Con una tensión de vida o muerte, la escena inicial transcurre en el Florida Garden, un bar muy reconocido del microcentro de Buenos Aires, que se presenta como cuartel informal adjunto de los servicios de inteligencia, alcahuetes vocacionales y promotores de informaciones falsas. El narrador, un periodista y delegado sindical, ha tenido que recurrir a su patrón, capo de la editorial en la que escribe, para que le gestione un salvoconducto que lo ponga a salvo. Desde hace unos años y hasta hace muy poco la relación entre ambos fue la de pulsear, cada uno del lado de sus intereses, pero tres meses atrás se produjo el anunciado golpe de Estado, recrudeció la cacería y a Francisco Amaro Villafuerte, nuestro provinciano protagonista, le llegaron señales inequívocas de que pueden cargárselo. Y así es que, bastante a la intemperie, sin mejor alternativa y con todos los resquemores del caso, en busca de auxilio ha llamado al desagradable Don Raúl Pérez García: “Todo el mundo empresarial y periodístico argentino chismorreaba vulgaridades sobre él, pero se inclinaba ante su poder y su influencia sobre la milicada que había asaltado la república”.

Esto nunca existió, la novela corta que el escritor e incansable fogonero cultural y político Mempo Giardinelli acaba de publicar, arranca por el “Día 2. Miércoles, 18:15 horas”; el libro se organiza en 30 capítulos con fecha y hora, doce días, saltos hacia atrás y adelante en el tiempo. La historia que cuenta es una pintura de época, con muchos perseguidos, exiliados, asesinados: el terrorismo de Estado como caja de herramientas del desguace de la Nación. “La diáspora argentina había empezado con bombazos y secuestros –sitúa-. Al Petiso Marcelo, personaje delicioso por su humor irreductible y porque como todo petiso siempre sacaba pecho como gallito de riña, lo reventaron a balazos en la puerta de su casa, en Núñez. A Jarito lo acribillaron en un cine de Flores en plena función y oscuridad. Al Francés lo secuestraron en la puerta del diario La Nación y nunca más se supo de él. A Carmela la chuparon al salir de la editorial, en el piso de abajo de la revista donde yo trabajaba. Todos y todas lo sabíamos, pero de eso no se hablaba. La carnicería se había naturalizado”.

Las campanas del peligro, el Día 1 en la novela, suenan una tarde en el teléfono de la redacción: “Recibimos visitas. Recién se fueron. Mejor andá a dar una vuelta”. El narrador reconoce la voz de Juan Felipe Laffrange, el editor maestro de Impresada, que estaba a punto de publicar la primera novela del protagonista, encantado con la perspectiva de entrar en el mundo de los escritores. Antes de cargar sus agendas para piantarse alcanza a ver por televisión unas “confusas imágenes de lo que parecía un incendio callejero, una especie de pira a la que policías o soldados en fila arrojaban lo que para mí eran obvios paquetes de libros”. Sabe que no tiene que volver a su casa, así que le avisa a la madre de sus dos hijos (están en el borde de la separación), que a la mañana siguiente le confirmará la visita de tres agentes de civil que interrogaron y dieron vuelta cajones y bibliotecas.

Cada tanto alguna línea le apunta al lector que está ante una memoria a unos cuantos años de distancia: quien narra lo hace cuando ya pueblan el planeta “los celulares y demás parafernalias de la era digital”. Se sabe, en consecuencia, que Pancho Amaro Villafuerte ha sobrevivido a ese escenario siniestro. Y sin embargo vibran los interrogantes sobre los caminos de esas horas, el pánico ante los pasos a seguir, los riesgos para quienes tiene alrededor. Una memoria escrita por un novelista, claro, con oficio para trabajar climas, sentidos, tensiones, paisajes, prototipos, lógicas, claves de aquellos años terroríficos de la historia argentina. A la espera de qué y cómo resuelve el hombre fuerte de la editorial, desfilan los fantasmas: la distancia con sus hijos, la incertidumbre de la salida a un país desconocido, las formas de la paranoia, el cambio de aspecto, la cautela en cada movimiento y en cada llamada, a quién llamar y a quién no, desde dónde. Y esperar. Con los engranajes buscando alguna alternativa a la humillación: “Estaba en mis manos, todavía, salvar mi dignidad y mi vergüenza”. Mapea sus contradicciones, el narrador, se mortifica con sus debilidades y veleidades.

“Basada en hechos reales”, se lee en contratapa: quien haya leído a Giardinelli y conozca de su vida en aquella época advertirá, apenas camuflados, nombres propios y sucesos. La tirada completa de su primera novela, que iba a publicar Losada, sucumbió al fuego militar y quien lo llamó para avisarle fue el entrañable editor Jorge Lafforgue. Por entonces Giardinelli escribía en Siete Días, de editorial Abril, de la familia Civita: en la ficción la editorial se llama Civilia y la revista Séptimo día; el don Raúl de la ficción sugiere a Raúl Eugenio Burzaco, su patrón en esos años. En notas y entrevistas pasadas el autor, en registro testimonial, recordó la encrucijada: “Alguna vez escribiré una novela con esa historia”, decía. Aquí está. Aquí está, también la despedida nocturna, frente al Teatro Colón, de su amigo Osvaldo Soriano, también rumbo al exilio. Y las referencias a compañeros y maestros de entonces, Filloy, Onetti, Gelman, Olga Orozco.

“Es una ficción”, ha subrayado Giardinelli en entrevistas recientes: sobre algunas de esas coordenadas de lo real, ha compuesto su historia con la plasticidad, la imaginación y las lógicas de la novela, sobre la que cavila el narrador: “Sólo hay novela nomás, porque toda novela es, a la vez, una teoría de la novela y acaso ahí esté el secreto”. Fechada en Resistencia, Chaco, en el “Año de la peste: marzo de 2020 – mayo de 2021”, Giardinelli se decidió a contar de aquel borde de la muerte en un contexto signado por lo mismo. Lo anota, en un tramo: “Por eso creo que es mejor decirlo todo ahora, dejarlo escrito. Porque como en aquel momento, ahora también siento que la muerte puede estar esperándome”. El crescendo general de la violencia de la ultraderecha, desparramada por el mundo, siniestramente puesta en escena con el intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner, dialoga en directo con Esto nunca existió. Y con la frase de Orozco que abre y cierra el libro: “y el olvido es apenas un destello invernal desde otro reino”.