Ya nadie discute la infalibilidad del Papa, porque nadie lo cree aunque lo quieran. Cristina Kirchner no es un Papa y tampoco es infalible. Nadie es infalible. Ni siquiera resulta provocador ese debate. Pero cuando el cuestionamiento de supuestos o verdaderos errores cometidos, como si eso fuera un gran descubrimiento o un acto sublime de independencia de criterio, lleva a ponerse por fuera de ese marco de conducción, más que los errores y todo ese colorido, lo que se plantea es un cuestionamiento al liderazgo en sí. De alguna manera, los ex funcionarios kirchneristas reunidos alrededor de Florencio Randazzo, más el Movimiento Evita, lo que están diciendo no es solamente que ese liderazgo tuvo errores y no los contiene, sino que además ya no es valioso como tal.

Frente a la poderosa alianza que está representada en el gobierno de Cambiemos, de medios concentrados, grandes bancos y empresas, un sector importante de la Justicia y los servicios de inteligencia, la única fuerza que puede oponer el campo popular es su masividad y su unidad solidaria y una de las pocas herramientas para lograrla son liderazgos como los que han surgido esporádicamente en la historia y como el que protagoniza en la actualidad Cristina Kirchner.

No es una novedad para la derecha: el esfuerzo principal de toda la parafernalia de operaciones de inteligencia, políticas, mediáticas y  judiciales del oficialismo, estuvo y está enfocado en destruir esa herramienta popular. El peso de esa formidable artillería apunta menos a destacar sus logros y embellecer a Mauricio Macri, y más a despedazar a Cristina Kirchner. Ignoran y ocultan las innumerables denuncias de corrupción contra el gobierno de Cambiemos pero insisten en la corrupción K con sucesiones de grandes titulares, campañas de alta intensidad en las redes y reacciones periodísticas de inusitada virulencia en la televisión.

Se trata de una estrategia consciente, planificada y centralizada y sus protagonistas son actores de un guión. No son reacciones independientes o coincidentes por la casualidad o “porque piensan lo mismo”. Está orquestado en forma centralizada y en cada situación se hace evidente la consigna central que se elige. Contra el acto que realizó el kirchnerismo en la cancha de Arsenal, la señal de largada estuvo a cargo del propio Macri con una conversación telefónica fraguada en la que le decía coloquialmente a un falso trabajador que lo “desespera que los que hicieron estas cagadas y encima se robaron el país, por estos jueces que tenemos, sigan caminando por las calles”. A partir de allí, la consigna extendida por Clarín, La Nación y casi todos los canales de televisión fue: “cómo puede ser que una chorra sea candidata”. Periodistas, funcionarios y políticos repitieron esa consigna como un mantra y lograron generar entre sus seguidores un clima de crispación y violencia que se ha convertido en una característica muy marcada de los fans de este gobierno. Fue inevitable que esa catarata de indignación centralizada que destilaron los medios oficialistas derivara en un intento de acto frente a Comodoro Py con el fin de presionar a jueces y fiscales para que encarcelen a “la chorra”. El acto en Tribunales fue un desatino porque el día era feriado, el edificio estaba  cerrado y no había funcionarios y porque apenas concurrió un puñado de personas entre las que sobresalían varios desquiciados que hablaban con los medios. Fue notorio el contraste con la inmensa y pacífica concentración en la cancha de Arsenal.

Para la derecha es más importante destruir un liderazgo que pudiera convertirse en epicentro de una fuerte convocatoria de oposición, que glorificar a su gobierno. Es una estrategia pensada desde antes que asumiera el gobierno de Cambiemos: hablan poco a favor de Macri; mantienen un poderoso blindaje a su alrededor; y dedican su esfuerzo principal a destruir la alianza que se había generado en el campo popular a partir del gobierno kirchnerista.

No les fue tan mal. La campaña de destrucción fue eficiente ya sea por debilidades de esa alianza como por la poderosa maquinaria que sostuvo la campaña. Las presiones sobre los gobernadores, la subsecuente sangría en los bloques legislativos, la fuga de dirigentes y la permanente campaña de carpetazos armados por los servicios de inteligencia, difundidos por un ejército de comunicadores oficialistas y ejecutados por jueces predispuestos tuvo un efecto de desgaste y desmoralización. En su malicia, la arquitectura de esa campaña tiene hasta cierta belleza: ninguno de los dirigentes y ex funcionarios que defeccionaron tiene causa judicial. En cambio a la mayoría de los que se mantuvieron fieles al kirchnerismo le han llovido causas judiciales y denuncias. No deja de ser llamativa esta clara línea que separa honestos y corruptos según los comunicadores y los fiscales y jueces del oficialismo. 

Pero el resultado se lee diferente en el kirchnerismo y en el oficialismo. Para la derecha, su furiosa arremetida debería haber finiquitado con el kirchnerismo, como sucedió con el menemismo después que perdió de hecho las presidenciales ante Néstor Kirchner. Y desde el kirchnerismo no se esperaba que esta campaña produjera tantas deserciones y desconcierto.

Pero ni  Cambiemos ni los propios kirchneristas consideran que está acabado, ni mucho menos, el liderazgo de la ex presidenta y, por razones distintas, ambos opuestos están sorprendidos por la situación actual. Porque esperaban más o porque esperaban menos. Esta es la lógica central de este escenario donde, los que dan por consumido el liderazgo de Cristina Kirchner se resignan a una larga etapa de debilidad del campo popular y se marginan de esta fuerte disputa que constituye el meollo de la escena política y que dirime el destino del país a mediano plazo.

Las alternativas que han llevado al lanzamiento del Frente Ciudadano y al acto en la cancha de Arsenal transitaron esas estaciones. Es obvio que el acto apuntó a recuperar las fuerzas que se perdieron y no tanto a la nutrida militancia que estaba allí. Todo el despliegue buscó al voto que tomó distancia después de la derrota en las presidenciales. Es un elector que no se alejó, siguió el acto por televisión y está muy crítico con el gobierno. El lenguaje fue centralmente visual y menos literario, donde no sólo se habló de los sectores perjudicados por las políticas del gobierno, sino que se los mostró, se los personalizó y humanizó, donde la ex presidenta habló entre una multitud que rodeaba un pequeño escenario sin vallas y donde la única oradora fue ella. Hizo un discurso corto, emotivo, pero con contenido, donde el peso simbólico de esas tragedias se expresaba en los cuerpos y no tanto en las palabras.

Pero el acto de Arsenal fue el primer paso de una larga marcha. Muestra un punto de partida, una fuerza que puede convertirse en opción de poder, pero que aún le falta, que necesita recorrer un camino que en principio no se avizora demasiado corto. La obsesión del oficialismo por destruir ese núcleo intenso de convocatoria que constituye la ex presidenta, mantiene la ofensiva judicial pero ha evitado victimizarla con una condena. El fallo vergonzoso de la Cámara de Casación Penal, contra Milagro Salas –pura política sin solvencia técnica–, demuestra el control del oficialismo sobre amplios sectores del Poder Judicial, al punto que se puede llegar a una condena sin pruebas si es la conveniencia del Ejecutivo.

La poderosa alianza de la derecha en el gobierno y la convocatoria explícita de Cristina Kirchner a un espacio nacional, popular y democrático en la oposición aparecen como los dos protagonistas que disputarán la escena política en los próximos años. El kirchnerismo no se convirtió en un fantasma del pasado como le sucedió al menemismo y como esperaba la derecha, pero tampoco es una fuerza en condiciones de volver en poco tiempo, como quisiera su militancia. En la pasada elección presidencial, el FpV logró el 37 por ciento en primera vuelta, y perdió con el 49 por ciento en el ballotage, lejos del insuperable 54 por ciento en primera vuelta, cuando Cristina Kirchner fue reelecta en 2011. Después de la derrota de 2015 hay un nuevo punto de partida, pero esquemáticamente es el trayecto que deberá escalar el kirchnerismo para reposicionarse, impulsado por la corriente de ajustes y descalabros que está produciendo la política económica del gobierno. El acto en la cancha de Arsenal mostró a una fuerza que empieza a ponerse en movimiento para recuperar el terreno perdido y tiene un arduo recorrido por delante. Un punto de partida: el proceso de endeudamiento acelerado sólo se logró a partir del desguasamiento de los bloques legislativos del FpV, lo que dejó dos enseñanzas: la primera es que los candidatos tienen que estar explícitamente comprometidos en estos temas. Y la segunda es que fue la fuerza que se opuso al endeudamiento y demostró que es la única capaz de hacer oposición real para frenar la catarata de ajustes que se anuncia para después de las elecciones.