PáginaI12 En Gran Bretaña

Desde Londres

Con el equivalente en libras a unos 1300 millones de dólares Theresa May se ganó los votos de 10 diputados del reaccionario Unionismo Democrático de Irlanda del Norte (DUP). Con una oferta “generosa, justa y seria” para los tres millones de residentes europeos intentó recuperar la iniciativa con la Unión Europea (UE) en el marco de la negociación por el Brexit que empezó hace una semana con el Reino Unido cediendo en todo lo que había dicho que no iba a ceder.

La primera ministra vive en el día a día. El apoyo de los unionistas le dará una mayoría teórica de 13 diputados en el parlamento, siempre que no se le dispare la creciente masa de diputados conservadores disconformes con su gobierno. El acuerdo con los unionistas enfureció a muchos conservadores y fue duramente condenado por Escocia, Gales, el Norte de Inglaterra, el alcalde de Londres, y el resto del arco opositor. A esto se suma la posibilidad de una demanda legal que lo declare inconstitucional en el marco de los acuerdos de paz de 2008 que exigen que Gran Bretaña sea el “garante imparcial” de un gobierno de coalición entre protestantes unionistas y católicos republicanos de Irlanda del Norte.

La oferta que presentó May en el parlamento a los europeos residentes en el Reino Unido para definir su estatus legal después del Brexit tenía tantas condiciones que fue repudiada por el negociador en jefe de la UE, por los europeos en el Reino Unido y por la oposición, entre ellos el líder de los laboristas, Jeremy Corbyn que dijo que era “muy poco y muy tarde”. Entre las propuestas figuraba una con un tono inevitablemente segregacionista: los europeos tendrán que solicitar su inclusión en un registro especial del Ministerio del Interior y llevarán una cédula de identidad, documento que no existe en el Reino Unido para los británicos.

El negociador de la Unión Europea Michel Barnier twitteó poco después del anuncio que hizo Theresa May en la Cámara de los Comunes. “El objetivo de la UE es que los ciudadanos europeos tengan la misma protección legal que tienen si vivieran en los países de la UE. Se necesita más ambición, claridad y garantías de parte del Reino Unido”. Para la Theresa May del día a día la reacción europea es secundaria: si quiere llegar viva al Congreso anual del partido en octubre, lo realmente importante es el ala pro-Brexit partidaria. En un artículo publicado por el ultrathachterista, pro- Brexit Instituto Politeia, Bernard Jenkins, le advirtió ayer que si no lleva adelante el “Hard Brexit” su gobierno se desintegrará.

La votación del jueves del primer programa legislativo de su gobierno es el telón de fondo de estas escaramuzas. La ministra en la sombra del Brexit por el laborismo, Jenny Chapman, indicó a la BBC que estaban en contacto con muchos conservadores que favorecen un “soft Brexit”, es decir, una separación de la UE que conserve el máximo nivel de relación posible. Entre los que favorecen discretamente este rumbo se encuentra el mismísimo ministro de finanzas Philip Hammond, de quien los pro-Brexit sospechan que aspira a reemplazar a May con un golpe de raigambre Shakespereana. ¿Estarían dispuestos a votar las enmiendas que presente la oposición al programa de gobierno conservador para lograr una relación más estrecha con la UE?

El acuerdo con los unionistas se limita a la votación en cuatro áreas que May considera esenciales para sobrevivir: Brexit, mociones de confianza en su autoridad, el presupuesto de otoño y seguridad nacional. En el resto de los temas, el DUP puede votar como le dé la gana o pedir nuevas concesiones, es decir, mucho más dinero. Este privilegio financiero cayó como una piedra en Escocia, Gales y la misma Inglaterra que, con Irlanda del Norte, forman el Reino Unido.

El primer ministro de Gales, Carwyn Jones, señaló que el acuerdo era un “escándalo”. La líder esocesa Nicola Sturgeon lo denominó un “oscuro acuerdo para aferrarse al poder”. El alcalde de Londres, Sadiq Khan, señaló que Londres va a terminar pagando más impuestos para financiar la sobrevida política de May. El ministro de economía en la sombra laborista John McDonnell hundió la daga más hondo al recordar la retórica pro-austeridad de May. “El mismo partido conservador que dijo que no había dinero para el Servicio Nacional de Salud y las escuelas ahora sí encuentra mil millones de libras para comprar una mayoría parlamentaria que nadie sabe si puede llegar a terminar costando el doble”, dijo McDonnell.

En el norte de Inglaterra deben de recordar algo similar dadas las promesas incumplidas por los conservadores primero en 2015 y luego el año pasado con la asunción de May. Los conservadores se cansaron de prometer que iban a terminar con las desigualdades sociales y regionales mediante una inversión masiva que convertiría al empobrecido norte en una “power house” nacional. El nivel de incumplimiento de esta promesa no tiene nada que envidiarle al del Plan Belgrano de Mauricio Macri para el norte de Argentina.    

En este contexto, ni qué hablar de la reacción de los sobrevivientes de la tragedia de Grenfell Tower y las decenas de miles de personas que viven en torres semejantes y están siendo evacuadas porque el material usado en la remodelación de las casas es el mismo que causó el incendio del monoblock en el centro de Londres con un saldo de 79 muertos y un número indeterminado de desaparecidos. En el fin de semana y contrarreloj se llevaron a cabo unos 60 tests sobre el material usado en monoblocks similares de Inglaterra: ninguno respetaba las condiciones mínimas de seguridad edilicia.

El cálculo es que hay aún unas 500 viviendas sociales que no han sido chequeadas. El fin de semana hubo dos incendios en viviendas sociales que no registraron heridos, pero causaron pánico y una sensación colectiva de película catástrofe. La furia en los barrios es tangible. En 2011, por mucho menos, ardió medio Inglaterra con un saldo de 5 muertos, cientos de heridos y más de 3 mil arrestos que jaquearon al gobierno del entonces primer ministro David Cameron. La ministra del interior era Theresa May: el gobierno de Cameron sobrevivió. ¿Será que el cartero no llama dos veces?