Convertidos en 12 monólogos breves, los pensamientos del protagonista de Confesiones de un artista de mierda, novela del estadounidense Philip Dick atraviesan de punta a punta el pequeño Espacio Lavallén (Solís 1125), algunos acompasados por el sonido distorsionado de una guitarra eléctrica. Recientemente, el actor Juan Manuel Correa y el director Rubén de León, autor de la dramaturgia, dieron forma al unipersonal Artista (de mierda) confiesa, musicalizado en escena, por turno, por Jorge Senno y Facundo López Burgos. Se trata de la historia de Jack Isidore, joven sensible, complejo y contradictorio. Su vida transcurre en una estructura familiar rígida, a fines de los años ’50, en California. Será un violento episodio que le toque vivir de cerca lo que dejará en evidencia la ingenuidad de sus ideales referidos al advenimiento de un mundo mejor.

Para el actor y el director, la novela que Dick escribió en 1959 hace foco sobre las dificultades que experimentan las personas con temperamento artístico ante las demandas de una sociedad pautada por el utilitarismo: “Jack será castigado como todo aquel que se niegue a entrar en el modelo que propone el sistema económico norteamericano”, sostienen De León y Correa en la entrevista con Página/12. Puntualizan, sin embargo, que la historia podría ocurrir en otro lugar y hasta sin la referencia a la Segunda Guerra: “porque hoy podemos pensar en la amenaza de una tercera gran guerra o en cualquier situación que desequilibre el stablishment económico y político”, opina Correa en tanto señala: ”Es una obra que plantea preguntas, que tiene juicios políticamente incorrectos, que habla sobre la manera de vivir en un mundo donde todo es incierto”.

De León tiene una historia teatral que arranca en el Instituto Di Tella, paralelamente a sus intervenciones como músico en aquellos primeros tiempos del rock nacional. Como actor, incluso, intervino en el último montaje que Roberto Villanueva estrenó en el mítico espacio, antes de su clausura definitiva en la época de Onganía. A Correa lo conoció en unas jornadas sobre Artaud que los encontró creando una performance de cierre acerca del mito y lo sagrado. Luego realizó la versión de Las bacantes, de Eurípides, que dirigió Correa, mientras que él lo dirigió, a su vez, en su obra Tiresias, vidente ciego. Para el año próximo, ambos planean una versión del Fausto, de Goethe, que ya está escribiendo De León.

-¿Cómo surgió el proyecto de llevar al teatro una novela de Philip Dick?

Rubén de León: -Apenas la leí supe que quería hacer la versión teatral de esta novela donde Dick extrapola situaciones familiares propias. La primera versión tomaba en cuenta 6 personajes.

Juan Manuel Correa: -Pero como vimos que era muy difícil sostener teatralmente tantos monólogos pensamos en que el mismo Jack contaría la historia de su infancia y su vida en familia.

R.D.L: -Una familia que es la proyección del sistema de vida de la sociedad de ese momento.

J.M.C: -Un sistema de vida donde no está tomado en cuenta alguien que produce material simbólico. Ocurre en California, después de la Segunda Guerra pero podría suceder en cualquier otro lugar: en todas partes el consumo está puesto por delante del arte o de cualquier actividad que tenga en cuenta la dimensión sagrada de la existencia.

-En ese sentido, vuelve a aparecer Artaud entre ustedes dos…

-J.M.C: Sí, es cierto: en su época Artaud vislumbró que se aproximaba la decadencia de la cultura y un personaje como Jack es quien padece esa certeza.

-¿Cómo fueron los ensayos?

R.D.L: -Procuramos recuperar la presencia de la danza y la música en el teatro. Trabajar con La catedral sumergida, de Debussy, fue un gran disparador de este relato que Jack despliega desde su propia mente, ofreciéndose a sí mismo, como una víctima propiciatoria.

J.M.C: -Nos preocupaba encontrar la forma de contar con humor este relato de un cordero que marcha hacia su propio sacrificio. Y vimos que en la vorágine de la velocidad había algo muy de esta época de pantallas y plataformas.

Próximos estrenos

El 12 de agosto, Correa estrena Severino, el infierno tiene nombre, obra de Gabriel Rodríguez Molina, con dirección de Mariano Dossena. Serán solamente 8 funciones en el Centro Cultural de la Cooperación, en Corrientes 1543. Por otra parte, el 7 de octubre, el actor estrena Israfel, de Abelardo Castillo, bajo la dirección de Daniel Marcove. Según el actor, Jack, el personaje de Philip Dick, Poe, el protagonista de la obra de Castillo y Severino Di Giovanni están relacionados: “Tanto Poe como Jack saben que las cosas serían diferentes si eligieran entrar en el sistema. Y como Severino, son tenaces y coherentes con sus pensamientos. Además, la persecución del ideal y de la rebeldía, en los tres, tuvo que ver con la miseria”.

*Artista (de mierda) confiesa, Espacio Lavallén (Solís 1125), sábados a las 21.