Poquito más de medio siglo atrás, en junio del 72`, hubo un hecho musical que trascendió géneros. Ocurrió en el extinto Teatro Atlantic de Monserrat, y actuaron León Gieco, Litto Nebbia, Domingo Cura, Gabriela, Edelmiro Molinari, el dúo Miguel y Eugenio, Raúl Porchetto y David Lebón, entre otros. Significó aquella jornada pionera --mítica ya-- un intento de cruzar estéticas a priori estancas y, en general, refractarias a las avenencias. La idea fue de Daniel Ripoll, entonces director de la Revista Pelo, y el nombre sopesaba la corriente eléctrica que imperaba en el rock de entonces: Acusticazo. Lo que pasó, pasó. Cómo se escucha parcialmente en el disco publicado tres meses después del concierto –el primero en vivo en la historia del rock argento, a la sazón— lo que pasó es que León Gieco grabó por primera vez “Hombres de hierro”, cuyo nombre original agregaba “Hombres de piel”. También que Gabriela, entonces pareja de Edelmiro, se transformó en la primera mujer del rock argentino en romper prejuicios a lo grande –allí están las versiones de “Rodando” y “Abre el día” para constatarlo--, y que Nebbia provocó un hecho señero para la salud de las futuras músicas telúricas: compartir una alucinante versión de “Vamos negro, fuerza negro” con el extraordinario –y también desprejuiciado— bombisto santiagueño Domingo Cura. “Fue una comunicación instantánea… mucha improvisación de su rítmica con mis cosas armónicas. Una novedad para aquel tiempo, claro, porque ya era `raro` que un rockero saliera a tocar solo con su guitarra acústica, pero más aún acompañado de un percusionista que se lo conocía desde el folklore. Fue emocionante”, evoca Nebbia que entonces tenía 23 años y hoy, cincuenta más.

Litto saldrá a escena para una nueva conmemoración de aquel hito, este sábado a las 21, en el Auditorio de Belgrano, de Virrey Loreto y Cabildo. “Pienso tocar parte de lo que estrené originalmente, mixturado con algunos otros temas que están dentro del espíritu del Acusticazo”, prevé el creador de “El rey lloró”, que esta vez compartirá escenario con un músico que también gravitó fuerte en el Atlantic (Raúl Porchetto), y dos que no estuvieron entonces pero anduvieron cerca: Roque Narvaja y Ricardo Soulé. El líder de la entonces recién separada Joven Guardia no fue parte porque precisamente estaba grabando su primer disco solista (Octubre), con el mismo Nebbia como productor y con gente “acústica y cruzada” como invitada. Entre tales, Cura –casualmente--, Miguel Cantilo, Jorge Durietz y el mismísimo Uña Ramos, que venía de grabar la trascendental versión de “El Cóndor Pasa” con Paul Simon y el grupo Urubamba. “No estuve en el Acusticazo, no. Pero era una idea de la época rescatar lo acústico, la canción… y yo estaba siguiendo los mismos pasos en mi disco debut. En efecto, quería integrar instrumentos latinoamericanos en el disco. Venía de una larga gira por Bolivia, donde había escuchado mucha música del altiplano, y me había comprado un charango”, evoca Narvaja, tres años menor que Litto. “En ese momento, Litto era mi mentor. Él fue quien me llevó al sello Trova, porque se dio cuenta que me fui de La Joven Guardia, porque la compañía no nos dejaba cambiar el estilo, algo que me aburría mucho. Me estaba buscando a mí mismo y Litto fue crucial en la producción. Hizo que, por ejemplo, Cura pusiera tambores orientales en el tema `A través de Los Andes`”, extiende Narvaja ante PáginaI12.

Soulé, en tanto, no fue de la partida en aquel Atlantic porque Vox Dei, la tremenda banda que compartía con Willy Quiroga y Rubén Basoalto, estaba en la gloria –literal—tras la edición de Jeremías, pies de plomo. “Estábamos de gira por todo el país cuando me enteré a través del periodismo de que había habido un concierto muy importante en el Atlantic, y que habían participado varios de los músicos más prestigiosos de ese momento”, rememora el guitarrista. “Lo que pasaba entonces era que el movimiento acústico era de reducidas dimensiones acá, porque en ese momento era mucho más fuerte lo eléctrico, pero a nivel mundial, había un movimiento muy importante de rock acústico, que respondía a una corriente de música country con Crosby, Still & Nash; James Taylor, Joni Mitchell, etc. Aquí, la representante más importante a partir de la trascendencia que tuvo en la película Hasta que se ponga el sol, era Gabriela, por su actuación y por el disco que había editado, en el que también participó Litto”.

--Vox Dei pendulaba entre la corriente eléctrica que marcás, y la veta acústica. ¿En qué sentido se sentían parte?

Ricardo Soulé: -Todos los grupos teníamos temas de corte acústico para romper con lo eléctrico. Vox Dei, por caso, tuvo varios números con guitarras acústicas para tener un aspecto que diera con el logro de ese contraste. Pero no era algo fácil, de todas maneras. Los instrumentos no tenían la capacidad electroacústica que tienen hoy, solo eran guitarras acústicas aproximadas a un micrófono. Así grabábamos, y así tocábamos en vivo. Por eso, voy a aprovechar el show del sábado para tocar, con instrumentos de hoy, lo más acústico de mi repertorio.

-Con guitarras aproximadas a micrófonos se grabaron los dos primeros discos en vivo de la historia del rock argentino. Uno de ellos fue precisamente el del Acusticazo y otro te tuvo como protagonista directo: La nave infernal.

R.S.: –La Nave Infernal lo grabamos en la gira que hicimos por todo el país con Vox Dei. Fue complicado, porque en ese momento no había posibilidad de grabaciones así, más que como lo hicimos nosotros… con un reebok, que tenía Robertone, nuestro sonidista. Grabábamos con ese grabador de dos canales.

Roque Narvaja.: --Y el disco en vivo del Acusticazo fue maravilloso, por su frescura y su espontaneidad. En aquella época lo era todavía más porque quedaban los errores como prueba de que los discos y las actuaciones estaban hechos por seres humanos, cuando hoy por hoy, con tanto aparato e inteligencia artificial, hemos perdido la costumbre de aceptar al hombre y sus errores…todo suena mejor ahora, pero también bastante más frío.

Litto Nebbia. –Lo del disco del Acusticazo fue de esas cosas que en el momento que ocurren no las considerás pero que luego, al pasar el tiempo, comienzan a adquirir un valor real.

Además de la tríada Nebbia-Narvaja-Soulé, la conmemoración del sábado contará también con las presencias de Aníbal Forcada, Claudio Kleiman, Miguel Krochik (que también fue parte del evento original), el “Vikingo” Martínez, Majo Castro y Santi Vaina, pero no con la del pionero Gieco. Luego Nebbia vuelve sobre la (pre)historia del concierto original. A veces nos encontrábamos con Daniel Ripoll (ver recuadro), y pensábamos en cómo desarrollar una programación para poder hacer efectivo el Ciclo de Recitales que auspiciaba la revista Pelo. Era algo bastante difícil, porque recién empezaba todo esto y no había tantos solistas y bandas como para cubrir fácilmente todos los viernes. Por eso, un viernes se convocó a Sanata & Clarificación, la banda de Rodolfo Alchourrón que era excelente pero que, digamos, no era rock. Luego, otro viernes, inventamos La Banda de los Ocho, que éramos León, yo y Lebón, más Cacho Lafalce, en bajo eléctrico; Bernardo Baraj, en saxo; Claudio Martínez, en batería; Gabriel Tonelli, en órgano y Diana del grupo Lengua Negra, en canto. Hacíamos covers de rock argentino de la época”.

--Esto entre los antecedentes, pero ¿por qué lo de acústico en una era que, al menos en la Argentina, imperaba la corriente eléctrica, como recuerda Soulé?

L.N.: --En 1969 yo había presentado mi primer disco solista en el legendario Cine Arte. Por problemas con el sonido o no sé qué, a la mitad del concierto se me ocurrió tomar una guitarra criolla, sentarme y empezar a mostrar unos cuantos temas acústicos. Esto, después comenzó a replicarse en otras actuaciones y de ahí salió lo de Acusticazo. Con Daniel armamos la lista de los que nos parecía que podían ser acústicos, y así fue.

-Otra actuación muy referenciada fue la del dúo Miguel y Eugenio, que más adelante se transformaría en el grupo Aucán.

R.N.: --De Miguel y Eugenio lo recuerdo todo, porque éramos compañeros de militancia, cuando se nos había metido entre ceja y ceja eso de cambiar al mundo. Rescato la tenacidad con que ellos hacían canciones, retratando la realidad de aquel momento, con vocación por ayudar a los demás y poseídos por una humanidad desbordante.

-Junto con Arco Iris, aunque con menor duración y perspectiva, ellos configuraron una de los intentos más fuertes de fundir folklore y rock. A propósito, ¿cómo era la convivencia entre géneros musicales durante ese período?

L.N.: -Por lo general todo se vivía en orden. Algunas veces había diferencias estilísticas que se hacían notar, sí, sino no estaríamos en Argentina (risas).

R.N.: --En mi visión, la convivencia entre los géneros musicales en este país siempre ha sido muy complicada. Hoy sabemos que esto se debe al temor y a la inseguridad de quien teme. Pero, si bien estas situaciones para quiénes hemos tenido alguna experiencia con la psicología son ABC, para el resto de la gente no, y para muchos artistas tampoco. Siempre hemos hablado con Litto, o con el Chango Farías Gómez, sobre qué envidia nos daba la gente de Brasil, porque entre ellos eran muy generosos, cantaban las canciones de otros, y ese fue un poco el objetivo de Litto cuando hizo celebración… mezclar a todos los músicos cantando diferentes temas de otros autores.

-En junio de 2017, 45 años menos 8 días después del original, hubo otra conmemoración de Acusticazo. Fue en el Gran Rex y, además de Gieco y Nebbia, tocaron Catupecu Machu y Boom Boom Kid. ¿Algo para decir de él?

L.N.: -Tengo un buen recuerdo de ese concierto. Fue prolijo y con gran asistencia de público. Hubo buen sonido. Me sentí muy bien.

R.S.: -A mí me hubiese gustado que me invitaran, porque estuve presente como público pero no como músico.

R.N.: -Yo no lo recuerdo. Es más, ni me enteré, tal vez porque vivo en un alfajor.

La opinión de Daniel Ripoll

“Así como el universo aún está en expansión, nada está fijo ni permanece inalterable. La propia historia se modifica, según el punto del tiempo en que se la analice. Pero lo que sí puede quedar son los valores, sobre todo los expresados a través del arte. Probablemente, algo de eso esté ocurriendo, cincuenta años después, con un pequeño festival que produje en aquel helado y triste invierno de 1972. Por entonces, la Argentina estaba azotada por los militares, con censuras, persecución y prohibiciones que hoy nos perecerían inadmisibles. En aquel clima, de noche y represión (corría mucha sangre), surgió el Acusticazo. Y justamente, por la magia del arte, esa reunión de músicos con su público temeroso y aterido, da cuenta hoy de la impronta y del tesón de un grupo de jóvenes, pero por sobre todo, de su voluntad. Medio siglo después, aquellos tiempos fundacionales parecen un relicario de dulces recuerdos. Sin embargo, en realidad fue una lucha, probablemente

idealista, pero perfectamente certera para documentar el transcurrir real de la vida. ¿Qué otro objetivo puede tener el arte sino ese? En este caso, ese fin plasmó y cuajó desde la música, desde la lírica y desde un público –por entonces muy joven pero ya lúcido—que no quería bajar los brazos ni su ambición de libertades. Todo eso, quizás sin que estuviera claro ni escrito, se reunía como pulsión en el Acusticazo. Por supuesto que el concierto también representa hitos innumerables: fue el primer disco unplugged de Iberoamérica, el primer álbum grabado en vivo y fue el festival que `descubrió` a los hoy `próceres` León Gieco, David Lebón o Raúl Porchetto. El tiempo, el público y el periodismo (el posterior, no el de la época) se encargaron de sostenerlo a través de los años como un icono histórico del Rock Nacional. Personalmente, me siento más gratificado ahora por haberlo generado, que en la vorágine creativa de su propio momento. Porque el tiempo, y en este caso después de tres generaciones, ha dado eso que se llama “el veredicto de la historia”. Ese mismo veredicto, es el que finalmente determinó, luego de mucha lucha, acusaciones e incomprensión, que el rock argentino pudiera ser considerado profundamente nacional. Y que, por esa misma razón, se haya podido conformar como parte de la identidad cultural de este país: en poco más de 200 años de historia, cincuenta años (nada menos que una cuarta parte) han transcurrido con la banda sonora de este movimiento artístico, social y cultural.

En ese proceso, el Acusticazo tiene también el peregrino mérito de haber reunido una camada de músicos y público que, estando interesados y atraídos por las novedades de la música planetaria, también quisieron profundizar en las raíces de su propia tierra, con sus voces, su mezcla de lenguas, sus giros y sus sonidos. Esa fue también fue mi intención al proponer desenchufar los instrumentos y escucharnos en otros registros; íntimos, profundos y fuera de las modas del marketing global acaparante. Por fortuna, hoy veo en muchos músicos actuales que se ha consolidado aquella premisa, tan característica de la impronta del rock nacional, que surge clara al confrontarla con la música popular de otros países.

Pero como todo cambia, este Acusticazo de hoy con la misma sed de entonces, no puede ser una estalactita de reiteraciones. La propuesta dinámica es rescatar aquellos valores y homenajear a los músicos que resisten, pero también alentar a los nuevos, con su sonido, sus ideas y sus percepciones de la actualidad. Y quizás también, cómo no, porque se ha hecho carne aquello que dijera un reconocido poeta, filósofo y músico argentino: `Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo el tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor. En eso estamos.”