Norman Briski imaginó el futuro, y lo primero que se le vino a la mente –el “coágulo”, en sus palabras– fue un único edificio en el que conviviera toda la humanidad. Potente, como el término que acuñó: es un unificio. Y así se llama, también, su nueva obra; para el actor, director y dramaturgo “más accesible en situaciones y lenguaje” que otras que ha mostrado en su espacio cultural, el teatro Calibán, de la calle México. Allí, al fondo de un pasillo de un PH, es donde da clases y pueden verse siempre sus creaciones, más o menos enroscadas, pero siempre cuestionadoras. Mezcla de ciencia ficción, absurdo y lenguaje clownesco, Unificio cuenta con un elenco impecable que ensayó durante mucho tiempo en busca de precisión –Coral Gabaglio, Eliana Wassermann y Carolina Molini–, vestuario de Renata Schussheim y música de Martín Pavlovsky. “Y tiene algunas combinaciones técnicas. Soy técnico electromecánico y tengo tendencia, más allá de la escasez de recursos”, agrega él sobre la puesta. 

En los últimos años, Briski planteó, a través de sus obras, que Ricardo III era un subversivo en contra del Estado (En RIIIcardo); que, a nivel político, la preocupación por los derechos de las minorías anulaba cualquier posibilidad de cambio real para las mayorías (No te vayas con el amor o sin él); y los peligros de las invenciones de los hombres (Las 50 nereidas). Muy “al tanto” de los avances tecnológicos, esta vez diseñó un mundo futuro. Con una preocupación: que no le faltara humor, “para que la densidad pudiese penetrar de otra manera”. “Lo trágico y la melancolía nos comen frente a lo que significa la posmodernidad”, sostiene este artista tan vital, de 79 años, en pareja con una de las actrices de la obra (Wassermann) y papá de dos gemelas de menos de dos años, Sibelina y Galatea, que se llaman como las nereidas de aquella obra.

Antes de comenzar la entrevista con PáginaI12, Briski entrega dos hojas con conceptos que se desprenden de Unificio (domingos a las 18 en México 1428). La define como “una sociedad distópica para seguir pensando en las utopías”. “Marchamos hacia una civilización robótica, donde el poder digital es un dominio sobre las conductas, que modifican neuronalmente, y la consecuencia más clara es la desmemoria”, analiza. En esta sociedad, entonces, hay varias “prohibiciones”: el recuerdo, el juicio y las preguntas se obturan. En el unificio es imposible suicidarse, y los cuerpos del futuro carecen de expresividad: “se tabican y dislocan, pero contienen aún ciertos rasgos de humanidad”. “Estos tópicos atraviesan las conductas humanas futuras, generando nuevas maneras de vincularse entre las personas, donde priman la desconexión y conexión y la ternura queda lejos de poder configurarse”, concluye el autor. Se refiere también al maquillaje, que borra los rasgos faciales para acompañar la “falta de carácter singular” que tendrán las personas. O al uso de micrófonos, que colabora para la concepción de una voz “desterritorializada”. Las nueve escenas del espectáculo transcurren en el mismo edificio.

–¿Cómo apareció la imagen del unificio?

–Hay lugares donde ya sucede. En Alaska hay una ciudad que tiene un solo edificio. No hay nada más. Todo sucede ahí. En lugares desérticos hay una tendencia al unificio. La idea vertical le ha ganado totalmente al territorio. Cualquier analista de cuarta diría que marchamos a la locura. El territorio vertical, todo lo que se eleva, lo que sale de la gravedad… estamos un poquito tocados ya. El ataque a las Torres Gemelas es el ataque a la locura de la verticalidad. Nadie lo va a conceptualizar como tal. Van a decir, “che, había gente adentro”. Después, va a haber una ciudad embarcada. Están haciéndola. Una ciudadela que es como una cancha de fútbol que navega. Viven miles de personas ahí, se provee de los puertos, como si fuera un crucero, que ahora está súper de moda. Vamos tendiendo a eso, y al hombre le gusta. Le gusta la pantalla. También está la consecuencia de que el territorio necesita mano de obra; es mucho gasto tener territorio. Yo no logré, la verdad sea dicha, que se entienda que todas las escenas pasan en el unificio. Porque, por ejemplo, las garzas (N. de R.: se refiere a una de las escenas) son tan de la naturaleza…

–¿Trató de destacar una oposición? ¿Avances tecnológicos-naturaleza? 

–En el unificio queda lejos la naturaleza. Ahí ya ni saben cómo son los osos.

–Cada escena tiene autonomía. Pareciera que en este unificio, por más de que todos vivan allí, no hay código común, no hay posibilidad de pensar lo colectivo.

–No hay agrupación. A lo sumo en el transporte a otra columna. En una escena en el ascensor hay un chiste: las que viajan se olvidan de que instantes atrás se deseaban. Son los últimos vestigios de estar híper conectados y no vinculados, ésa sería la idea conceptual. Es lo que está pasando ahora. No puedo decir que no estoy teniendo placer de esta vida así como es. Con toda esta historia reciente de compañeros que no están… no puedo decir que no tengo placer. Pero podríamos tener una sociedad más solidaria, más divertida. Y bueno, sería muy melancólico decir “mirá todo lo que nos estamos perdiendo por tener estas sociedades capitalistas tan sonsas, tan eficaces, tan apuradas”. Y eso que estamos en el sur, pero con gobiernos norteamericanos. Porque esto más norteamericano no puede ser.

–¿Le cuesta imaginar algo bueno sobre el futuro?

–Nos hemos equivocado creyendo que la ciencia iba a resolver el tema. O que los intelectuales, la conciencia, las ideas, la cosa ideológica iban a superar enormes falencias de lo humano. Después de los 30 mil muertos, es evidente que va a ser muy difícil… las bombas en Siria, las armas como primer objeto de venta del imperio de Israel… ¿Cómo vas a construir esperanza? Pero no está muerta la idea de sociedades más libertarias. La resistencia afgana y palestina es la clara evidencia de que es muy difícil derrotar la idea emancipadora. Parece como que no, pero de pronto hay un oleaje, cuando vas a un barrio, subís a un colectivo. Si querés capturar la idea libertaria y no sos melancólico se puede ver. Pero si sos melancólico vas a ver todo negro.

–¿La obra no es melancólica?

–No sería mi intención.

–Bueno, es oscura.

–No podría ser de otra manera. Es oscura para que usted la aclare. ¿Hay algo más terrible que Esperando a Godot, la obra más importante del siglo XX? Es más que oscura. Habla de la estupidez, que es casi peor que el enemigo. Porque la estupidez es votar por Macri, no Macri. Nosotros podemos advertir, denunciar. En una sociedad en la que no existe la muerte (N. de R.: la del unificio), podemos reaccionar y decir “¿por qué no empezás a tener una buena opinión de la muerte, la forma más clara y poética que podés tener?”. No es un planteo que se hace de forma filosófica; se hace en términos de la cotidianidad. Otra escena plantea una situación de asco con amor, entre una hija y una madre. Es totalmente humana. La familia es una invención del territorio, de la propiedad. Nos vamos a tener asco siempre en la cosa familiar. Pero aprendés a tener asco y huir, o eludís eso, porque toda la vida estás al lado y los querés. Tato (Pavlovsky) decía que no hay ninguna obligación de querer a los hijos ni de que los hijos quieran a los padres.

–¿Los vínculos familiares se construyen?

–Si es que podés construir algo, porque de pronto tu hijo quiere otras cosas. Esta es una sociedad que no quiere cambiar sus costumbres. Hay que discriminar los hábitos –que sería, por ejemplo, contar las fetas del jamón– de lo vital, lo que nos hace bien, como hablar con los amigos. Cuando el otro te hace pensar hay riqueza. No cobrás por eso ni nadie te paga, pero te acerca al placer de la vida. Pensamos todo el tiempo. Estamos pensando para defendernos, atacar y resistir. Estuve en Cuba como tres, cuatro veces; ya ni me acuerdo. Es un lugar que me azonza. Y cuando pienso “uy, me quedaría aquí”, digo “no”. No me cae bien porque es una sociedad en la que alguien se rompió su cuerpo para conseguir tantas libertades, como para que yo venga a ponerme ahí. Pareciera que las comunidades, al no querer la violencia, posponen la insurrección. Grandes sectores están posponiendo, primero porque se comprometieron como una novia y les cuesta. Pero lo digo, también, sobre el otro capitalismo. A mí no me agarran ni estos ni los otros. Lo que pasa es que los otros caen con algunas cosas menos salvajes. Estamos tan acostumbrados a lo salvaje que uno quiere aplaudir una cosa benigna social como si fuese un regalo que le han dado. No nos damos cuenta de que los dos pertenecen a la misma moneda. Tampoco creo en las etapas. Estoy grande ya. Es una joda estar grande.

–¿Por qué?

–No solamente para levantar algo en peso, sino también para tener la paciencia de que el otro viva lo que vos viviste para darse cuenta de tal o cual cosa. ¿Y qué paciencia puede tener uno, si sabe que le falta una década, década y media? Yo viví el primer peronismo. Siempre lo digo. Nada que ver. Pero si no lo viviste, ¿qué querés que haga? Los libros nunca alcanzan, ya ni saben leerlos. No se necesitan revolucionarios para leer lo que está pasando. Inclusive, podríamos decir que un revolucionario nunca va a escribir lo que pasa, sino lo que desea, lo que quiere. La mejor historia de la Revolución Rusa la escribió un liberal inglés, como la de Stalin. La mejor caracterización del porqué de la derrota de la Revolución Rusa la escribió un anarquista. Alguien que puede ver de otro lado, que sería la obligación de nosotros. Entrar por otra ventana, por otra puerta.

–¿Esto lo llevó a pensar en el futuro?

–La latencia. Mirá adónde vamos... inclusive es cariñosa la manera. No es ya una historia de robots, una historia robótica. No. Primero, porque somos latinos. Laurie Anderson está diciendo que ya no hay hombres, que hay solamente máquinas. Si fuesen máquinas deseantes se acaba el problema, pero son máquinas del placer. Es una muy buena advertencia, me la enseñaron, eh. Estos están buscando supermercados de placer. Pero el deseo se constituye en base a una imposibilidad. La revolución es un deseo.

–¿Releyó materiales de ciencia ficción o volvió a ver películas para inspirarse?

–No, los libros los conozco de antes. Y estoy atrasado en eso, no estoy leyendo ficción nueva, y la hay. En la literatura, cuando te metés en la ficción es como que se abarata. A Bradbury no lo consideran escritor… creo que la obra tiene una mescolanza. Sí me inspiró Alphaville, de Godard, e hice una actualización de la información de lo que pasa en términos tecnológicos. Estoy influenciado, ahora que me acuerdo, por un tipo que vino de Francia, Miguel Benasayag. Un psicoanalista dedicado a la neurociencia. A la neurociencia tenés que agarrarla con pinzas, pero este tipo es el que más sabe de los daños causados por la pantalla. Y yo fui, justo, a la revista Mu. Lo trajo ese tío medio extraño que está ahí, que hace cosas interesantes, y me llamó para invitarme. Fue hace tres años. Me impresionó la cantidad de información. Hablaba de los pliegues de la estructura cefálica. ¡Te agarra un cagazo! El lo vio, se dedica a eso, a abrir la cabeza, nadie sabe demasiado. Da la impresión de que en los pliegues es donde se acumula la información, por eso se tiene tanta en un lugar tan chiquito. Vos tenés la información ahí, pero cuando no te acordás agarrás la máquina y te la dice. Esta información que está adentro se cae, porque no se la está utilizando. Al no ser utilizada, el pliegue se va alisando, deja de tener capacidad acumulativa.

–O sea, vamos perdiendo memoria: una de las premisas de Unificio.

–Claro. Eso es lo que dice él. Al no utilizar la maquinaria de la memoria, la neuronal sería, se va alisando. Es la especie de tontera que será auxiliada por un aparato. El dice que no hay nada que hacer. Ojo que éramos cinco en la charla, nadie le daba bola. Está en los libros ya, lo están editando en el mundo científico todos los días. El dice que no hay nada que hacer. Tiene una sonrisa maléfica. Porque al mundo le encanta eso. 

–¿Ya había trabajado con elementos de la ciencia ficción?

–He hecho sketchs de mimo. Me acuerdo de cuando estuve en Milwaukee. Me invitó un amigo argentino que era profesor de literatura, para darme de morfar, porque yo le decía que estaba afanando en los supermercados. Cuando llegué al aeropuerto había una huelga de controladores aeronáuticos. Estaba Reagan de presidente, y había puesto personal militar para reemplazar a los trabajadores que controlaban la salida de los aviones. Delicado el tema. Cuando vi el kilombo, los grones en la calle, me metí e hice la pantomima del controlador de aviones. Me acuerdo que era como el futuro de eso. Con los misiles hice otra pantomima, preparaba todo, qué sé yo, qué cuánto, y el misil se iba solo. Arrancaba solo, se iba solo, y se venía sobre él mismo. Resultaba muy divertido, además era un idioma universal. He tomado estos temas pero no los había desarrollado en una obra. Un crítico, muy lindo tipo, de novio con una mexicana que era estudiante mía, me dijo que yo tenía la capacidad de producir un código dramático totalmente distinto detrás de otro. Y yo ni me doy cuenta. Nunca me propongo una estética, sino que la propuesta de lo que queremos dramatizar producirá un código determinado, una estética. En este caso fue mucho más trabajosa que otras en términos de marcación.

–El texto está lleno de indicaciones.

–Y son tres pibas... instrumentos de lujo. Sin esa abnegación, sin esa entrega de las actrices, esta obra no se puede hacer. Otras sí, como No te vayas con el amor o sin él, que es casi stanislavskiana, vas por tu vida, tatata. Acá tenés que obedecer. Hay una composición permanente que se debe a la alienación del unificio. Es una estética militar si se quiere, muy obediente. Algunas situaciones tienen cierta libertad, hay lugares donde se deja hacer. Pero por eso fue tanto trabajo y seguimos ensayando. Y yo quiero que termine, porque me tengo que dedicar a lo que viene.