A fines de 1999 María Moreno entrevistó a Landrú para PáginaI12. Fue una extensa charla, que el diario recuperó en 2007 como parte de los festejos por su vigésimo aniversario. Aquí, algunos de los mejores pasajes de esa entrevista, en la cual el dibujante reflexionó sobre puntos relevantes de su carrera y lució su humor todoterreno.

–Tuvo censores, no sólo de “buen corazón” sino de poca cabeza.

–Cuando estaba Guido como presidente, hice para Dringue Farías El profesor garrafa. Y organicé una especie de Prode de golpes (era la época de azules y colorados): el 21 de marzo, golpe de los bomberos; el 27, golpe de los empleados de Segba; el 29, golpe de los zorros grises; el 2 de abril, golpe de los marinos... Y justo se levantó la marina. Me llevaron un día preso a una dependencia del Ministerio del Interior para ver quién me había dado el dato. Me trataron muy bien, almorcé allí, más tarde me dieron un café con leche y me largaron a eso de las diez.

–También pareció estar al tanto del complot de Rojas contra Frondizi, vía el vicepresidente Alejandro Gómez.

–Es que un día en un restaurante, en un rinconcito, vi que estaba comiendo con el almirante Rojas y después con el general Quaranta. Entonces empecé a poner en la revista la foto de Gómez con un cartelito que decía: “¿Y a mí por qué me miran?”. Cuando se quiso sustituir a Frondizi por él, puse otro que decía: “Ahora saben por qué me miraban”.

–Guido también lo invitó a comer...

–Guido tomaba mucho. A tal punto que lo llamaban El Varón de Río Negro, por una marca de vino. Una vez fuimos con Dringue, Tato Bores y otros a la Rosada y nos tomamos una damajuana. Nos divertimos mucho y a mí me pareció que no nos iban a censurar. Hasta que un día me llamaron y me dijeron que, desde ese momento, antes de ir el programa al aire tenía que verlo un coronel. Lo que hacíamos era pasar el libreto a este señor. Pero el libreto, como se sabe, tiene dos columnas: en una va el diálogo y en la otra se indica la acción. El leía el diálogo nomás... Y un día dimos una receta de cocina que era Rattembach a la maître d’hotel (Rattembach era el ministro de Defensa): “Se lo pincha con un tenedor y, si dice cuerpo a tierra, quiere decir que todavía hay que esperar. Una vez que se lo pincha y no dice nada se lo puede comer. Tome algo para la digestión después”. Terminaron levantando el programa y el coronel no apareció más. No sé si lo habrán fusilado.

(...)

–¿Quién fue el político con quien más intimó?

–Alfredo Palacios. Cuando pasaban dos o tres números de Tía Vicenta sin que apareciera, llamaba y decía: “¿Qué pasa? ¿Estoy perdiendo vigencia?”.

–Usted le hizo fama de donjuán y de frecuente Villa Cariño, ¿no?

–Yo hacía un programa con Blackie en televisión que se llamaba Prensa Visual. Consistía en un reportaje a un político conocido. Pero antes iba Telecómicos, donde los actores se disfrazaban de políticos. Y un día salió el director, lo vio a Alfredo que estaba esperando en un sillón y le dijo: “¡Qué bien te disfrazaron del viejo, estás igualito!”. A Palacios le dio tanta rabia que se iba, hasta que Blackie lo apaciguó y él terminó diciéndome: “No hay que darle importancia a estos incidentes que pasan en la vida. Lo único verdaderamente importante es la libertad, la democracia y las piernas de las mujeres”.

(...)

–En el 45 empecé a dibujar en la revista de Lino Palacios, Don Fulgencio. Y en esa época estaban de moda él y Divito. Yo no lo pensé entonces, pero sí más adelante: “Si quiero progresar tengo que hacer el dibujo más moderno”. Y hacía chistes así: una mujer le dice a un hombre “Juan, tenés la boca abierta” y él le contesta “Sí, la he cerrado yo”. O una señora decía: “Estoy esperando que nazca mi hijo para saber cómo se llama”. Y eso parecía raro.

–¿Tenía alguna relación con las vanguardias, como Girondo o Xul Solar?

–Para nada. Me dijeron que me había inspirado en Macedonio. Y yo ni lo había leído. Lo único que hacía era mantener la lógica del absurdo que hacía en el colegio y que, a veces, nadie entendía. A Lino Palacios le gustaba mucho pero los avisadores pedían que sus publicidades fueran lo más lejos posible de los dibujos míos, porque eran “piantavotos”.

– En las primeras proyecciones de La vuelta al nido, la película de Leopoldo Torres Ríos, la gente abucheaba cuando aparecía el primer racconto.

–Y después se volvió totalmente natural, ¿no? Para mí, el humor es un imprevisto, siempre que no sea desagradable. Si uno ve por la calle a un hombre lleno de condecoraciones y se cae, se ríe. Si el que se cae es un mendigo, no.