La justicia social incluye el derecho a la belleza. Antes de divisar el busto en homenaje a la “abanderada de los humildes”, los techos de tejas inclinados, típicos del chalecito californiano, son las marcas de la arquitectura neocolonial peronista que perduran en el paisaje. El Hogar Eva Perón, una residencia de larga estadía destinada al cuidado integral de personas mayores, ubicada sobre la calle Roble, en la localidad bonaerense de Burzaco, fue inaugurado por Evita en una fecha emblemática, el 17 de octubre de 1948, con el nombre de “Coronel Perón”. 

El derecho al goce —lo más disruptivo y provocador del peronismo— comprendía también a las ancianas y ancianos. El ministerio de Obras Públicas de la Nación realizará “la puesta en valor” del Hogar Eva Perón. La obra tendrá una inversión de 1.218 millones de pesos y comenzará en marzo de 2023.

Aunque las tejas estén deterioradas por el paso del tiempo —se cumplirán 75 años el próximo año— y la madera verde inglés luche contra el ablandamiento ocasionado por el agua, la arquitectura del Hogar, con un terreno que ocupa 32 hectáreas, destila un encanto digno, aunque no esté en su esplendor. Apenas se ingresa, el pasto, las plantas y los árboles combinan sus perfumes. Se respira aire verde, aire con mezcla de cedrón, eucalipto y yuyo. La única música que se escucha es el canto de los pájaros, que pareciera darle la bienvenida a las visitas. 

Las abuelas y abuelos están almorzando; es un buen horario para recorrer las instalaciones sin molestarlos. Un perro mestizo marrón mueve la cola; el otro, de lomo negro, estira el cuello y da a entender que no le causa mucha gracia que interrumpan su descanso. 

Patricio Baldraco, el arquitecto que coordina la puesta en valor, cuenta que lo que se hará se denomina una “restauración integral” de las cuestiones envolventes del edificio, que tienen que ver con las paredes y cubiertas; pero también se hará una restauración completa del tendido de agua, de gas y electricidad. El trabajo incluirá el mejoramiento de la carpintería, vidrios, persianas y mosquiteros, del espacio para estar al aire libre y la finalización de un bloque que está inconcluso: un quincho exterior. Como las habitaciones no tienen baño privado, se agregará un baño por cada habitación y el sector donde ahora están los baños comunes pasará a ser una sala de estar “para que pueda ser autosuficiente cada uno de los bloques”, aclara Baldraco.

El arquitecto señala que las galerías tienen muchos problemas porque la madera se fue pudriendo. “Las tejas se van a desmontar, se limpian y se vuelven a colocar. Las que están rotas se las cambia. Hay que desmontar el techo y volverlo a montar con la teja arreglada”, sintetiza Baldraco parte de la obra. Las habitaciones estaban pensadas para que pudieran estar hasta cuatro personas, pero ahora hay una persona por habitación. 

El Hogar Eva Perón tiene actualmente 32 residentes, 10 mujeres y 22 varones, de 60 hasta 96 años. Julio, el más viejito de los residentes, anda en sillas de ruedas. Natalia Loiacono, la directora del Hogar, dice que empezó a ser mixto recién en 2003 y que la mujer es “la que más tiempo se retiene en el seno de la familia porque es la cuidadora” y que por eso siempre hay más varones que mujeres. En la puerta de la habitación de Dionisio Da Silva hay un cartel, “por favor, golpee antes de entrar”, escrito a mano, y un escudo de Boca.

El Decálogo de la Ancianidad

La preocupación permanente de Evita por los ancianos hizo que escribiera y anunciara, el 28 de agosto de 1948, el “Decálogo de la Ancianidad”, una lista de derechos de las personas mayores que fueron incorporados luego en la Constitución en 1949: asistencia, vivienda, alimentación, vestido, cuidado de la salud física, cuidado de la salud moral, esparcimiento, trabajo, tranquilidad y respeto. Este decálogo fue la antesala de un cambio de paradigma porque rompió con la mirada asistencialista y reconocía a las personas mayores como sujetos de derechos

Un mes y medio después de la presentación del Decálogo se inauguró el Hogar de Ancianos Coronel Perón, luego de que la Fundación Eva Perón adquiriera las instalaciones que pertenecían a la Sociedad de Beneficencia Alemana. Al momento de la apertura contaba con capacidad para alojar a 200 personas en tres pabellones con dormitorios, además de un pabellón médico con sala de atención, consultorios y 30 camas, cocina, comedor, un cine-teatro, biblioteca, peluquería, vestuarios y hasta una capilla. Se conserva la ficha del primer residente, que ingresó el 18 de enero de 1949: José Cubero Aranda, de 67 años, un español naturalizado argentino, soltero, que no tenía recursos y había sido vendedor de diarios.

En el libro de Néstor Ferioli, La Fundación Eva Perón, se describe al entonces Hogar Coronel Perón: “De las salas de esparcimiento los internados prefieren las instaladas en los dormitorios donde por las noches celebran su tertulia de sobrecena o echan un inocente partido de naipes. Pero también el salón principal los atrae para reuniones más numerosas, para audiciones musicales de discos, para ejecuciones al piano con acompañamiento de coro (pues siempre hay alguno que sabe tocar y varios con afición al canto) y a veces para exhibiciones de películas cinematográficas. Es un salón primoroso. En las tardes estivales arroba con su luz tamizada y su frescura (…) La biblioteca está al lado. Cuenta con más de mil quinientos volúmenes, que los ancianos consultan a menudo, encargándose un bibliotecario de orientar a los que necesitan”.

El derecho a la belleza fue una realidad en estas paredes y galerías. Evita quería que sus “hogares” fueran “generosamente ricos”. Que fueran lujosos, porque “un siglo de asilos miserables no se puede borrar sino con otro siglo de hogares ‘excesivamente lujosos’”.


El espejo de la vejez

Mercedes Contreras, coordinadora del Programa de Infraestructura del Cuidado del Ministerio de Obras Públicas de la Nación, se refiere a un aspecto que a veces se pierde de vista. “Evita hablaba de los derechos de la ancianidad cuando ni siquiera era un debate instalado a nivel internacional, ella fue una adelantada al promover este tipo de obras de infraestructura de primera categoría. Hoy en día no encontrás lugares públicos, estatales, dirigidos a las personas mayores, que tengan este nivel de prestaciones”, destaca. 

La directora del Hogar, institución con un equipo de asistencia integrado por 60 trabajadores, sostiene que las personas que ingresaban y podían movilizarse han tenido tambos, han fabricado cepillos y hasta tuvieron una imprenta. La última vez que se pintaron las galerías lo hicieron los residentes. “Hay muchos hombres que no han podido sostener un vínculo familiar; mucha gente sola y mujeres solteras”, resume Loiacono el perfil de los 32 residentes, mientras camina por las galerías y pasa por dos murales que recuerdan a dos residentes muy queridos, como el mural destinado a Daniel Piñeiro, que murió en diciembre de 2021, y el mural para Guillermo Pagola. La sala de kinesiología es como un mini gimnasio, con una cinta para caminar, una bicicleta y un banco con barras para hacer pecho. Los residentes tienen clases de gimnasia adaptada.

Loiacono empezó a trabajar en el Hogar en 2013 y asumió como directora en 2016. “Trabajar con personas mayores es como verte en el espejo de lo que podés llegar a ser. Uno repiensa toda su vida —admite la directora—. Para mí es muy gratificante por ese pedacito que le das al otro para que pueda estar bien y no hacinado. Acá tenemos mucha gente que ha sido muy maltratada por sus familias. Ha habido gente que vino con un deterioro terrible y el cambio que hacen es significativo. Muchos se han revinculado con sus familias; no es fácil revincularte con un padre que estuvo ausente toda tu vida”. 

Contreras afirma que se trata de evitar la institucionalización de las personas mayores y que ese momento llega una vez que la persona no tiene dónde ir. “Gracias a las políticas públicas que ha impulsado el peronismo la cobertura hacia las personas mayores está muy extendida; la posibilidad de jubilarse, de acceder a una pensión, conlleva a que tengan una obra social. Los espacios que tiene el Estado, que no son muchos, son fundamentales para aquellas personas que prácticamente no tienen un entorno social, familiar, ni vivienda propia o cobertura de pensión o jubilación”, explica Contreras.

Durante la pandemia fueron derivadas dos abuelas al Hogar porque estaban hacinadas en un geriátrico. La directora detalla que en cuidados especiales hay cinco residentes, tres tienen demencias y deterioros cognitivos severos. “Una vez tuvimos una señora con una demencia tremenda. A las cuidadoras les tiraba mordiscones, sentada en su silla de ruedas. La nuera, que venía todos los días a verla, empezó a cortar por recomendación de su terapeuta, que le dijo que no viniera tan seguido porque le hacía mal”, recuerda Loiacono el universo familiar de algunos de los residentes. “Hay hombres que han ejercido mucha violencia contra sus hijos y esos hijos se preguntan: ¿ahora me tengo que hacer cargo, cuando me maltrató toda la vida? Es muy complejo”, analiza la directora.

Manolo Argentino y Amanda Díaz.


El recuerdo de Manolo y Amanda

Manuel García Argentino, a quien llaman “Manolo”, trabajó 27 años en el Hogar Eva Perón. Este chaqueño de 83 años, nacido en Las Breñas un 20 de octubre de 1938, se enorgullece de haber hecho de todo en este lugar que no visitaba desde hace dos años por culpa de la pandemia. “Primero fui chofer, llevaba a todos los abuelos al hospital, los hacía atender en el hospital de Adrogué; a veces hacía de enfermero y también les sacaba los turnos médicos. Todos los trámites los hacía yo. Debo haber sepultado como 60 o 70 abuelos”, calcula y añade que también trabajó un tiempo en el lavadero. “La ropa de los abuelos se lavaba en unas máquinas muy viejas y había que calcular el agua que había que poner. Después pasábamos la ropa al secador y al final la planchábamos. Lo que más me gustaba era trabajar en la calle; lo que me decían lo hacía. Nunca protesté ni dije ‘yo esto no lo voy a hacer’. A veces me tocó bañar a los abuelos. Lo único que no corté fue pasto”, reconoce Manolo y hasta la boina gris sonríe.

Amanda Argelia Díaz ingresó en 1969 con un contrato por tres meses como personal de limpieza. Entonces tenía 19 años y un hijo chiquito. Después trabajó en el comedor, luego como cuidadora y llegó a ser la coordinadora de las cuidadoras, hasta que se jubiló, después de 46 años, en 2016. “Era hermoso trabajar acá. Me acuerdo que cuando venía a la mañana los residentes estaban en la galería y siempre me recibían”, revela esta mujer de 72 años. “Siento nostalgia cuando vuelvo; pongo los pies acá y me vienen tantos recuerdos lindos, como cuando venían mis hijos chiquitos para pasar las fiestas y se hacían los pesebres. Acá se compartía en familia. Después hacíamos excursiones a Córdoba (Río Tercero) de vacaciones. Una vez también fuimos a Colonia (Uruguay) a pasar el día”, repasa Amanda algunos momentos en el Hogar y cuenta que el 24 de diciembre los trabajadores del Hogar festejaban primero con los abuelos y luego se iban a sus casas a pasar las fiestas.

“Una vez vino un abuelo de Salta, lo había traído la hija, y no conocía a los nietos que tenía en Burzaco. El abuelo lloraba y lloraba y decía que quería volver con la hija, que lo llevara. Entonces le avisamos a la trabajadora social porque él quería volver con su familia y no quería estar aquí. Se llamó a los nietos y dijeron: que se la banque este viejo… Es doloroso”, confiesa Amanda y lo mira a Manolo y le pregunta: “¿Cómo se llamaba el abuelo que lloraba?”. Los dos buscan en el baúl de sus memorias, repletas de tesoros luminosos, pero los nombres no aparecen. 

Manolo comenta que la pasó “muy mal” en tiempo de Víctor Alderete en el PAMI. “Sacaba turnos y no lograba que los atendieran. Entonces los metía en la ambulancia y los llevaba a la guardia y así podía hacer atender a los abuelos”, asegura Manolo y se queja porque tenía a los abuelos “desparramados por todos lados, hasta por la capital”. De pronto Amanda menciona a un residente, Pío Stocco, que era el que se encargaba de traer el vino. “Pío se detenía en el camino y se tomaba todo el vino”, subraya Amanda y logra que todos se rían a carcajadas. “Después, con los años, empezó a escaparse y lo íbamos a buscar con la camioneta. Pío era tremendo”, confirma Manolo.

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