Simone de Beauvoir escribió en El segundo sexo que el instinto maternal no existe, que depende de las circunstancias de la madre y de cómo acepte ella esa situación, que es variable. Estoy segura de eso. Más allá del instinto, el amor que yo empecé a sentir por la criatura que crecía en mi interior se dio porque deseaba tenerla. El secreto está en el deseo, en querer que ese feto te posea por completo y cambie tu vida para siempre. Hoy estoy más convencida que nunca de que a nadie se le puede, ni se le debe, obligar a ser madre. Ser mujer no quiere decir que nuestro destino común sea la maternidad. Esta tiene que ser una opción, una decisión personal.

Verse poseído por un parásito (porque un bebé lo es, así nos suene feo) que succiona todo lo que necesita del cuerpo del que es huésped, que lo transforma y lo usa para luego salir de él en un acto tan barbárico como sangriento, es una experiencia que cambia para siempre a una persona en todo su ser. En el caso de las mujeres, muchas a través de la historia han dejado sus vidas en el proceso de alumbramiento. Este es, aún, uno de los momentos más peligrosos en la vida de una mujer cisgénero, o de un hombre transgénero, que toma la decisión de parir. El embarazo y el parto son un trauma. 

La lesión queda marcada en el cuerpo y la mente de quien vive un parto, sea natural o asistido por cesárea. La herida es visible e invisible. El cuerpo cambia por siempre, y cuando uno se mira al espejo cuesta meses, quizás años, volverse a reconocer. Las cicatrices quedan tatuadas en la piel. No hay crema milagrosa que las borre, quizás se puedan atenuar, pero están ahí. ¿Por qué obligar a alguien a pasar por todo eso si en verdad no lo quiere? Ya es suficientemente duro enfrentarse a un cambio de vida tan drástico incluso deseándolo más que nada, ¿cómo será si no hay la más mínima voluntad? Eso atenta contra la salud mental de cualquier implicada.

Además, si no desea pasar por el proceso, ¿querrá el resultado? No creo. Porque el amor es algo que tampoco se puede forzar. No faltan quienes dicen que la opción es dar en adopción. Cuántos niños abandonados en orfanatos y hogares de paso son necesarios para descubrir que el error está en traer al mundo hijos que nadie va a querer. Nacer sin amor es el peor crimen. Es difícil que una persona que nazca sin amor llegue a ser un buen ser humano. ¿Por qué habría de serlo?, ¿acaso alguien fue bueno con él?

Nadie se enfrenta a un aborto, a una decisión tan definitiva, sin dolor. Seguro hay un proceso de cuestionamientoprofundo que lleva a la conclusión de que en efecto no se está preparada para continuar con un embarazo, y las personas que no creen que sea así están ignorando la capacidad de análisis y decisión de las mujeres. Es volver a creernos incapaces, menores de edad, como durante siglos nos percibió la ley.

* La autora es escritora y autora de Un amor líquido, editado por Grijalbo, en Colombia, en abril 2017.