Durante 40 años, a José Manuel Diéguez nadie lo mencionó en la Escuela Primaria 10 de Parque Chacabuco. Aquel fue su último lugar de trabajo como docente, hasta que fue secuestrado en marzo de 1977. “Nadie se preocupó por hacer nada para recordarlo”, dice Melisa Correa. Nadie, nunca, hasta que, en 2017, confluyeron las ganas de hacer memoria de un grupo de docentes y la decisión de hacerlo con les pibes que llenaban las mismas aulas por donde alguna vez “Manolo”, como todes le llamaban, enseñaba a leer y a escribir. El resultado fue una entrevista colectiva que estudiantes de esa escuela le hicieron a una compañera de formación docente del maestro desaparecido. Y el resultado de la entrevista fue el libro ilustrado Manolo estaba con las armas, que se presentó en la sede del sindicato docente porteño Ademys.

Correa es docente titular de la Escuela Primaria 10 del octavo distrito escolar porteño y responsable, junto con Sergio Lichtenzveig, de darle forma de narración al material recogido por estudiantes que, en 2017 y cursando el quinto grado en aquella escuela, entrevistaron a Celia, quien conoció a Manolo Diéguez durante sus años de formación docente y se ocupó de “hacer memoria” por él: contactó a su familia, impulsó la colocación de una baldosa en su recuerdo en la puerta de la Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas 2 “Mariano Acosta”, en donde ambos se conocieron. Pero hasta llegar a Celia recorrieron un camino.

“El libro nace de un trayecto que comenzamos en la asamblea docente del distrito octavo con el objetivo de reconstruir las historias de nuestres docentes desaparecides”, contó Correa, quien también reconoce allí una “tarea que no está del todo desarrollada, no hay una identificación de los establecimientos con les trabajadores que fueron víctimas” de la última dictadura cívico militar.

El primer paso que dieron desde la asamblea fue “buscarles”. En los registros formales de los establecimientos educativos del distrito no hallaron ningún dato sobre trabajadores desaparecides. Claro: esos registros no contienen esa información detallada; más bien todo lo contrario, la esconden. El legajo de Diéguez, por ejemplo, contaba asistencia perfecta hasta el 28 de marzo de 1977, lunes, cuando fue secuestrado “en algún lugar de la Capital Federal”, cuentan en su reconstrucción. “Luego el legajo registra cinco ausencias injustificadas, que son las necesarias formalmente para ordenar el cese del trabajador. Ese documento oculta lo que ocurrió con Manolo, es la ausencia de la ausencia perpetrada por el mismo Estado”, planteó la docente.

Dieron con el nombre de Manolo como detenido desaparecido durante la última dictadura en el Parque Nacional de la Memoria. “Docente de la escuela número 23 del distrito octavo –casualmente funciona en la otra cuadra de la 10–, decía allí. Y que había sido secuestrado el 28 de marzo de 1977”, recordó Correa. Finalmente, chequearon que el maestro había trabajado en la escuela 10: “A partir de ese pedacito de historia, comenzamos a buscar más datos, a armar memoria”, continuó la maestra.

Pero había otro camino vinculado a la construcción de la memoria que corría en paralelo: el pedagógico. Entonces, el equipo docente de la escuela 10 trabajaba con estudiantes de quinto grado el circuito didáctico “Escuela, niñez y dictadura”. A las herramientas que se solían utilizar para atravesarlo –lectura de cuentos y testimonios, revisión de diarios y revistas– se sumó la investigación sobre Manolo. “Reflexionamos sobre un montón de preguntas que se nos iban apareciendo en el camino –recordó la docente– sobre lo que pasaba en la escuela cuando había maestres desaparecides, lo que hacían sus compañeres, si les buscaban, cómo reaccionaban les niñes, ¿le extrañaban?”. Al final del recorrido dieron con la respuesta a esta última pregunta, aseguró Correa: les alumnes de Diéguez “lo querían mucho, se extrañaron de que hubiera dejado de ir a trabajar de un día para el otro y con la maestra que lo reemplazó averiguaron que Manolo tenía un hermano que trabajaba en Parque Rivadavia y lo fueron a buscar para preguntar qué había pasado. No lo encontraron”.

La lucha armada

Trabajo pedagógico y construcción de memoria en simultáneo, docentes y alumnes se toparon con Celia, que “no solo se emocionó muchísimo al saber que un grupo de docentes y estudiantes de la escuela donde había trabajado su compañero lo quería recordar, sino que también se ofreció a charlar con les chiques”.

Acudió una tarde a la escuela y respondió cada una de las consultas de les pibes, pero antes, la que hizo una consulta fue ella: “Manolo estaba con las armas, ¿eso les puedo contar a los chicos?”, recordó Correa. La indagación de Celia quedó plasmada en el cuento sobre la historia de Manolo, narrado por Correa e ilustrado por Lichtenzveig. “Nos dimos cuenta de que en la propuesta pedagógica sobre la construcción de la memoria sobre la lucha de los 70 hay algo que se perdió y es la lucha armada –apuntó la docente–. La teoría de los dos demonios tiene mucha fuerza hoy, no se puede decir que un grupo de gente que buscaba justicia social y redistribución de la riqueza había tomado las armas para conseguirlo”.

Quisieron tanto rescatar el dato que fue el título del cuento, que una vez que estuvo “plantado” fue corregido, apuntalado, empujado por otro grupo de docentes –Julia Iurcovich, Paula Martínez, Marta Marucco, Edgardo Maggi, Paulo Manterola, Ivana Roitberg, Laura Cáceres Obando–. Les autores pidieron préstamos y crearon un sello editorial especialmente para poder imprimirlo y repartirlo: “Queremos que el libro esté en las escuelas primarias, secundarias y también en los terciarios, que circule por les diferentes actores de la educación porque la escuela debe preguntarse les maestres que nos faltan”, concluyó Correa.