sobre cuestiones sexuales, jamás me cuidé cuando hablo con mis amigas de sexo y aborto frente a él. Mis amigas tortas nunca escondieron nada delante de él. Y yo en algún momento he dicho que me hice un aborto con él presente. El es bastante reservado pero yo no, y hay muchos temas que no se negocian. Con respecto al trato con las mujeres, soy muy clara: si tenés una mina en bolas y si la mina te dice que no es no y punto, eso no se negocia. Yo no voy a dudar si una mujer te acusa a vos de abuso sexual. No sé si está bien o está mal porque no hay un manual para criar hijos feministas pero estoy orgullosa del hijo que tengo”.

Andrea Majul, activista feminista, tuvo junto a su pareja Silvina Maddaleno a los trillizos Santiago, Jazmín y Abril, hoy de 9 años. Dice que los tres han crecido con una visión crítica de la desigualdad de género y se indignan frente a las diferencias en el trato que, por ser tres, viven en carne propia. “Una cosa que se debate en casa es quien lleva la pelota a la escuela. Siempre la llevaba Santi y Abril un día le dijo “la pelota también es mía”, y le disputó el hecho de llevarla. Mas allá de que en la escuela haya un discurso y una exaltación de la diversidad muchas veces no hay una profundización en el tema. Todavía no se ha logrado implementar la ESI (Educación Sexual Integral) entonces hay muchos docentes que tocan de oído en la temática de género. Adhieren política e ideológicamente pero no están preparados, formados, y creo que ese sería un paso espectacular en el aporte del Estado a criar niñxs feministas. Nosotras hablamos con ellos con material de la ESI pero porque tenemos acceso a ella, muchas familias no tienen esa ventaja” explica.

“Hoy Teo llegó pidiéndome por adelantado perdón por haberse teñido el flequillo en la escuela. Cuando pregunté qué había pasado, imaginando un accidente en clase de plástica, me dijo simplemente que se tiñó de púrpura en algún recreo con Isabella, una de sus amigas. Hace poco tuve que cambiar el mensaje en el contestador de mi trabajo porque hijita me espetó: “¿por qué dicen aguarde y será atendido solamente con “o”?” Y después, para contrarrestar la costumbre que tenemos de pensar que solo las nenas piensan desde chicas en maternar, Teo hace poco me dijo que pensaba ser padre en 2025, es decir a sus 15. Y ama, como su hermana, tratar con bebés, le provocan ternura y el instinto de protegerlos; la suavidad con que les habla, le borra todo rastro de rudeza y canchereos de mini machito que son su marca” cuenta Vera. Para Majul: “Deben vivir cosas que no nos cuentan. La línea que le bajamos es que no tienen por qué librar ellos todas las batallas. Hay gente que no opina lo mismo les digo yo, no tienen por qué ustedes ser los abanderados de las causas. Sí tienen derecho a expresarse, pero no tienen por que saltar siempre por todo. Eso también es hacerlos luchadores”.