Sombras -para nada- tenebrosas

¡Lo que se habrá ahorrado ya el ingenioso artista belga Vincent Bal en pintura gris! De un tiempo a la fecha, viene reemplazando la mentada tonalidad en sus dibujos por… ¡sombras! Tal como suena: a base de lo que la Real Academia Española define como “imagen oscura que proyecta un cuerpo opaco sobre una superficie al interceptar los rayos de luz”, este ilustrador y cineasta (mayormente de comerciales y cortometrajes) logra lo impensado, ducho en conseguir que sombras tomen formas rematadamente ocurrentes: un natatorio profesional, personajes de historietas, una nariz, rejas, un piano de cola, un automóvil, un perrito, un gorro. En fin, todo cuanto se imagine. Obviamente, completa las imágenes con líneas que traza en torno a las mentadas sombras, que consigue manipulando la luz y, claro, objetos la mar de cotidianos. Así, en las manos de este varón europeo, una lamparita se convierte en unas escaleras, un ajo en un entrañable alienígena, un cargador USB en una cocina… Al parecer, el mérito es doble (o triple, cuádruple…), en tanto no usa focos ni nada que se le parezca: saca provecho de la luz natural, del sol, para lograr los efectos pretendidos. Ni siquiera se echa incienso por los resultados; humilde, el tipo dice ser un procastinador serial que deja todo para el último minuto y, en sus ratos libres, se le va el santo al cielo haciendo estos adorables dibujitos, que concreta a la velocidad del rayo. En sus palabras, “puedo tener una idea y realizarla en menos de media hora”. Mal no le ha ido al autoproclamado shadowologist, neologismo que podría traducirse como “experto en sombras”: su cuenta de Instagram acumula casi 900 mil seguidores, encantados todos y cada uno por ver cuál será su próxima idea, con qué les sorprende un Bal que lleva algunos años perfeccionando su técnica.

Vermeer, ¿el desprolijo?

Durante añares, historiadores del arte han estado convencidos de que el maestro neerlandés Johannes Vermeer (1632-1675) era un perfeccionista de cuidado que trabajaba minuciosa y lentamente, teoría que -según diferentes especialistas- era respaldada por la precisión de sus pinceladas. Pues, se habría acabado lo que se daba, porque una nueva investigación de la National Gallery of Art, en Washington, pone en tela de juicio esta teoría extendida. Usando la última tecnología en análisis de imágenes, los científicos John Delaney y Kate Dooley, de la mentada institución, escanearon cuatro pinturas del siglo XVII de este enorme artista (tres de confirmada autoría, una que se le atribuye) en pos de observar atentamente su técnica, conocerla lo mejor posible. Y vía este examen decididamente profundo, arribaron a las primeras capas de los cuadros, que revelan que Vermeer pintó en varias etapas, y en las preparatorias, no habría sido tan puntillosos como se creía. Confirman los investigadores que, debajo de la superficie, dieron con “evidencia de pinceladas rápidas, incompletas, espontáneas y, a veces, de textura gruesa. Es como si él hubiese ido cambiando los elementos en un proceso impetuoso de descubrimiento, probando y rechazando distintos enfoques”. “Las obras de la National Gallery de Johannes Vermeer son algunas de las joyas de nuestra colección y gracias a este talentoso equipo de colaboradores y su investigación de vanguardia tenemos una mayor comprensión del maestro holandés y su proceso creativo”, ha dicho la directora del museo, Kaywin Feldman, que mostrará parte de los descubrimientos en una exposición venidera, Vermeer's Secrets, que inaugura en octubre y seguirá hasta enero del año que viene, cuando viaje al Rijksmuseum de Ámsterdam para una retrospectiva.

El arte del equilibrio

Wang Yekun es un hombre que vive en Hong Kong que, de un tiempo a la fecha, se ha vuelto famoso por apilar cosas. No cualquiera: el tipo es capaz de lograr que una botella de vidrio sostenga un tanque de propano, sin caerse; que dos personas estén paradas sobre una silla inclinada, sostenida por una sola pata; o bien, sin ninguna apoyatura extra, poner un celular sobre otro y, en el medio, nueces. En otras palabras, sus proezas lo hacen un maestro del equilibrio, a tan extremos niveles que no son pocas las personas que lo elogian por desafiar la física. Llaves inglesas, monedas, martillos, avellanas, ollas, teteras son algunos de los objetos que estabiliza, uno encima del otro, con inusual talento y calma. Algunas de esas hazañas filmadas, registradas para el público, por cierto, pueden verse en su canal de YouTube, que cuenta con varios miles de seguidores fieles. Y con más de un clip donde Wang Yekun falla estrepitosamente en los primeros intentos, hasta dar con la posición justa para que no se vaya todo a la miércoles. Para el hombre, todo se resume a echarse unas risas y contagiar al mundo de momentos felices. Fugaces, eso sí, porque sus experimentos solo se sostienen en pie un ratito, hasta caer al piso. “Aunque he roto muchas botellas de vino y frascos grandes en el proceso, y a veces las cosas apiladas no duran mucho en suspenso, he tenido mis buenos éxitos”, se contenta el varón con lema a tono: “Equilibrar la vida es un arte, a veces serio y a veces divertido”. Y lleva paciencia y práctica, todo sea dicho, y de buenos samaritanos que se copen con sus lúdicos intentos. Su esposa, su hermano, su hijo, sin ir más lejos, no se han salvado de participar de las pruebas de Wang Yekun cuando se pone a apilar silla sobre silla.

¡Auch!

Tirarse del colosal tobogán del Belle Isle Park, en la ciudad de Detroit, en el estado de Michigan, ha sido un gran atractivo para chicuelos y no tan pequeños desde su apertura en 1967. Generaciones enteras han gozado de la emoción de deslizarse por esta ondulada estructura de 15 metros, que recientemente ha dado mucho de qué hablar por causar otro tipo de sensación: ¡pánico! Según informa el New York Times, el tobogán llevaba 2 años cerrado a causa de la pandemia y, tras anunciar la reinauguración con toda la pompa, volvió a abrirse días atrás. Aunque el juego solo estuvo disponible unas cuantas horas, previo a volver a cerrarse… Porque, claro, en vez de bajar tranquilamente, la gente parecía una pelotita de pinball, machacándose contra los bordes metálicos del chiche, en una caída descontrolada que, además de costarles algún que otro moretón, hizo que más de una persona perdiera: audífonos, anteojos, medias, zapatos… Los videos, difundidos en redes, no dejaban mucho espacio para la duda: pequeñajos estaban volando por los aires. Lo cual evidentemente era un peligro, y el parque debió cerrar la atracción. Momentáneamente.

La culpa, al parecer, sería de la cera. Ron Olson, jefe de parques y recreación del Departamento de Recursos Naturales de Michigan, aclaró que se aplicaba una nueva capa al tobogán al comienzo de cada temporada, pero reconoció que esta vez se les fue un poquito la mano y, en sus palabras, “la capa fue demasiado robusta”. “La idea es crear un equilibrio entre lograr un deslizado aventurero y, al mismo tiempo, mantener la velocidad, que la gente no acelere tanto. Si vas demasiado rápido, podés volar. Y eso, por supuesto, fue lo que se volvió viral”, admitió Olson, que igualmente llama al juego “un tesoro muy codiciado”, y ya está manos a la obra para volverlo menos peligroso. Tirarse, por cierto, seguirá costando un dólar y, si todo sale ok, habrá menos esguinces y golpazos en un futuro cercano.