EL DESARMADERO - 6 puntos
(Argentina/2022)
Dirección y guion: Eduardo Pinto
Duración: 79 minutos
Intérpretes: Luciano Cáceres, Pablo Pinto, Clara Kovacic, Malena Sánchez, Diego Cremonesi y Fernando Pérez
Estreno en salas.

“No estoy loco, estoy solo. Y no quiero estar más así”, responde Bruno cuando alguien lo acuse de andar por la vida con los patitos fuera de la fila. Lo cierto es que hay motivos para pensar que la locura anida en ese hombre que aún siente en carne viva el dolor por la pérdida de su mujer y su hija en un accidente de tránsito. Un dolor que intenta purgar a través de cuadros cuyos trazos dialogan de forma directa con su fragmentación mental. Esa fragmentación lo llevó a pasar un buen tiempo en un hospital psiquiátrico del recibe el alta por parte de su doctora (Malena Sánchez) en los minutos iniciales de El desarmadero, que llega a la cartelera comercial luego de su paso por una de las secciones paralelas de la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

A partir de ese disparador, el realizador y guionista Eduardo Pinto construye un film que, valiéndose de los códigos narrativos tanto de los thrillers psicológicos como de los del terror fantasmagórico, indaga en los pliegues más oscuros y torturados de Bruno, interpretado con su habitual intensidad por Luciano Cáceres, actor fetiche de un realizador acostumbrado a situar sus películas en ámbitos cercanos a los márgenes que sus personajes transitan al filo de la ley, cuando no directamente del otro lado. Así ocurría con los delincuentes inexpertos en Palermo Hollywood (2004), con el obrero que de noche vendía armas en Caño dorado (2009) y con los laburantes hartos del maltrato que secuestraban a un matrimonio adinerado en Corralón (2017).

Y así ocurre ahora con Bruno, que apenas recibe el alta va a visitar a su amigo Roberto (Pablo Pinto, hermano de Eduardo), quien le ofrece un trabajo como sereno en el desarmadero del que es dueño. Un trabajo a priori sencillo que consiste en cuidar los hierros retorcidos y rescatar de entre ellos todo lo que pueda revenderse. Sencillo, pero también lo suficientemente solitario para enfrentarlo con sus peores fantasmas. Lo de fantasmas es literal: noche a noche se despierta sudado y agitado a causa de las pesadillas que involucran a su mujer e hija, las mismas a las que ve –o creer ver– entre los autos que dominan la geografía de esa locación del conurbano bonaerense que la fotografía de Fernando Lugones, en asociación con la cámara flotante de Pinto, transforma en lúgubre y laberíntica, como si fuera una prolongación de la cosmovisión de Bruno.

Pesadillas que de tan recurrentes empujan al relato hacia una circularidad de la que por momentos le cuesta salir. Quienes rompen con ese loop son los integrantes de un grupito de delincuentes que cada tanto se dan una vuelta por el desarmadero y a los que Bruno enfrenta con particular encono. Es, pues, una guerra entre descastados, entre un paciente psiquiátrico sin contención y esos jóvenes para los que el bienestar es una quimera. El desarmadero, entonces, como una película en la que resuenan los ecos de un presente permeado por la crisis y la marginalidad.