El jueves pintaba como un día común y corriente. Cambiamos de mes, se terminaron los subsidios, el clima que nos tenía desconcertadxs. Acosté a mis hijxs, me tiré en la cama, respondí unos mails mientras Pablo hacía zapping. De repente, descubrí que habían levantado el programa LPA y que en su lugar, se repetían imágenes de un atentado contra Cristina Fernández de Kirchner: un hombre había gatillado en la cara de la vicepresidenta de la nación. Frente a su custodia personal y a un grupo de militantes.

Se me heló la sangre, las diferentes emociones que se apoderaron de mi cuerpo fueron el miedo, la incertidumbre y una profunda tristeza. Jamás vi un hecho semejante en plena democracia. ¿Qué pasó? ¿Cómo llegamos hasta acá? Es muy evidente que el atentado y la gravedad de este violento hecho no es algo individual e inocuo. ¿Qué hubiera pasado si mataban a la vicepresidenta de la nación?

Algunos políticos trataron de minimizar el hecho diciendo que por suerte no le había pasado nada. ¿Qué parte de «le gatillaron en la cabeza a una de las líderes políticas más populares, más queridas y con más seguidores del país» no comprenden? José Luis Espert dice que no fue un hecho que afecte a la democracia. Con todo respeto, señor Espert, ¿cómo se llama si un político no puede salir a la calle y no puede expresar sus ideas públicamente por temor a un atentado? Cuando sucede algo de esta dimensión, la democracia se degrada. Es un acto profundamente antidemocrático gatillar dos veces en la cabeza de una vicepresidenta de la nación.

¿Qué hay detrás de este hombre de 35 años, un lobo solitario alimentado de un discurso de odio? Hay una construcción política y social que sostiene esa violencia. Hay sectores de ultraderecha, algunos medios y parte de la derecha y algunos políticos que fueron generando estos mensajes de odio sistemáticos sobre una persona: la yegua, asesina, chorra, debe morir. Es decir, es una acumulación de la violencia simbólica que nos viene invadiendo, que se multiplica cuando se trata de una mujer.

Una de las frases que más resonaban en medios y redes sociales era: «Acá se cruzó un límite». Cuando rompieron los azulejos de las Madres de Plaza de Mayo, se cruzó el límite. Cuando rompieron locales feministas, se cruzó el límite. Cuando colgaron de una horca al presidente de la nación y a su vicepresidenta, se corrió un límite. ¿Por qué nadie de ese sector político repudió estos actos? ¿No les parece que el límite se corrió hace mucho? Cuando vimos bolsas con supuestos muertos colgados de la reja en la Casa Rosada, el límite se corrió. Los partidos que representan a esta gente ¿no deberían haber salido a repudiar con total vehemencia el hecho?

Tengo la triste sensación de que hay un sector político que no está comprometido con la democracia. Que no respeta ese derecho básico y, mucho menos, los derechos humanos. Hoy debemos pensar qué país somos y qué país queremos ser. Este hecho sin precedentes nos debe servir para reflexionar: vivimos sumergidos en una violencia naturalizada que se multiplica en los medios y se amplifica en redes sociales. Creí que este intento de magnicidio iba a hacer reflexionar a todos los frentes políticos, los iba a unir en búsqueda de la paz social y el bienestar del pueblo, pero no fue así: lxs políticos ególatras solo piensan en ellos.

Defiendo la democracia y confío en la tradición de derechos humanos que logró construir nuestra sociedad y ojalá alguna vez lxs dirigentes dejen sus egos de lado para pensar en el pueblo.