Síntesis marketinera

Hay quienes dicen que, al ser el arte (también) un negocio, los artistas son su propia marca registrada, a partir de cierto sello personal, de un estilo innovador. Así las cosas, el programador y diseñador brasilero Milton Omena decidió llevar esta idea un poco más lejos, imaginando cómo lucirían los logotipos de personalidades como Claude Monet, Vincent van Gogh, Andy Warhol o Salvador Dalí de haber nacido en esta época, donde el marketing digital es rey. “En su perfil de Behance, este creativo ha imaginado cómo serían los universos de algunos de los pintores más famosos de la historia si se redujeran a la mínima expresión de una imagen de marca y la verdad es que los resultados de su proyecto son asombrosos”, celebra la web Cultura inquieta sobre la serie del muchacho, que sintetiza de mil maravillas “el genio y la marca inconfundibles” de artistas de renombre, en clave publicitaria. “Quería expandir mis límites, salir de mi zona de confort, y empecé a pensar en distintos estilos de pintura y en las personalidades de sus grandes referentes. Me pregunté cómo serían sus logos si estuvieran vivos hoy”, cuenta Milton, que trabajó a partir de diversas referencias, sean bocetos, tipos de pincelada, datos biográficos, etcétera. Para Da Vinci, por ejemplo, “aunque es conocido por su brillante uso de la perspectiva y la profundidad y por sus retratos increíblemente expresivos, supuse que su faceta como inventor reflejaría mejor su personalidad”. Para capturar la esencia del expresionista Jackson Pollock, partió de su “conocido método del goteo”. Mientras que, en el caso de Piet Mondrian, se inspiró en “su uso geométrico y matemático de los colores primarios, que dejó una huella no solo en el arte sino también en la arquitectura y el diseño gráfico”.

Fritar para manejar

Avanza en Francia un proyecto de ley que permitiría que el aceite de cocina se recicle y, tras hacer su gracia en los fogones, se reutilice como: combustible de vehículos. La propuesta fue presentada por el diputado ecologista Julien Bayou, que explicó que “Diez litros de aceite de fritura pueden dar ocho litros de combustible” tras ser –vale recalcar– “adecuadamente decantados y tratados”. Porque, ojo al piojo motorizado: no es cuestión de marchar unas rabas o cornalitos para, luego de llenarse la panza, correr a verter el remanente en el tanque del coche, algo que podría causar graves problemas al motor. Según explican especialistas en el tema, el aceite viejo debe recolectarse, filtrarse y procesarse, y más tarde ser mezclado con diesel tradicional en pos de servir como combustible; y aún así, sería apto únicamente en vehículos diesel. Dicho lo dicho, dada la crisis energética mundial y los precios en preocupante suba, el parlamento francés estaría mirando con muy buenos ojos la alternativa. Si bien al proyecto le quedan algunas rondas antes de ser aprobado, el mentado Julien, referente del Partido Verde, hizo un fuerte alegato advirtiendo que el precio de un litro de aceite de cocina está más barato en esas latitudes que el de un litro de combustible. Dijo también que su uso reduciría las emisiones de gases de efecto invernadero fuertemente, y cerró Bayou con contundencia: “Es mejor depender de los puestos de papas fritas del norte del país que de las monarquías petroleras”. Por lo demás, contó que aún siendo ilegal en la nación (de momento) “en muchas regiones se aprovecha aceite de fritura en forma clandestina” para echar a andar maquinaria. Y está el caso de la ciudad de Béthune-Bruay, en la región de Pas-de-Calais, cuyos camiones de basura ruedan gracias a una mezcla de diesel y aceite de cocina desde 2019; con el ok de las autoridades, sobra aclarar.

Importa un pepino

Si la infamemente célebre banana pegada con cinta adhesiva del Italiano Maurizio Cattelan fuera un postre, habemus ahora una entradita para personas hambrientas de arte contemporáneo. Aunque, todo sea dicho: el veredicto sobre Pickle, flamante obra del artista australiano Matthew Griffin, está dividido. Algunos dicen que es una “genialidad”, mientras otros acusan a su autor de ser un “bobo bárbaro”. ¿De qué trata la controvertida pieza, que divide las aguas tras ser exhibida en la Michael Lett Gallery, en Auckland, Nueva Zelanda? Básicamente consiste en una rebanada de pepino sacada de una hamburguesa con queso de una popular cadena de comida rápida (la del payasito), que el susodicho Griffin arrojó al techo de la galería, donde permanece pegada. Es un “gesto de provocación deliberado”, acorde al propio Matthew, que piensa que su trabajo viene de perlas para cuestionar qué valor tiene una manifestación artística. “Por mucho que esto parezca un pepinillo adherido al techo (y no hay ningún artificio allí, está pegado con la propia salsa de la hamburguesa), hay algo en el encuentro del espectador con el trabajo que remite a la escultura o al gesto escultórico”, ofreció el galerista Ryan Moore, representante de Griffin, exagerando un cachito la nota. De hecho, hay que ver si alguien está dispuesto a desembolsar los diez mil dólares neozelandeses que cuesta la obra, que incluye –por si las mosquitas– instrucciones sobre cómo recrear la instalación en otro espacio. “No se trata del virtuosismo del artista parado en la galería arrojándolo al techo; no importa cómo llegue allí, siempre y cuando alguien lo saque de la hamburguesa y lo arroje al techo. El gesto es tan puro, tan alegre... eso es lo que lo hace tan bueno”, ¿explicó? Moore sobre una pieza que no tiene a todos convencidos. Alguien, por caso, comentó que por hacer lo mismo en un restaurante siendo adolescente, lo habían rajado con la policía, “y ahora resulta que es arte”.