La historia que hay detrás de Yuna soy yo es uno de los secretos de su calidad. En 2007 Marcela Ferradás quedó encantada con Las primas, la novela más famosa de Aurora Venturini, premiada en un concurso de este diario, y se propuso llevarla al teatro. Ocurrió tres años después. En el medio, actriz y autora se conocieron y se amaron "a primera vista", como contó Ferradás en una entrevista. La primera adaptación se llamó Las primas o la voz de Yuna, estrenó en La Plata, giró por el país y luego se montó en el Teatro Cervantes. Doce años más tarde, Ferradás retoma la novela con una lógica totalmente diferente, en formato de unipersonal, con una actuación que toma el tono justo y revela tanto su conocimiento del texto como su amor por él. 

O habría que decir: su conocimiento de quién es Yuna. Su amor --aunque no ciego-- por este personaje. "Yuna sos vos", le dijo directamente Venturini cuando actuaba en aquél proyecto dirigido por Román Podolsky. De ahí el título de esta nueva versión, dirigida por Horacio Peña, pareja de la intérprete. Aquella frase parece haberse convertido, luego de la muerte de la escritora --en noviembre de 2015, a los 92 años--, en un mandato que no pesa. En una suerte de misión.

El origen del espectáculo es una adaptación de 20 minutos que Ferradás comenzó a hacer porque existía una demanda, especialmente del ámbito de la literatura. En esencia, ambas puestas implican el traslado a la escena de la vida de Yuna Riglos, quien se presenta en las primeras páginas de la joya literaria como una "minusválida reeducada". A esta altura el argumento es conocido, pero va un breve repaso: su disfuncional entorno familiar se compone de un padre abandónico, una madre "sin alma", una hermana paralítica (Betina), dos tías (Nené, Ingrazia) y dos primas. Petra, liliputiense, se dedica a la prostitución; Carina tiene seis dedos en cada pie y muere tras someterse a un aborto clandestino. Yuna padece, en comparación con otras integrantes de su familia, un mal menor: dislalia. Pero es fuerte. Muy. Pinta, y lo hace bien. El arte le concede una identidad nueva en un micromundo tan hostil. La novela mete el dedo en la llaga de temas muy espesos, como la discriminación, el aborto clandestino y el abuso sexual infantil. Yuna es una voz femenina que llega desde el margen, por eso es que los años pasan y sigue siendo inquietante escucharla.

En Yuna soy yo, el intenso monólogo irrumpe como inesperadamente en el momento en que, ya vuelta ella una artista consagrada, va a leer un discurso de agradecimiento en el marco de una retrospectiva de su obra. La retrospectiva de su propia vida gana el terreno, tan singular en términos de tópicos como de tono: conduce al espectador de la estupefacción a la risa, o mejor dicho, hacia la combinación de ambas reacciones. Es una risa que puede ser, por momentos, incómoda, hasta atragantada, porque está anclada en el horror, el sufrimiento, la crudeza, la maldad, la desgracia. Ferradás maneja esta dualidad con maestría. El suyo es un gran trabajo sobre la palabra. La palabra de Yuna no parece nada fácil de decir; no se parece a ninguna otra. Y la actriz no subraya, no condena, no exagera lo que su criatura tiene para decir. Tampoco la victimiza. Aborda su discurso en un tono muy preciso, con un equilibrio de distancia y cercanía.

Y, también con tono preciso, da vida a todos los personajes de la historia. No le hace falta deformar el cuerpo, tampoco modificar exageradamente la voz. "No los representa, no encarna --ha explicado el director--. Hay personajes que van más a fondo, como Petra o la madre, y otros, los masculinos, son más representados que encarnados. Ella está contando aquello que le dijeron." Claro: esos otros son, en realidad, proyecciones de Yuna. Todo está tamizado por su mirada. Tiene sentido esta decisión de la dirección, y permite a Ferradás desplegar su técnica más en la sutileza que en el desborde de recursos, haciendo cuerpo la máxima de que menos es más.

La escenografía está compuesta por marcos de diferentes tamaños que serían los de los cuadros de la protagonista, vacíos de imágenes, quizá para invocar la imaginación del público. También por un puf de esos que hay en los museos como para sentarse a contemplar, en el que en alguna ocasión Ferradás se sienta. Eso, nada más.

Es como ver a un músico ejecutando una misma pieza con diferencia de 12 años, preocupándose por no repetirse, por no hacer un cover de sí mismo. La actriz ha dicho que este trabajo le representa una "nueva lectura en muchos sentidos", cosa que se vuelca a la escena: "Estoy más grande, atravesada por más cosas, y la historia me atraviesa de otra manera. Como actriz no soy la misma. Estoy aumentada por los años en todos los sentidos, la experiencia de escenario, las vivencias. Una trabaja con todos sus códigos referenciales y con su propia vida, siendo que el cuerpo es además nuestro instrumento".

Por todo esto, Yuna soy yo, es una versión más madura que su antecesora. Y es también bastante más oscura, "menos naif", en palabras de la actriz. En primerísimo primer plano está ella, y/o Yuna, y resulta difícil imaginar a otra actriz en este papel. Sería otra Yuna (¿lograría serlo?).

Yuna soy Yo   9

Elenco: Marcela Ferradás

Adaptación: Ferradás
Dirección: Horacio Peña
Diseño de escenografía: Alejandro Mateo (ADEA)
Diseño de vestuario: Luciana Gutman
Pelo: Ale Granado
Diseño de iluminación: José Binetti
Diseño gráfico: Aixa Rizzo
Fotografía: Guiye Fernández
Asistente de producción: Miranda Basso
Producción de gira: Melania Barreiros
Producción ejecutiva: Gabriel Cabrera
Funciones: domingos a las 19 en Nün Teatro Bar, Juan Ramírez de Velasco 419, CABA.
Duración: 50 minutos