Un guiño de época, un ícono, el nombre de una moda, un estilo de música y la heroína de un emblema con vestuario consagratorio. Olivia Newton-John fue eso y más -las listas fetichistas son siempre incompletas- desde que creó a Sandy en Grease, la película híper taquillera de 1978 con John Travolta, y lo sigue siendo ahora cuando la muerte, más dispuesta que nunca, descerraja en amor profesado cualquier intento de olvido. 

“Murió pacíficamente en su rancho en el sur de California esta mañana, rodeada de familiares y amigos”, escribió su esposo en las redes ungiendo penas no solo sobre la generación que imitó sus modos cantando You're The One That I Want y otras canciones famosas -no hay fecha de caducidad en la estampa idealizada ni asistencia obligatoria que la disuada de ser la que fue- sino también sobre quienes hicieron de su piel de lycra una tendencia. 

Una Olivia propia debuta en la remembranza y se convierte en el recuerdo que la emoción elige. Es la musa de Xanadu en una tarde de verano y cine sobre la avenida Bunge de Pinamar, la performance ochentosa que la imita con admiración devota, la coreografía de la adolescencia eterna, el vestuario indudable -campera de cuero, body negro con escote Bardot y pantalón también negro ajustadísimo- de una fiesta de disfraces, el poster de un primer amor, las marcas sobre el espejo, la voz de la música country, la novia ficticia que Serú Girán llamó Olivia Neutron-Bomb, el meneo de un baile, la ilusión partenaire, el recortado flequillo rubio, la Bitsy Mae Harling de Sordid Lives y la renovada furia de un cuerpo celebrando una comedia musical.

Olivia falleció de un cáncer de mama con el que convivió 30 años. Militó por el uso del cannabis medicinal y por un tratamiento más amable contra el cáncer. 

Siempre tendremos París, dice Bogart eterno y cuando lo dice está diciendo que París es una palabra comodín, una palabra que puede ser otra según la ocasión y el desvelo. Grease es el París de Olivia, la música indeleble que la hace cantar y bailar, y su estigma. Nació en Cambridge, creció en Australia y fue un fulgor de Hollywood. 

En 1992 le diagnosticaron por primera vez cáncer de mama, los años conviviendo con la enfermedad (treinta), la cura y las recaídas fortalecieron su inspiración sanadora y la convirtieron en una activista por la aprobación y el uso del cannabis medicinal: “solo quiero investigar si podemos curar el cáncer de una manera más suave”, dijo hace unos años en una entrevista en la que hablaba de La Fundación Olivia Newton-John, dedicada a la investigación del cáncer y la medicina vegetal. 

A estas horas, la despedida pública usa palabras que entreveran dolores y glorias: la enfermedad y sus detalles doctos: metástasis fase 4, y el amor perpetuo que el cine sabe prodigar: “hiciste nuestras vidas mucho mejores. Tuyo, desde el primer momento en que te vi y para siempre, tu Danny, tu John” (Travolta). Combinación pomposa y ceremonia. Perfección barroca también de la ausencia reciente que tan perfectamente la escande y nos deja mirar por la rendija algo de Olivia, poquísimo.